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LA MÚSICA: SU FUNCIÓN Y SU LENGUAJE

  • JOAQUIM VILLALTA
  • il y a 4 heures
  • 21 min de lecture

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LA MÚSICA: SU FUNCIÓN Y SU LENGUAJE


La designación de Columna de Armonía aparece a finales del reinado de Luis XV para referirse al conjunto instrumental que sonaba en las ceremonias, el cual estaba integrado por un máximo de siete instrumentistas, generalmente 2 clarinetes, 2 cornos, 2 fagots y 1 tambor. Posteriormente, la competencia entre las Logias por contar con los más virtuosos instrumentistas originó que se admitiesen en la misma músicos, que, exentos de cotización alguna, prestaban estos servicios (aunque no podían acceder a grados superiores al de Maestro) y componían obras para las diferentes ceremonias masónicas (banquetes, iniciaciones, ceremonias fúnebres, etc.).


Así, la Canción Masónica, ya presente desde la instauración de la masonería especulativa en 1717, y cuyo uso estuvo tan en boga en logia desde el siglo XVIII hasta principios del XX (cayendo en desuso y olvido a medida que se impusieron los medios de reproducción como el gramófono y el magnetófono), no es excesivamente exigente desde un punto de vista estilístico, formal o interpretativo, aunque está, no obstante, cargada de la fuerza de esos cánticos que, como en las de otras cofradías de Compañeros, reforzaban sus lazos fraternos y emitían unos sencillos pero nítidos mensajes en sus letras buscando recrear la atmósfera propicia al placer, regocijo, al recogimiento, a la alegría y a la reflexión.



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Con posterioridad, entre la producción global de muchos ilustres hermanos músicos, un buen número de sus obras no catalogadas con el adjetivo calificativo de música "masónica", contienen sin duda elementos programáticos, simbólicos y conceptuales en los que los principios, la simbólica y esencia de la Orden aparecen tanto estructural y armónica como formalmente, aunque no sean evidentes para aquellos intérpretes que desconocen los pormenores y características vitales de interacción que la francmasonería encierra.


Algunos intérpretes hemos indagado en este campo y, realmente, los hallazgos de nuestras investigaciones abren una nueva dimensión al hecho interpretativo en sí mismo y al mensaje que finalmente proyecta todo fenómeno musical, aunque sea con otro tipo de lenguaje procedimental que escapa al meramente racional y que se hace latente mediante otro tipo de percepción sensorial. Basta analizar adecuadamente determinadas obras de Liszt, Mozart o Sibelius, por citar algunos compositores masones, para abrir el interior del "cofre" y encontrar tesoros poco menos que desconocidos y sorprendentes.


Es este nuevo "tratamiento" del material sonoro, el que intentaremos abordar a continuación. Una visión sobre el sonido, su construcción, interacción y manifestación, así como su supuesto mensaje, que también se encuentra presente en otras culturas, religiones o escuelas filosóficas.


Autores como Beresniak (en el apartado referido al Armonista) nos da su visión del silencio y la música:


La música es absolutamente indispensable en el ritual, no solamente con ocasión de las ceremonias especiales, sino durante la apertura de los trabajos o durante el ingreso en la Logia. No sustituye al silencio, ya que el silencio no existe: cubre los ruidos inaudibles, los tremores internos generados por aquello que se vivió fuera del Templo. Cubre las agitaciones del alma y arrastra las emociones hacia las alturas.


Las emociones no generarán ejercicios de inteligencia; sino que, por el contrario, reconfortarán al espíritu. La música apoya eficazmente la función del ritual de apertura de los trabajos, función que consiste en favorecer un "descondicionamiento" y un "reacondicionamiento" hacia un modo diferente de ser. Y no es por azar que la palabra "apertura/obertura", tan densa y hermosa, también constituye un término musical.


Por lo general, los términos musicales como "composición", "ejecución", "concierto", "melodía", "armonía", "gama", "escala", "compás", "tonalidad", "atonalidad" y otros muchos, nos brindan referencias precisas, susceptibles de aclarar las herramientas del pensamiento. Por ello, el hermano "Armonista" podría, además de su trabajo tradicional, sentirse encargado de la misión de informar a su taller acerca de los recursos que la música puede aportar para el estudio serio del simbolismo".


Debemos, no obstante, hacer un pequeño paréntesis reflexivo sobre el silencio y su uso en Logia. Así, diferenciaríamos el silencio físico, que es como una reminiscencia actitudinal importada de procedimientos y/o grupos de tipo religioso monástico e implantada en la masonería a partir de la introducción del planteamiento pitagórico, y el silencio impuesto, como estado indispensable para el proceso de aprendizaje.


Tanto el uno como el otro tienen defensores y detractores, terminando finalmente ad libitum su uso en logia. Soy de la opinión de que es preciso en determinados momentos, pero no puede pautarse su uso como procedimiento obligado ni ritualmente, ni actitudinalmente, para los aprendices: hay que aprender a aquietar los sentidos, pero hay que buscar acondicionamientos (como dice Beresniak) mediante procesos de estímulo/lenguaje fuera del campo puramente racional y para ello, lo sensitivo/auditivo es necesario.


EL FENÓMENO MUSICAL: UNA MANIFESTACIÓN DEL "ARTE REAL"


El presente desarrollo pretende ordenar brevemente posibles respuestas a diferentes inquietudes personales relativas a la finalidad y origen del fenómeno musical, así como la tarea trascendente que desarrolla el músico en esta manifestación humana, extrapolable, de hecho, al resto de las artes.


Intentaremos pues, buscar unas características masónicas que en cierta medida tienen un paralelismo con otras vías pertenecientes, por citar un ejemplo, al Dharma budista, denominadas "Do" o "Caminos", y donde la finalidad última es la iluminación o estado "de Satori" en un proceso de liberación absoluta de los "metales profanos", rompiendo así la rueda "infernal" del "Samsara" o procurando, al menos, una progresiva mejora y evolución personales.


Si abundáramos sobre este campo de estudio y meditación, sería inevitable introducir la intersección con el principio hermético de "causa y efecto", puesto que siguiendo estos "Caminos" o "Vías" desarrollaríamos aspectos que conducirán al hombre hacia "Karmas" positivos, con consecuencias, por lo tanto, positivas.


Éstos nos orientarán a la vez hacia las metas universales del amor, la compasión y la victoria sobre el sufrimiento, manifestándose en diferentes valores cómo pueden ser el respeto hacia uno mismo y hacia los demás, la protección de la vida, el control emocional, el conocimiento físico y mental (con sus cualidades potenciales y la determinación de sus fragilidades), así como la actitud filantrópica y la incidencia de las múltiples formas sensoriales sobre el "ser" capaz de percibirlas, entre otras. Pero esto requeriría otros trabajos para abordarlo.


En una primera aproximación, podríamos definir el Arte como el hecho generado por la capacidad humana de expresión y comunicación de diferentes estados emocionales y/o de proyección de distintos elementos conceptuales filtrados por un individuo a quien denominamos Artista. Esta exteriorización o manifestación, puede realizarse mediante recursos diversos o vías expresivas, ya sean aisladamente o bien empleando una conjunción de ellos. Una muestra de éstos podrían ser el sonido, el color, el movimiento y recursos corporales, o la escritura y el diseño, entre muchos otros, representando en el fondo las diferentes "fragancias" de la misma "flor".


En la manifestación que nos ocupa, la Música, el compositor actúa como "creador" inducido por un deseo generador de cariz expresivo o comunicativo de un mensaje que escapa del análisis racional convencional, análogo a la Voluntad Primigenia que posteriormente dará lugar al "Fiat Lux". Desde este instante, su tarea consistirá en encontrar, seleccionar, ordenar y esculpir el material ya existente en el Universo de forma potencial, de acuerdo con la idea preconcebida solamente existente en su mente: es la Belleza Sonora.


Seguidamente, y empleando una técnica y lenguaje específicos al margen del pensamiento conceptual ordinario, se tendrán en consideración aspectos como la medida y el ritmo - características ya apuntadas para este "Arte Liberal" por los masones operativos -, generando una auténtica construcción que pese a su origen eterno, precisa de la temporalidad para ser apreciada, y donde se lleva a término el sentido de la cita "Ordo ab Chao" -- orden a partir del caos - Será el intérprete, quien como recreador, y aportando también su visión personal, hará llegar finalmente al oyente de forma materializada por el sonido, aquella obra que hasta entonces sólo existía en un plano superior no perceptible con los sentidos físicos, masónicamente símbolo de la armonía del mundo y en especial de la que debe reinar en nuestra fraternidad.


El "hombre artista" (compositor o intérprete) evoluciona internamente a través de su arte a la vez que pretende, conscientemente o no, incidir en el individuo receptor para que disfrute del mismo, despertando en este último una línea también evolutiva de sus sensibilidades, emociones y valores espirituales diversos mediante su apreciación y progresivo descubrimiento, impregnándose del efluvio surgido de la Mente del Todo, en mayúsculas. Paralelamente, genera, sin duda, unos efectos fisiológicos profundos por la vía de los sentidos, al margen de su capacidad volitiva, reaccionando en su plano corporal y físico.


Diríamos, por lo tanto, que el arte hace crecer, y permite, con el paso del tiempo, hacer emerger aquello que es lo mejor de las cualidades humanas, dando forma y puliendo la piedra "bruta", a la vez que, en muchos casos, nos acerca algo más a la comprensión cosmogónica donde, tal vez, llegaremos a entender y obtener respuestas a inquietudes perennes, como son nuestro origen, nuestro destino, la naturaleza de los sentimientos, o la búsqueda de la razón misma de nuestra propia existencia.


El músico, compositor o intérprete -- insisto, desde la máxima humildad - ha de intentar ejercer una tarea casi "pastoral", haciendo de hilo conductor entre la Belleza patente en "la Gran Obra Universal" y latente en el "Arte Real", y el resto de los hombres, dando a los otros generosamente aquello que afortunadamente él es capaz de ordenar, descifrar y transmitir: el Fenómeno Musical.


La obra de arte, no obstante, no se exterioriza por generación espontánea. Su génesis y posterior desarrollo, aunque pueda parecer fruto de un acto de genialidad, esconde detrás de sí una paciente y meticulosa tarea que podríamos denominar "artesana" en su proceso constructivo, requiriendo, si se me permite utilizar esta analogía simbólica, del inteligente uso del cincel y el mazo dentro del marco temporal y de justas proporcionalidades que nos sugiere la necesaria regla de 24 pulgadas.


Querría, al respecto, exponer algunas afirmaciones hechas por extraordinarios compositores e intérpretes, alguno de ellos también francmasón:


El arte se compone de un uno por ciento de inspiración y de un noventa y nueve por ciento de trabajo.


El fenómeno musical nos aparece genial y espontáneo si como intérpretes seguimos implacablemente estos tres pasos: trabajo, trabajo y trabajo.


Antes de hablar del hecho artístico hace falta ponerse la ropa de trabajo. Con la mentalidad de un obrero u operario debemos "picar piedra" y hacer los moldes. Sin esta fase previa, hablar de arte es inútil, porque será inapreciable e inexistente.


Todas ellas son coincidentes en cuanto a la necesaria tarea "laboral" y "artesana" que se precisa para dar a luz e irradiar la finalidad última artística, tarea mayoritariamente desconocida por el oyente. Pero este artista, primero artesano, obtendrá también unos indudables provechos de su riguroso y estricto método de trabajo. Unos beneficios trascendentes de índole personal en el terreno espiritual y en el moldeamiento de su carácter y hábitos de conducta.


Es durante el procedimiento constructivo de su objetivo artístico donde habrá de adquirir o mejorar sus virtudes y destrezas que procurará queden por siempre jamás en sí mismo y en todos los ámbitos de su vida (cualidades simbólicas emanadas y vehiculadas a través de la utilización de las herramientas de primer grado, entre otras): rigor, disciplina, perseverancia, paciencia, observación, constancia, búsqueda del conocimiento, sensibilidad, sentido autocrítico, respeto hacia su obra y la de los demás, y "fe" en la final realización de su "construcción", una "construcción" que no quiere para goce exclusivo, sino que desea compartir y ofrecerla al resto de la humanidad, con una actitud, podríamos considerar, filantrópica, pretendiendo hacer aflorar en los demás las anteriores cualidades intrínsecas e inherentes en nuestro género, tanto al melómano como el receptor más hedonista.


Joachim Villalta



Curriculum profesional del autor:


  • Profesor Titular Conservatorio de Música de Terrasa, Barcelona.

  • Profesor Superior de Piano

  • Concertista


Méritos masónicos:


  • V Orden, Gr.·. 9 y Último del Rito Moderno o Francés, 33º R.E.A.A.

  • M.·. I.·.

  • Director de la Academia Internacional de la Vª Orden - UMURM

  • Gran Orador del Sublime Consejo del Rito Moderno para el Ecuador

  • Miembro Honorario del Soberano Grande Capítulo de Cavaleiros Rosa-Cruz de Portugal - Gran Capítulo General del Rito Moderno y Francés de Portugal

  • Miembro Honorario de la R.·. L.·. Estrela do Norte nº 553 del Grande Oriente Lusitano

  • Gran Canciller para Europa del Gran Oriente Nacional Colombiano

  • Miembro Honorario del Soberano Supremo Consejo del Grado 33 para el Escocismo de la República del Ecuador

  • Miembro del Supremo Consejo del Grado 33º y Último del Rito Escocés Antiguo y Aceptado de la Islas Filipinas

  • Miembro Honorario del Supremo Consiglio del 33º ed Ultimo Grado del R.S.A.A. per l'Italia e sue Dipendenze

  • Miembro del Suprême Conseil du 33e Degré pour la France du Rite Ancien et Accepté (Cerneau's Rite)

  • Pasado Presidente de la Confederación Internacional de Supremos Consejos del Grado 33º del R.·. E.·. A.·. A.·.

  • Muy Poderoso Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo del Grado 33º para España del Rito Escocés Antiguo y Aceptado

  • Gran Comendador del Soberano Gran Consejo de los Príncipes del Real Secreto de España, Rito de Perfección

  • Masonólogo*



MUSIC: ITS FUNCTION AND ITS LANGUAGE

by Joaquim Villalta

 


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The term Column of Harmony emerged at the end of the reign of Louis XV to designate the instrumental ensemble that performed during Masonic ceremonies. This group typically consisted of up to seven musicians—usually 2 clarinets, 2 horns, 2 bassoons, and 1 drum.


Later, competition among Lodges to secure the most virtuosic performers led to the admission of musicians into the Lodges. These musicians, exempt from paying dues, provided musical services (although they were not permitted to advance beyond the degree of Master) and composed works for various Masonic ceremonies (banquets, initiations, funerals, etc.).


Thus, the Masonic Song, present since the founding of speculative Freemasonry in 1717, was highly fashionable in Lodges from the 18th century to the early 20th century. It gradually fell into disuse as mechanical reproduction technologies—such as the phonograph and the tape recorder—became prevalent. These songs are not particularly demanding in terms of style, form, or interpretation, yet they are imbued with the emotional force of chants that, like those in other companion guilds, strengthened fraternal bonds and conveyed simple but clear messages in their lyrics—aimed at evoking pleasure, joy, reflection, or solemnity.


Subsequently, within the broader body of work produced by many illustrious musician-brethren, numerous compositions that were not explicitly labeled as Masonic music nonetheless contain unmistakable programmatic, symbolic, and conceptual elements, in which the principles, symbolism, and essence of the Craft are reflected structurally, harmonically, and formally—even if not readily apparent to performers unfamiliar with the vital, interactive characteristics embedded in Freemasonry.


Some performers, myself among them, have explored this field, and indeed, the discoveries arising from our research open up new dimensions to the very act of musical interpretation—and to the message projected by any musical phenomenon, even when expressed through a procedural language beyond the strictly rational, one that becomes evident through alternative sensory perception.

A careful analysis of certain works by Liszt, Mozart, or Sibelius, to name a few Masonic composers, is enough to open the "chest" and uncover treasures that are nearly unknown and truly astonishing.

It is precisely this new treatment of sonic material that we now aim to explore: a vision of sound, its construction, interaction, and manifestation, as well as its latent message—a concept also found in other cultures, religions, and philosophical schools.

Authors like Beresniak, in the section regarding the Harmonist, offer us a vision of silence and music:

“Music is absolutely indispensable in ritual, not only during special ceremonies, but also at the opening of works or during entrance into the Lodge. It does not replace silence, since silence does not exist: it covers inaudible noises, the inner tremors generated by experiences outside the Temple. It covers the soul’s unrest and lifts emotions upward. Emotions will not generate exercises in intelligence; rather, they will comfort the spirit. Music effectively supports the function of the ritual opening of the works—a function which consists of fostering a deconditioning and a reconditioning toward a different way of being. And it is no coincidence that the word ‘opening’ (in French, ouverture), so rich and beautiful, is also a musical term.”

Generally, musical terms such as composition, performance, concert, melody, harmony, scale, rhythm, key, atonality, and many others offer us precise references that help illuminate the tools of thought. For this reason, the brother Harmonist could, beyond his traditional duties, also take on the mission of informing his Lodge of the many resources music can offer in the serious study of symbolism.


We must, however, make a brief reflective aside regarding silence and its use in the Lodge. Here we distinguish between:

  • Physical silence, which is an attitudinal remnant imported from monastic religious traditions and introduced into Freemasonry via Pythagorean principles,

  • and imposed silence, considered essential for the learning process.

Both types have their defenders and detractors, and their application often ends up being ad libitum within the Lodge. I am of the opinion that silence is necessary at certain moments, but its use should not be prescribed as an obligatory procedure, neither ritually nor attitudinally, for Apprentices. One must learn to still the senses, but one must also seek reconditioning (as Beresniak says) through processes of stimulation and language outside the purely rational field, and for this, the sensory and auditory dimensions are essential.



THE MUSICAL PHENOMENON: A MANIFESTATION OF THE "ROYAL ART"


This exposition seeks to briefly organize possible answers to various personal reflections regarding the purpose and origin of the musical phenomenon, as well as the transcendent task performed by the musician—an endeavor which is, in fact, extrapolable to other artistic expressions.

We shall attempt, then, to identify Masonic characteristics that, to some extent, parallel other traditions, such as the Buddhist Dharma paths known as Do or Ways, whose ultimate goal is illumination or a state of Satori—a process of complete liberation from profane metals, thus breaking the “infernal” cycle of Samsara, or at least fostering personal growth and spiritual evolution.


Delving deeper into this field of study and meditation would inevitably lead us to introduce the Hermetic principle of cause and effect, since by following these “Ways,” we develop aspects that lead individuals toward positive Karmas, and hence, positive outcomes.


These will, in turn, guide us toward universal values such as love, compassion, and the overcoming of suffering—manifested in principles such as self-respect, respect for others, protection of life, emotional regulation, mental and physical knowledge (both in terms of potential and in recognizing one's limitations), a philanthropic disposition, and the impact of sensory stimuli upon the being who perceives them. A deeper treatment of these would, however, require further studies.

As an initial approximation, we might define Art as the human capacity to express and communicate various emotional states and/or to project conceptual elements filtered through an individual—the Artist. This externalization or manifestation can occur through various expressive resources or media, either individually or in combination. Examples include sound, color, movement, gesture, writing, and design, among many others—each one a different "fragrance" of the same flower.


In the particular case of Music, the composer acts as a creator, driven by an expressive or communicative desire to transmit a message that escapes conventional rational analysis—analogous to the Primordial Will that would later give rise to the Fiat Lux. From this moment on, the composer’s task is to find, select, organize, and sculpt the raw material that already exists potentially in the universe, according to an idea that exists only in his mind: the idea of Sonic Beauty.


Using a specific technique and language, apart from ordinary conceptual thought, the composer considers elements such as measure and rhythm—characteristics already identified by operative Masons as part of this Liberal Art—to build a true construct which, though eternal in origin, requires temporality to be appreciated. It is here that the phrase Ordo ab Chaoorder from chaos—finds its full meaning.


It is the performer, as re-creator, who, contributing his personal vision, ultimately makes this work materialize through sound, bringing into the physical world a composition that previously existed only on a higher, imperceptible plane—a Masonic symbol of world harmony, and particularly of the harmony that must reign within our Fraternity.


The artist—composer or performer—evolves internally through his art and, whether consciously or not, seeks to awaken in the listener a parallel evolution of sensibility, emotion, and spiritual values, drawing from the emanation of the Mind of the All. At the same time, music also produces deep physiological effects, beyond volition, acting directly upon the body and senses.

Thus, we could say that art makes us grow, helping to reveal over time the best of human qualities, giving shape to and polishing the rough stone, and bringing us closer to a cosmogonic understanding, where we might perhaps one day grasp the answers to perennial questions about our origin, our destiny, the nature of emotions, and the very meaning of our existence.


The musician—composer or performer—must, with utmost humility, seek to carry out a nearly pastoral task, serving as a conduit between the Beauty evident in the Great Universal Work and the latent beauty of the Royal Art, generously offering to others that which he has had the good fortune to decipher, shape, and transmit: the Musical Phenomenon.


A work of art, however, does not emerge spontaneously. Its genesis and development—though they may appear to be products of genius—are the result of a patient and meticulous process we might call craftsmanship. In its construction, one must skillfully employ the chisel and gavel, within the temporal framework and just proportions suggested by the symbolic 24-inch gauge.


To illustrate this, let me share several quotes from extraordinary composers and performers, some of whom were Freemasons:

“Art consists of 1% inspiration and 99% perspiration.” “Musical genius appears spontaneous only if, as performers, we relentlessly follow these three steps: work, work, and more work.” “Before speaking of art, one must put on work clothes. With the mindset of a laborer or craftsman, we must first carve the stone and shape the mold. Without this prior stage, talk of art is meaningless, for it will be imperceptible and non-existent.”

All of these affirm the necessary laborious and artisanal work that gives rise to artistic achievement—an effort largely invisible to the listener. Yet this artist, first a craftsman, will reap undoubted benefits from his rigorous discipline: transcendent personal rewards in both spiritual growth and the formation of character and conduct.


It is during this process of artistic construction that he will acquire—or refine—virtues and skills meant to remain forever imprinted upon his being and his life. These are symbolic qualities conveyed by the working tools of the First Degree, including: rigor, discipline, perseverance, patience, observation, constancy, the search for knowledge, sensitivity, self-criticism, respect for his work and that of others, and faith in the final realization of his "construct"—a work not meant for personal glory, but to be shared with humanity, in a philanthropic spirit, with the hope of awakening these same inner qualities in others, whether they be connoisseurs or casual listeners.


Joachim Villalta

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LA MUSIQUE : SA FONCTION ET SON LANGAGE

par JOAQUIM VILLALTA

 

L'appellation Colonne d'Harmonie apparaît à la fin du règne de Louis XV pour désigner l'ensemble instrumental qui jouait lors des cérémonies.



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Celui-ci comptait au maximum sept musiciens, en général deux clarinettes, deux cors, deux bassons et un tambour. Par la suite, la compétition entre Loges pour s’attacher les services des meilleurs instrumentistes conduisit à admettre au sein même de la Loge des musiciens, dispensés de toute cotisation, qui rendaient ce service (bien qu’ils ne pouvaient accéder à des degrés supérieurs à celui de Maître) et composaient des œuvres pour les diverses cérémonies maçonniques (banquets, initiations, funérailles, etc.).


Ainsi, la Chanson maçonnique, déjà présente depuis la création de la franc-maçonnerie spéculative en 1717, et très en vogue en Loge du XVIIIe siècle jusqu’au début du XXe (tombant peu à peu en désuétude avec l’arrivée des moyens de reproduction comme le gramophone ou le magnétophone), ne se montre pas particulièrement exigeante d’un point de vue stylistique, formel ou interprétatif.


Elle est cependant chargée de la force de ces chants qui, comme dans d’autres confréries de Compagnons, renforçaient les liens fraternels et véhiculaient, à travers des paroles simples mais claires, des messages destinés à recréer une atmosphère propice au plaisir, à la joie, au recueillement et à la réflexion.


Plus tard, parmi l’ensemble de la production de nombreux Frères musiciens illustres, un grand nombre d’œuvres non étiquetées explicitement comme « musique maçonnique » contiennent pourtant sans aucun doute des éléments programmatiques, symboliques et conceptuels en lien avec les principes, la symbolique et l’essence de l’Ordre. Ces éléments se retrouvent aussi bien dans la structure, l’harmonie ou la forme, bien que souvent invisibles pour les interprètes ignorant les subtilités et les caractéristiques profondes de l'interaction propre à la franc-maçonnerie.

Certains interprètes ont exploré ce champ, et les résultats de ces recherches ouvrent réellement une nouvelle dimension à l’acte même d’interprétation, ainsi qu’au message projeté par tout phénomène musical, même lorsqu’il utilise un langage procédural échappant à la rationalité stricte et se manifestant par une autre forme de perception sensorielle.

Il suffit d’analyser en profondeur certaines œuvres de Liszt, Mozart ou Sibelius — pour ne citer que quelques compositeurs francs-maçons — pour ouvrir l’intérieur du « coffret » et y découvrir des trésors méconnus et étonnants.


C’est cette nouvelle approche du matériau sonore que nous allons tenter d’aborder ci-après. Une vision du son, de sa construction, de son interaction et de sa manifestation, ainsi que du message supposé qu’il véhicule, et que l’on retrouve également dans d’autres cultures, religions ou écoles philosophiques.


Des auteurs comme Beresniak (dans la section consacrée à l’Harmoniste) nous livrent leur conception du silence et de la musique :

La musique est absolument indispensable dans le rituel, non seulement lors des cérémonies spéciales, mais aussi pendant l'ouverture des travaux ou l'entrée en Loge. Elle ne remplace pas le silence, car le silence n'existe pas : elle recouvre les bruits inaudibles, les tremblements internes provoqués par ce qui a été vécu hors du Temple. Elle apaise les agitations de l'âme et élève les émotions.

Les émotions ne suscitent pas d'exercices d’intelligence ; au contraire, elles réconfortent l’esprit. La musique soutient efficacement la fonction rituelle d’ouverture des travaux, qui consiste à favoriser un « déconditionnement » puis un « reconditionnement » vers un autre mode d’être. Ce n’est pas un hasard si le mot « ouverture » – si dense et si beau – est aussi un terme musical.


Les termes musicaux comme composition, exécution, concert, mélodie, harmonie, gamme, tonalité, mesure, compas, atonalité, etc., offrent en général des références précises susceptibles d’éclairer les outils de la pensée. De ce fait, le Frère Harmoniste, au-delà de sa tâche traditionnelle, pourrait être chargé d’informer son Atelier sur les ressources que la musique peut offrir à l’étude sérieuse du symbolisme.

 

LE PHÉNOMÈNE MUSICAL : UNE MANIFESTATION DE L’« ART ROYAL »


Le présent développement vise à organiser brièvement quelques réponses possibles à diverses interrogations personnelles concernant la finalité et l’origine du phénomène musical, ainsi que la fonction transcendante que le musicien remplit à travers cette manifestation humaine, que l’on peut d’ailleurs extrapoler à l’ensemble des arts.


Nous allons donc tenter de dégager des caractéristiques maçonniques qui présentent certains parallèles avec d’autres voies appartenant, par exemple, au Dharma bouddhique, connues sous le nom de « Do » ou « Voies », dont le but ultime est l’illumination ou l’état de Satori, à travers un processus de libération absolue des « métaux profanes », rompant ainsi le cycle infernal du Samsara, ou du moins œuvrant à une amélioration et une évolution personnelle progressives.

Poursuivant cette réflexion, il devient inévitable de croiser le principe hermétique de cause et effet, car suivre ces Voies conduit au développement d’aspects qui mènent l’homme vers des Karmas positifs, et donc à des conséquences positives.


Ces chemins nous orientent à leur tour vers les buts universels que sont l’amour, la compassion et la victoire sur la souffrance, valeurs qui se traduisent notamment par le respect de soi et des autres, la protection de la vie, la maîtrise émotionnelle, la connaissance du corps et de l’esprit (avec ses qualités et ses fragilités), une attitude philanthropique, et la conscience de l’impact des multiples formes sensorielles sur l’être capable de les percevoir. Cela nécessiterait néanmoins d'autres travaux pour être pleinement abordé.


Dans une première approche, on pourrait définir l’Art comme le fruit de la capacité humaine à exprimer et communiquer différents états émotionnels et/ou à projeter des éléments conceptuels filtrés par un individu que l’on appelle l’Artiste. Cette extériorisation ou manifestation peut être réalisée par divers moyens ou voies expressives, de manière isolée ou combinée : le son, la couleur, le mouvement, le corps, l’écriture, le dessin... Représentant au fond différentes « fragrances » d’une même « fleur ».

Dans le cas qui nous occupe, la Musique, le compositeur agit en tant que « créateur », mû par un désir expressif ou communicatif d’un message qui échappe à l’analyse rationnelle conventionnelle, à l’image de la Volonté Primordiale qui donnera naissance au Fiat Lux. À partir de cet instant, son travail consistera à découvrir, sélectionner, organiser et façonner une matière déjà présente potentiellement dans l’Univers, selon une idée préexistante, uniquement contenue dans son esprit : c’est ce que nous pouvons appeler la Beauté Sonore.


Ensuite, grâce à une technique et à un langage spécifiques, hors du cadre de la pensée conceptuelle ordinaire, des éléments comme la mesure et le rythme (déjà identifiés par les Maçons opératifs comme caractéristiques de cet « Art Libéral ») seront pris en compte, créant ainsi une construction authentique, qui, bien que d’origine éternelle, nécessite la temporalité pour être perçue. On y retrouve la mise en œuvre du célèbre principe : « Ordo abChao » – l’ordre à partir du chaos.

C’est l’interprète, en tant que recréateur, qui, apportant sa propre vision, transmettra au public cette œuvre matérialisée par le son, œuvre qui jusque-là n’existait que dans un plan supérieur, imperceptible aux sens physiques, symbole maçonnique de l’harmonie du monde, et plus particulièrement de celle qui devrait régner dans notre fraternité.


L’« homme artiste » (compositeur ou interprète) évolue intérieurement à travers son art, tout en cherchant, consciemment ou non, à susciter chez l’auditeur une progression évolutive de ses sensibilités, de ses émotions et de ses valeurs spirituelles, par le biais de l’appréciation et de la découverte progressive de l’œuvre. Il se laisse imprégner de l’effluve issu de l’Esprit du Tout, avec une majuscule. Parallèlement, il provoque également des effets physiologiques profonds par les sens, échappant à la volonté, réagissant au niveau corporel et physique.


On peut donc dire que l’art fait grandir, et permet, avec le temps, de faire émerger ce qu’il y a de meilleur dans les qualités humaines, façonnant et polissant la pierre brute, tout en nous rapprochant, dans de nombreux cas, d’une compréhension cosmogonique, où il devient peut-être possible d’obtenir des réponses à des questions éternelles : notre origine, notre destinée, la nature des sentiments, ou encore la recherche du sens même de notre existence.

Le musicien, qu’il soit compositeur ou interprète – et j’insiste sur ce point avec la plus grande humilité – doit tenter d’exercer une tâche quasi pastorale, servant de lien entre la Beauté manifeste dans la « Grande Œuvre Universelle » et celle, latente, de l’Art Royal, et le reste de l’humanité. Il offre généreusement aux autres ce qu’il est capable de capter, d’ordonner, de décoder et de transmettre : le Phénomène Musical.


Mais l’œuvre d’art ne se manifeste pas par génération spontanée. Sa genèse et son développement, bien que parfois perçus comme des éclairs de génie, cachent une tâche patiente et minutieuse, que l’on pourrait qualifier de « travail artisanal », dans sa construction. Ce processus requiert, si vous me permettez l’analogie symbolique, l’usage intelligent du ciseau et du maillet, dans un cadre temporel équilibré et proportionné, suggéré par la nécessaire règle de 24 pouces.


À ce sujet, je souhaiterais rapporter quelques affirmations de compositeurs et interprètes extraordinaires, dont certains sont aussi francs-maçons :

« L’art est composé de 1 % d’inspiration et de 99 % de travail. »

« Le phénomène musical nous paraît génial et spontané si, en tant qu’interprètes, nous suivons rigoureusement ces trois étapes : travail, travail, et travail. »

« Avant de parler d’art, il faut enfiler ses habits de travail. Avec la mentalité d’un ouvrier, il faut « tailler la pierre » et préparer les moules. Sans cette étape préalable, parler d’art est inutile, car il sera imperceptible et inexistant. »


Toutes ces affirmations convergent vers l’idée de l’indispensable travail manuel et artisanal nécessaire à l’émergence et à la diffusion de la finalité artistique ultime, tâche souvent méconnue de l’auditeur. Mais cet artiste, artisan avant tout, retirera aussi d’indéniables bénéfices de son strict et rigoureux processus de travail. Des bénéfices transcendants, sur le plan spirituel, dans la formation de son caractère et dans l’affinement de ses habitudes de conduite.


C’est au cours du processus constructif de son œuvre artistique qu’il devra acquérir ou perfectionner ses vertus et ses aptitudes, lesquelles resteront en lui pour toujours, et se manifesteront dans tous les domaines de sa vie (qualités symboliques véhiculées notamment par les outils du premier degré) : rigueur, discipline, persévérance, patience, observation, constance, recherche de la connaissance, sensibilité, esprit critique, respect pour sa propre œuvre et celle des autres, et « foi » dans la réalisation finale de sa construction. Une construction qu’il ne réserve pas à son propre plaisir, mais qu’il désire partager et offrir au reste de l’humanité, avec une attitude que l’on pourrait qualifier de philanthropique, dans l’espoir de faire émerger chez les autres ces qualités intrinsèques et inhérentes à notre espèce — chez le mélomane comme chez l’auditeur le plus hédoniste.

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Joachim Villalta

 

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