Adicciones y masonería o adicciones en masonería
- Eduardo Montenegro
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Dernière mise à jour : il y a 5 jours
por Eduardo Montenegro

Adicciones y masonería o adicciones en masonería
Una adicción afecta profundamente el crecimiento moral de una persona, perturbando no solo su desarrollo individual, sino también su entorno masónico y la sociedad en general. Este fenómeno social complejo, vinculado a la familia y la educación, genera una crisis de valores, fomenta la evasión y erosiona la honestidad y la confianza. En el contexto masónico, donde los principios de honor, probidad y auto-perfeccionamiento son fundamentales, la presencia de una adicción contradice los postulados éticos de la orden y puede dañar su prestigio y misión orientadora en la sociedad.
El uso indiscriminado de sustancias psicoactivas, incluidos analgésicos, constituye una adicción que socava los valores personales y masónicos. La presencia de adicciones entre los miembros compromete la coherencia ética de la orden, erosiona la confianza interna y daña su capacidad de influir positivamente en la sociedad. La masonería, mediante mecanismos preventivos y de apoyo, busca preservar su integridad y cumplir con su misión de perfeccionamiento moral y servicio a la humanidad.
El alcohol y el tabaco son las sustancias adictivas más extendidas y socialmente toleradas. Su consumo problemático suele ser minimizado, especialmente en ciertos grupos demográficos o clanes sociales. Los medicamentos psicoactivos sin prescripción, revestidos de un marco de legalidad, representan una adicción particularmente disimulada y muy peligrosa. La ignorancia sobre la complejidad del proceso adictivo lleva a juicios superficiales y reproches, dificultando la recuperación y minando la confianza.
Perturbación del crecimiento moral
La adicción genera una crisis de valores en un mundo donde lo caduco y lo nuevo coexisten en perpetua tensión. Esta confusión lleva a la perplejidad sobre lo valioso y lo superfluo. Quienes no encuentran soluciones inmediatas a sus problemas suelen recurrir a las drogas como vía de escape, lo que profundiza su enajenación. Las personas adictas carecen de un sentido de vida claro, lo que las impulsa a buscar satisfacción en las sustancias, dificultando su integración social, laboral y familiar. Esta ausencia de ideales las hace más vulnerables a los contratiempos y menos estables psíquicamente.
La mentira se convierte en una herramienta habitual para el adicto, quien falsea sus gastos, ausencias o promesas. Este comportamiento deshonesto exige un esfuerzo monumental para recuperar la fidelidad a valores perdidos y asumir responsabilidades, lo que contrasta radicalmente con la obligación masónica de ser hombres de honor y probidad. Los intentos fallidos de superar la adicción alimentan la desconfianza en el círculo cercano, erosionando relaciones y pervirtiendo la sana moral y las buenas costumbres.
Perjuicio para la logia masónica
La masonería, como escuela de formación iniciática, busca el perfeccionamiento moral y cultural de sus miembros. Un masón con adicción contradice principios fundamentales como la pureza del alma, la escucha de la conciencia y la lealtad fraternal. Su conducta, marcada por la falta de integridad, desvirtúa postulados esenciales del código moral masónico.
La coherencia ética es un imperativo para todo masón, quien debe armonizar pensamiento, palabra y acción. Una adicción rompe esta coherencia, evidenciando una falta de asimilación de las enseñanzas recibidas en la logia. La humildad, virtud trascendental en la masonería, queda socavada por la soberbia o el orgullo que suele acompañar a la adicción, estancando el desarrollo personal y la capacidad de servicio.
Aunque la masonería no controla coercitivamente la conducta de sus miembros, la desviación de un hermano no le es indiferente. La orden posee autoridad moral para calificar estas conductas con reprobación y actuar frente al incumplimiento de los deberes masónicos. Las acciones de malos masones pueden generar reproche moral y afectar el prestigio de la institución, exponiéndola a críticas injustas pero inevitables.
Afectación a la sociedad
La adicción debilita el tejido social, especialmente entre los jóvenes, en un período crucial para su desarrollo. El abandono de valores humanísticos como la justicia, la verdad y la solidaridad en favor del consumismo y la agresión deja un vacío que llenan las adicciones y la violencia. La masonería proyecta una acción bienhechora basada en fraternidad, equidad y paz, por lo que la conducta indigna de sus miembros mancha su imagen y dificulta su misión orientadora.
La ineficacia en el perfeccionamiento de un masón con adicción compromete el magisterio que una obediencia o institución debe ejercer en la sociedad profana. Además, la conducta desviada alimenta estereotipos y teorías conspirativas históricamente asociadas a la orden, reforzando percepciones negativas y desconfianza.
Prevenciones y mecanismos de apoyo
El proceso de admisión masónica es riguroso y busca garantizar que los candidatos cumplan con los principios de la orden. Los certificados de honorabilidad, los formularios de solicitud y los informes de los aplomadores investigan más o menos exhaustivamente la vida del profano, incluyendo sus valores, reglas de vida y actitud familiar. La evaluación de cualidades como la solidaridad, la tolerancia y la fraternidad ayuda a detectar posibles conflictos con conductas adictivas.
Para miembros ya iniciados que desarrollan adicciones, la logia cuenta con mecanismos de apoyo. La lucha contra los vicios y el auto-perfeccionamiento son pilares de la carrera masónica. La orden ejerce autoridad moral para calificar conductas desviadas y adoptar decisiones pertinentes, incluyendo la expulsión en casos muy graves. El código ético de algunas logias restringe el consumo de alcohol durante los ágapes y prohíbe terminantemente transacciones ilegales o vínculos con el narcotráfico, cosa que podría resultar insólita o excesiva para logias que no flotan en ambientes tan contaminados.
El Hospitalario de la logia debería visitar y acompañar a hermanos enfermos o necesitados, desempeñando un rol clave en la identificación y el apoyo de miembros con adicciones. La cohesión grupal y la confianza, fundamentales en grupos terapéuticos, encuentran un eco en el trabajo masónico, donde el compartir experiencias combate el aislamiento y alimenta la esperanza. Algunas logias incluso consideran apoyar modelos terapéuticos con componentes espirituales, alineados con su focus en el desarrollo ético y moral.
El deber fraternal ante la adicción de un hermano
Un masón que advierte que uno de sus hermanos sufre una adicción enfrenta un delicado equilibrio entre los principios fundamentales de la masonería, la comprensión de la complejidad de este trastorno y la necesidad de preservar la integridad y confianza dentro de la fraternidad. La orden masónica, como escuela de formación iniciática, exige a sus miembros ser hombres de honor y probidad, pero también los insta a practicar la compasión y la solidaridad. Este compromiso dual obliga al masón a actuar con discernimiento, apoyando el proceso de recuperación sin vulnerar los valores esenciales que rigen la vida en logia.
La doctrina masónica ofrece varios pilares para guiar este acompañamiento. La lucha contra los vicios y el auto-perfeccionamiento constituyen objetivos centrales de la fraternidad, donde la adicción representa una perversión de la sana moral y las buenas costumbres sociales. Los principios éticos masónicos exigen amar a los buenos, compadecer a los débiles y evitar juicios superficiales, lo que fundamenta un enfoque compasivo hacia el hermano afectado. La comprensión de la adicción como un trastorno complejo, con recaídas inherentes a su tratamiento, es vital para sustituir el recelo por apoyo efectivo. La solidaridad fraterna se materializa a través del Hospitalario, quien emula el entorno de apoyo que caracteriza a los grupos terapéuticos, pero no escapa a la responsabilidad de todos y cada uno de los miembros del Cuadro.
Aunque la orden no impone conductas coercitivamente, el reproche moral colectivo ante las desviaciones existe, pero no exime a los hermanos de su deber de apoyarse mutuamente. La fraternidad masónica fortalece así su compromiso con el desarrollo moral individual y colectivo, erradicando vicios y cultivando una lealtad inquebrantable.
Eduardo Montenegro

Addictions et franc-maçonnerie ou addictions en franc-maçonnerie
par Eduardo Montenegro
Une addiction affecte profondément la croissance morale d’une personne, perturbant non seulement son développement individuel, mais aussi son environnement maçonnique et la société dans son ensemble.Ce phénomène social complexe, lié à la famille et à l’éducation, génère une crise de valeurs, favorise l’évasion et érode l’honnêteté et la confiance.
Dans le contexte maçonnique, où les principes d’honneur, de probité et d’auto-perfectionnement sont fondamentaux, la présence d’une addiction contredit les postulats éthiques de l’Ordre et peut nuire à son prestige ainsi qu’à sa mission d’orientation dans la société.
L’usage indiscriminé de substances psychoactives, y compris les analgésiques, constitue une addiction qui mine les valeurs personnelles et maçonniques.La présence d’addictions chez les membres compromet la cohérence éthique de l’Ordre, érode la confiance interne et affaiblit sa capacité à influencer positivement la société.La franc-maçonnerie, par des mécanismes de prévention et de soutien, cherche à préserver son intégrité et à remplir sa mission de perfectionnement moral et de service à l’humanité.
L’alcool et le tabac sont les substances addictives les plus répandues et les plus socialement tolérées. Leur consommation problématique est souvent minimisée, en particulier dans certains groupes démographiques ou cercles sociaux.Les médicaments psychoactifs sans prescription, enveloppés dans une apparente légalité, représentent une addiction particulièrement dissimulée et dangereuse.L’ignorance de la complexité du processus addictif conduit à des jugements superficiels et à des reproches, ce qui complique la récupération et mine la confiance.
Perturbation de la croissance morale
L’addiction engendre une crise de valeurs dans un monde où l’ancien et le nouveau coexistent dans une tension perpétuelle. Cette confusion entraîne la perplexité sur ce qui est essentiel ou superflu.Ceux qui ne trouvent pas de solutions immédiates à leurs problèmes recourent souvent aux drogues comme échappatoire, approfondissant ainsi leur aliénation.Les personnes addictes manquent d’un sens clair à leur vie, ce qui les pousse à chercher leur satisfaction dans les substances, rendant difficile leur intégration sociale, professionnelle et familiale.Cette absence d’idéaux les rend plus vulnérables face aux contrariétés et plus instables psychiquement.
Le mensonge devient un outil habituel pour l’addict, qui falsifie ses dépenses, ses absences ou ses promesses.Ce comportement malhonnête exige un effort monumental pour retrouver la fidélité à des valeurs perdues et assumer ses responsabilités, en contraste radical avec l’obligation maçonnique d’être des hommes d’honneur et de probité.Les échecs répétés dans la lutte contre l’addiction alimentent la méfiance dans l’entourage proche, érodant les relations et pervertissant la saine morale et les bonnes coutumes.
Préjudice pour la loge maçonnique
La franc-maçonnerie, en tant qu’école de formation initiatique, cherche le perfectionnement moral et culturel de ses membres.Un franc-maçon en situation d’addiction contredit des principes fondamentaux tels que la pureté de l’âme, l’écoute de la conscience et la loyauté fraternelle.Sa conduite, marquée par un manque d’intégrité, dénature des postulats essentiels du code moral maçonnique.
La cohérence éthique est un impératif pour tout franc-maçon, qui doit harmoniser pensée, parole et action.Une addiction rompt cette cohérence, démontrant une absence d’assimilation des enseignements reçus en loge.L’humilité, vertu transcendante de la franc-maçonnerie, se trouve sapée par l’orgueil qui accompagne souvent l’addiction, bloquant le développement personnel et la capacité de service.
Bien que la franc-maçonnerie ne contrôle pas coercitivement la conduite de ses membres, la déviation d’un frère ne lui est pas indifférente. L’Ordre dispose d’une autorité morale pour juger ces comportements et agir face au manquement aux devoirs maçonniques.Les actions de mauvais maçons peuvent générer un reproche moral et affecter le prestige de l’institution, l’exposant à des critiques injustes mais inévitables.
Atteinte à la société
L’addiction affaiblit le tissu social, surtout chez les jeunes, à une étape cruciale de leur développement.L’abandon de valeurs humanistes comme la justice, la vérité et la solidarité au profit du consumérisme et de l’agressivité laisse un vide comblé par les addictions et la violence.La franc-maçonnerie projette une action bienfaisante fondée sur la fraternité, l’équité et la paix, de sorte que la conduite indigne de ses membres ternit son image et complique sa mission d’orientation.
L’échec du perfectionnement d’un franc-maçon addict compromet le magistère qu’une obédience ou une institution doit exercer dans la société profane.De plus, une conduite déviante alimente les stéréotypes et les théories complotistes historiquement associées à l’Ordre, renforçant les perceptions négatives et la méfiance.
Prévention et mécanismes de soutien
Le processus d’admission maçonnique est rigoureux et vise à garantir que les candidats respectent les principes de l’Ordre.Les certificats d’honorabilité, les formulaires de candidature et les rapports des enquêteurs examinent plus ou moins en profondeur la vie du profane, y compris ses valeurs, ses règles de vie et son comportement familial.L’évaluation de qualités comme la solidarité, la tolérance et la fraternité permet de détecter de possibles conflits avec des conduites addictives.
Pour les membres déjà initiés qui développent une addiction, la loge dispose de mécanismes de soutien.La lutte contre les vices et l’auto-perfectionnement sont des piliers de la démarche maçonnique.L’Ordre exerce une autorité morale pour juger les comportements déviants et adopter des décisions, allant jusqu’à l’exclusion dans les cas les plus graves.Le code éthique de certaines loges restreint la consommation d’alcool durant les agapes et interdit strictement toute transaction illégale ou lien avec le narcotrafic, ce qui pourrait paraître surprenant ou excessif à d’autres loges moins exposées à ces réalités.
L'Hospitalier de la loge doit visiter et accompagner les frères malades ou dans le besoin, jouant un rôle clé dans l’identification et le soutien des membres en difficulté avec l’addiction. La cohésion du groupe et la confiance, fondamentales dans les groupes thérapeutiques, trouvent un écho dans le travail maçonnique, où le partage d’expériences combat l’isolement et nourrit l’espérance. Certaines loges envisagent même de soutenir des modèles thérapeutiques intégrant une dimension spirituelle, alignés sur leur vocation éthique et morale.
Le devoir fraternel face à l’addiction d’un frère
Un franc-maçon qui constate qu’un frère souffre d’une addiction affronte un équilibre délicat entre les principes fondamentaux de la franc-maçonnerie, la compréhension de la complexité de ce trouble et la nécessité de préserver l’intégrité et la confiance au sein de la fraternité.
La franc-maçonnerie, comme école de formation initiatique, exige de ses membres qu’ils soient des hommes d’honneur et de probité, mais elle les exhorte aussi à pratiquer la compassion et la solidarité.Cet engagement dual oblige le maçon à agir avec discernement, soutenant le processus de récupération sans trahir les valeurs essentielles qui régissent la vie en loge.
La doctrine maçonnique offre plusieurs piliers pour guider cet accompagnement. La lutte contre les vices et l’auto-perfectionnement sont des objectifs centraux de la fraternité, où l’addiction représente une perversion de la saine morale et des bonnes mœurs sociales. Les principes éthiques maçonniques exigent d’aimer les bons, de compatir avec les faibles et d’éviter les jugements superficiels, ce qui fonde une approche compatissante envers le frère concerné.
La compréhension de l’addiction comme un trouble complexe, avec des rechutes inhérentes à son traitement, est essentielle pour substituer la méfiance par un soutien effectif. La solidarité fraternelle se concrétise à travers le rôle du Hospitalier, qui émule l’environnement d’accompagnement des groupes thérapeutiques, mais n’exonère pas les autres membres du Tableau de leur responsabilité.
Bien que l’Ordre n’impose pas de comportements de manière coercitive, le reproche moral collectif face aux déviations existe. Mais cela n’exonère pas les frères de leur devoir de s’entraider mutuellement.
Ainsi, la fraternité maçonnique renforce son engagement envers le développement moral individuel et collectif, en éradiquant les vices et en cultivant une loyauté inébranlable.
Eduardo Montenegro

Addictions and Freemasonry, or Addictions within Freemasonry
by Eduardo Montenegro
An addiction profoundly affects a person’s moral growth, disturbing not only individual development but also the Masonic environment and society at large. This complex social phenomenon, tied to family and education, triggers a crisis of values, fosters escape, and erodes honesty and trust. In the Masonic context—where the principles of honor, probity, and self-perfection are fundamental—the presence of addiction contradicts the ethical tenets of the Order and can damage its prestige and its guiding mission in society.
The indiscriminate use of psychoactive substances, including painkillers, constitutes an addiction that undermines both personal and Masonic values. The presence of addictions among members compromises the Order’s ethical coherence, erodes internal trust, and harms its capacity to exert a positive influence on society. Through preventive and supportive mechanisms, Freemasonry seeks to preserve its integrity and fulfill its mission of moral improvement and service to humanity.
Alcohol and tobacco are the most widespread and socially tolerated addictive substances. Their problematic use is often minimized, especially within certain demographic groups or social cliques. Psychoactive medications taken without prescription—cloaked in a veneer of legality—constitute a particularly concealed and very dangerous addiction. Ignorance of the complexity of the addictive process leads to superficial judgments and reproaches, hindering recovery and undermining trust.
Disruption of moral growth
Addiction generates a crisis of values in a world where the obsolete and the new coexist in perpetual tension. This confusion leads to perplexity about what is valuable and what is superfluous. Those who do not find immediate solutions to their problems often resort to drugs as an escape, deepening their alienation. People with addictions lack a clear sense of purpose, which drives them to seek satisfaction in substances and hinders their social, work, and family integration. This absence of ideals makes them more vulnerable to setbacks and less psychologically stable.
Lying becomes a habitual tool for the addict, who falsifies expenses, absences, or promises. This dishonest behavior demands a monumental effort to recover fidelity to lost values and to assume responsibilities—an attitude that stands in stark contrast to the Masonic obligation to be men of honor and probity. Failed attempts to overcome addiction fuel distrust within one’s close circle, eroding relationships and corrupting sound morals and good customs.
Detriment to the Masonic lodge
Freemasonry, as a school of initiatic formation, seeks the moral and cultural improvement of its members. A Mason suffering from addiction contradicts fundamental principles such as purity of soul, attention to conscience, and fraternal loyalty. Conduct marked by a lack of integrity distorts essential postulates of the Masonic moral code.
Ethical coherence is imperative for every Mason, who must harmonize thought, word, and deed. Addiction breaks this coherence, revealing a failure to assimilate the teachings received in the lodge. Humility—a transcendent Masonic virtue—tends to be undermined by the arrogance or pride that often accompanies addiction, stalling personal development and the capacity for service.
Although Freemasonry does not coercively control the conduct of its members, the deviation of a brother does not leave it indifferent. The Order possesses the moral authority to judge such conduct with reprobation and to act in the face of non-fulfillment of Masonic duties. The actions of bad Masons can elicit moral reproach and affect the institution’s prestige, exposing it to criticism—unjust yet inevitable.
Impact on society
Addiction weakens the social fabric, especially among the young, during a crucial period of development. Abandoning humanistic values such as justice, truth, and solidarity in favor of consumerism and aggression leaves a vacuum that addictions and violence readily fill. Freemasonry projects a beneficent action grounded in fraternity, equity, and peace; therefore, unworthy conduct by its members stains its image and hampers its guiding mission.
Ineffectiveness in the perfection of a Mason with addiction compromises the magisterium that an Obedience or institution should exercise in profane society. Moreover, deviant conduct feeds the stereotypes and conspiracy theories historically associated with the Order, reinforcing negative perceptions and distrust.
Prevention and support mechanisms
The Masonic admission process is rigorous and seeks to ensure that candidates meet the Order’s principles. Certificates of good standing, application forms, and the reports of the investigating committee look more or less thoroughly into the life of the profane, including values, rules of life, and family attitude. The assessment of qualities such as solidarity, tolerance, and fraternity helps detect potential conflicts with addictive behaviors.
For members already initiated who develop addictions, the lodge has support mechanisms. The fight against vices and self-perfection are pillars of the Masonic path. The Order exercises moral authority to evaluate deviant conduct and to adopt appropriate decisions, including expulsion in very serious cases. The ethical codes of some lodges restrict alcohol consumption during agape (the Festive Board) and strictly prohibit illegal transactions or any ties to drug trafficking—measures that may seem unusual or excessive to lodges that do not operate in such contaminated environments.
The Lodge Almoner (Hospitaler) should visit and accompany sick or needy brethren, playing a key role in identifying and supporting members with addictions. Group cohesion and trust—fundamental in therapeutic groups—find an echo in Masonic work, where sharing experiences combats isolation and nurtures hope. Some lodges even consider supporting therapeutic models with spiritual components, aligned with their focus on ethical and moral development.
The fraternal duty in the face of a brother’s addiction
A Mason who realizes that one of his brothers suffers from an addiction faces a delicate balance among Freemasonry’s fundamental principles, an understanding of the complexity of this disorder, and the need to preserve integrity and trust within the fraternity. The Masonic Order, as a school of initiatic formation, demands that its members be men of honor and probity, yet also urges them to practice compassion and solidarity. This dual commitment obliges the Mason to act with discernment, supporting the recovery process without violating the essential values that govern lodge life.
Masonic doctrine offers several pillars to guide such accompaniment. The fight against vices and self-perfection are central objectives of the fraternity, wherein addiction represents a perversion of sound morals and good social customs. Masonic ethical principles require loving the good, having compassion on the weak, and avoiding superficial judgments—foundations for a compassionate approach to the affected brother. Understanding addiction as a complex disorder, with relapses inherent to its treatment, is vital to replace suspicion with effective support. Fraternal solidarity is embodied through the Almoner, who emulates the supportive environment characteristic of therapeutic groups, yet this does not exempt each and every member on the Roll from responsibility.
Although the Order does not impose behavior coercively, collective moral reproof in the face of deviations exists; it does not, however, relieve the brethren of their duty to support one another. In this way, the Masonic fraternity strengthens its commitment to individual and collective moral development, eradicating vices and cultivating unshakeable loyalty.

Eduardo Montenegro
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