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Margarita Rojas Blanco

LOS METALES DEL MASÓN

Dernière mise à jour : il y a 1 jour



Entonces dicen: “HH.·., ya no estamos en el mundo profano. Hemos dejado nuestros metales en la puerta del templo. Elevemos nuestros corazones en fraternidad y nuestras miradas hacia la luz”.

 

Los he visto, te lo juro, decir con gran ceremonia estas palabras. Lo que muchas personas llaman ser fraternos consiste en elegir la masonería y quedarse ahí un rato a observar. La eligen, te lo juro, los he visto. Como si se pudiera elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del taller. Tu dirás que eligieron la masonería porque-la-aman, yo creo que es al revés. A la fraternidad no se la elige, a la igualdad no se la elige, a la libertad no se la elige. Tu no eliges la insólita emoción de ese momento primordial de las pruebas, cuando sientes el sabor amargo en la boca.

 

Ya no estamos en el mundo profano” Una frase poderosa, un conjuro que promete un espacio limpio e iluminado, diferentísimo al que se acaba de abandonar. ¡Quimera! ¿Delirio?

 

Pero ¿qué pasa si lo que realmente sucede, es que encontramos nuevos metales en el taller? Metales diferentes, más pesados, oscuros, metales que llenan vacíos, metales que imitan a los del “mundo profano”, metales que parecen preciosos, pero son oropel.

 

¿Y si la luz es la de esos nuevos metales, corruptos y más pesados?

 

En la masonería existen unos símbolos metafóricos que representan principalmente los apegos materiales, las bajas pasiones, los prejuicios y son denominados como “los metales”. La principal motivación para identificarlos radica en qué para poder avanzar, el masón debe dejarlos atrás, afuera, o por lo menos lejos de la vista.

 

Los metales suelen ser densos, como, por ejemplo, la ansiedad que da el deseo de tener bienes materiales y en general riquezas, y son tremendamente distractores pues no permiten enfocarse en el trabajo interno, que finalmente es el que nos da la verdadera paz. Decía Borges que es muy triste el amor a las cosas, porque las cosas no saben que uno existe. El apego a las cosas es uno de los metales más densos con los que el masón se enfrenta.

 

Los prejuicios también hacen parte de los metales del masón, y a diferencia del apego, estos no son tan densos, sino que más bien son rígidos, poco maleables, nada flexibles.

 

Esa opinión o ese juicio previo, sobre algo o alguien, que generalmente no está basado en el conocimiento o la razón, sino en ideas preconcebidas, estereotipos o suposiciones, es un problema no solo para el masón, sino que en general hace parte de la condición humana, por lo que el masón está permanentemente alerta a no dejarse llevar por los sesgos que en un momento dado rondan su pensamiento. Un estereotipo lleva a una generalización, y toda generalización es violencia.

 

Hasta ahora no hemos visto nada diferente a las pasiones y tribulaciones mundanas de cualquier ser humano. No se necesita ser masón para saber que es preciso luchar contra estos sentimientos y necesidades autoimpuestas por los seres humanos, porque hace miles de años, por voluntad propia, pasamos de buscar abrigo, comida y sexo en las planicies del mundo prehistórico, a buscar ser reconocidos por los demás casi de manera patológica, logrando como la gran cosa, que nuestra vida se nos pase frente a los ojos mientras esperamos el transporte público cada día, todos los días, durante toda la vida. Y es por culpa del metal más peligroso que ronda las logias masónicas: el ego.

 

Uno de los principales metales del masón, y aquí si podemos decir que exclusivamente del masón, son los grados masónicos, sus títulos rimbombantes y la historia de un origen prestigioso y fantástico de la masonería, que con el paso del tiempo terminó creando divisiones, donde se buscaba unión.

 

La masonería exacerba los egos, potenciando los hábitos dañinos de los portadores de malos comportamientos que ingresan al templo. Así no lo sepan, (y es que no lo saben porque no leen), muchos masones gracias, o mejor, por culpa del Caballero de Ramsay, creen que “…después de su muerte, (del Maestro) el rey Salomón escribió en jeroglíficos nuestro estatuto, nuestras máximas y nuestros misterios, y este libro antiguo es el código original de nuestra Orden”.

 

En su famoso discurso pronunciado en la logia de San Juan el 26 de diciembre de 1736, Andrew M. Ramsay, acudiendo a su infinita creatividad, dijo entre otras cosas que Noé debe ser considerado como el autor y el inventor de la arquitectura naval, así como el primer gran maestro de nuestra Orden. El conocía “las ideas eternas” que se expresan en las proporciones del Arca. “La ciencia arcana fue trasmitida por medio de una tradición oral desde Noé hasta Abraham y los patriarcas, el último de los cuales llevó nuestro arte sublime a Egipto. Fue José quien dio a los egipcios la primera idea para la construcción de los laberintos, de las pirámides y de los obeliscos que se han admirado en todas las épocas. Es por esta tradición patriarcal que nuestras leyes y nuestras máximas se difundieron en Asia, Egipto, Grecia y entre todos los Gentiles”. Tal “ciencia arcana transmitida por tradición oral” y “la ciencia secreta” del “misterioso libro de Salomón” o las “palabras misteriosas del rey Salomón”.

 

288 años después del discurso del Caballero de Ramsay, son muchos los Masones que realmente creen que son el Maestro Elegido de los 15, el Príncipe de Jerusalén, el Gran Pontífice, el Jefe del Tabernáculo, el Príncipe de la Misericordia o hasta el Gran Arquitecto del Universo y al final terminan siendo solo Grandes inquisidores.

 

Este es el principal metal de la masonería: el ego y es un ser vivo que habita en las logias y se alimenta de los demás hermanos. El culto al yo está presente. El titulo inventado, la medalla rebuscada, la condecoración no merecida, lo único que ha logrado en algunos masones, (porque hay que decir que no en todos) son divisiones, rencillas, discordias, intrigas, conspiraciones y todo tipo de traiciones, donde la fraternidad quedó afuera del templo y el metal más pesado, el ego, vive en el ajedrez de la logia.

 

Lo bueno de la masonería, es que así mismo, el que llega con virtudes la masonería también se las exacerba y se las potencia. Por tal razón vemos en los talleres hermanos que realmente se despojan de los metales y los dejan afuera del templo, para entregarse por completo a la masonería, a la construcción de su templo interior, a la búsqueda del conocimiento con curiosidad intelectual, al deseo de apoyar al hermano en apuros, a consolar al hermano sumergido en las tribulaciones. Son muchos los hermanos que con su luz iluminan los caminos de los demás, se vuelven un ejemplo a seguir, un testimonio digno de imitar, que en silencio ayudan al hermano que no tiene para comer, que le explica al hermano como debería quedar mejor escrita esa plancha que tanta ilusión le hace, que visita al enfermo, que felicita y se alegra con real honestidad por los logros del otro.

 

Esos hermanos son los verdaderos masones, despojados realmente de los metales pesados, porque si el peor pecado del ser humano es no ser feliz, el del masón es el ego.

 

Es mi palabra. 

 

Margarita ROJAS BLANCO

 

 


 

 

LES MÉTAUX DU FRANC-MAÇON

Par Margarita ROJAS BLANCO


Ainsi, ils disent : « Mes FF., nous ne sommes plus dans le monde profane. Nous avons laissé nos métaux à la porte du temple. Élevons nos cœurs dans la fraternité et nos regards vers la lumière. »


Je les ai vus, je te le jure, prononcer ces mots avec une grande cérémonie. Ce que beaucoup appellent être fraternel consiste à choisir la maçonnerie et à y rester un moment pour observer. Ils la choisissent, je te le jure, je les ai vus. Comme si on pouvait choisir en amour, comme si ce n’était pas un éclair qui te brise les os et te laisse cloué au milieu de l'atelier. Tu diras qu'ils ont choisi la maçonnerie parce qu'ils l'aiment ; moi, je crois que c'est l'inverse. On ne choisit pas la fraternité, on ne choisit pas l'égalité, on ne choisit pas la liberté. Tu ne choisis pas l’émotion insolite de ce moment primordial des épreuves, lorsque tu ressens l’amertume dans la bouche.


« Nous ne sommes plus dans le monde profane » Une phrase puissante, une incantation qui promet un espace purifié et illuminé, très différent de celui que l’on vient de quitter. Chimère ! Délire !


Mais que se passe-t-il si, en réalité, nous découvrons de nouveaux métaux dans l'atelier ? Des métaux différents, plus lourds, sombres, des métaux qui comblent des vides, des métaux qui imitent ceux du « monde profane », des métaux qui semblent précieux, mais ne sont que du clinquant.


Et si la lumière était celle de ces nouveaux métaux, corrompus et plus lourds ?


En maçonnerie, il existe des symboles métaphoriques qui représentent principalement les attachements matériels, les basses passions, les préjugés, et qui sont désignés sous le terme de « métaux ». La principale motivation pour les identifier réside dans le fait que, pour progresser, le franc-maçon doit les laisser derrière lui, dehors, ou au moins loin de sa vue.


Les métaux sont souvent denses, comme par exemple l’anxiété causée par le désir de posséder des biens matériels et, de manière générale, des richesses, et ils sont extrêmement distrayants car ils empêchent de se concentrer sur le travail intérieur, qui est finalement ce qui nous apporte la vraie paix. Borges disait qu'il est bien triste d’aimer les choses, car les choses ne savent pas que l’on existe. L’attachement aux choses est l'un des métaux les plus denses auxquels le franc-maçon est confronté.


Les préjugés font également partie des métaux du franc-maçon, et contrairement à l’attachement, ils ne sont pas aussi denses, mais plutôt rigides, peu malléables, pas du tout flexibles.


Cette opinion ou ce jugement préalable, sur quelque chose ou quelqu’un, qui n'est généralement pas basé sur la connaissance ou la raison, mais sur des idées préconçues, des stéréotypes ou des suppositions, est un problème non seulement pour le franc-maçon, mais qui fait généralement partie de la condition humaine, ce qui pousse le franc-maçon à rester constamment en alerte pour ne pas se laisser emporter par les biais qui traversent son esprit à un moment donné. Un stéréotype mène à une généralisation, et toute généralisation est une violence.


Jusqu'à présent, nous n'avons rien vu d'autre que les passions et les tribulations mondaines de tout être humain. Il n'est pas nécessaire d'être franc-maçon pour savoir qu'il faut lutter contre ces sentiments et ces besoins auto-imposés par les êtres humains, car il y a des milliers d'années, de notre propre volonté, nous sommes passés de la recherche d’abri, de nourriture et de sexe dans les plaines du monde préhistorique à la recherche d’une reconnaissance presque pathologique de la part des autres, ce qui nous a fait vivre notre vie en l’observant défiler devant nos yeux, tandis que nous attendons les transports en commun chaque jour, tous les jours, toute la vie. Et c'est à cause du métal le plus dangereux qui rôde dans les loges maçonniques : l'ego.


L'un des principaux métaux du franc-maçon, et ici nous pouvons dire qu'il est exclusivement celui du franc-maçon, ce sont les grades maçonniques, leurs titres pompeux et l’histoire d’une origine prestigieuse et fantastique de la maçonnerie, qui avec le temps a fini par créer des divisions, là où l’on cherchait l'union.


La maçonnerie exacerbe les egos, en renforçant les habitudes néfastes de ceux qui arrivent au temple avec de mauvais comportements. Sans le savoir, (et c'est parce qu'ils ne lisent pas), de nombreux francs-maçons, grâce à, ou plutôt à cause du Chevalier de Ramsay, croient que « … après sa mort, (du Maître) le roi Salomon écrivit en hiéroglyphes notre statut, nos maximes et nos mystères, et ce livre ancien est le code originel de notre Ordre. »


Dans son célèbre discours prononcé à la loge de Saint-Jean le 26 décembre 1736, Andrew M. Ramsay, faisant appel à son imagination infinie, déclara entre autres choses que Noé devait être considéré comme l’auteur et l’inventeur de l’architecture navale, ainsi que le premier grand maître de notre Ordre. Il connaissait « les idées éternelles » qui s’expriment dans les proportions de l’Arche. « La science occulte a été transmise par une tradition orale de Noé à Abraham et aux patriarches, le dernier d’entre eux ayant apporté notre art sublime en Égypte. Ce fut Joseph qui donna aux Égyptiens la première idée de la construction des labyrinthes, des pyramides et des obélisques admirés à toutes les époques. C’est par cette tradition patriarcale que nos lois et nos maximes se sont diffusées en Asie, en Égypte, en Grèce et chez tous les Gentils. » Cette « science occulte transmise par tradition orale » et « la science secrète » du « mystérieux livre de Salomon » ou les « paroles mystérieuses du roi Salomon ».


288 ans après le discours du Chevalier de Ramsay, de nombreux francs-maçons croient encore qu’ils sont le Maître Élu des Quinze, le Prince de Jérusalem, le Grand Pontife, le Chef du Tabernacle, le Prince de la Miséricorde ou même le Grand Architecte de l’Univers et finissent par n’être que de Grands Inquisiteurs.


C'est le principal métal de la maçonnerie : l'ego, et c'est un être vivant qui habite dans les loges et se nourrit des autres frères. Le culte du moi est présent. Le titre inventé, la médaille recherchée, la décoration imméritée, tout cela n’a réussi, pour certains maçons (car il faut préciser que ce n'est pas le cas de tous), qu’à provoquer des divisions, des querelles, des discordes, des intrigues, des conspirations et toutes sortes de trahisons, où la fraternité a été laissée hors du temple et le métal le plus lourd, l'ego, règne sur l’échiquier de la loge.


Le bon côté de la maçonnerie, c'est que de la même manière, pour ceux qui arrivent avec des vertus, la maçonnerie les exacerbe et les renforce. C'est pourquoi nous voyons dans les ateliers des frères qui se dépouillent vraiment des métaux et les laissent à l’extérieur du temple, pour se consacrer pleinement à la maçonnerie, à la construction de leur temple intérieur, à la recherche de la connaissance avec une curiosité intellectuelle, au désir de soutenir le frère en difficulté, de consoler le frère plongé dans les tribulations. De nombreux frères, par leur lumière, illuminent les chemins des autres, deviennent un exemple à suivre, un témoignage digne d'être imité, qui aident en silence le frère qui n’a pas de quoi manger, qui explique au frère comment améliorer ce texte qui lui tient tant à cœur, qui visite le malade, qui félicite et se réjouit avec une véritable honnêteté des succès de l’autre.


Ces frères sont les véritables francs-maçons, réellement dépouillés des métaux lourds, car si le pire péché de l’être humain est de ne pas être heureux, celui du franc-maçon est l'ego.



C'est ma parole.

 

Margarita ROJAS BLANCO



 

 

 

THE METALS OF THE FREEMASON

By Margarita ROJAS BLANCO


So they say, “Brethren, we are no longer in the profane world. We have left our metals at the door of the temple. Let us lift our hearts in fraternity and our eyes towards the light.”


I have seen them, I swear, say these words with great ceremony. What many people call being fraternal consists of choosing Freemasonry and staying there for a while to observe. They choose it, I swear, I’ve seen them. As if one could choose in love, as if it weren’t a lightning bolt that splits your bones and leaves you pinned down in the middle of the lodge. You’ll say they chose Freemasonry because-they-love-it; I think it’s the other way around. You don’t choose fraternity, you don’t choose equality, you don’t choose liberty. You don’t choose the extraordinary emotion of that primordial moment of the trials, when you taste bitterness in your mouth.


“We are no longer in the profane world.” A powerful phrase, an incantation that promises a clean and illuminated space, vastly different from the one just left behind. A chimera! A delusion!


But what if what really happens is that we find new metals in the lodge? Different metals, heavier, darker, metals that fill voids, metals that mimic those of the “profane world,” metals that seem precious but are merely gilded.


And what if the light is that of those new, corrupt, and heavier metals?


In Freemasonry, there are metaphorical symbols that primarily represent material attachments, base passions, prejudices, and are referred to as “metals.” The main reason for identifying them is that in order to advance, the Freemason must leave them behind, outside, or at least far from sight.


Metals are often dense, like the anxiety caused by the desire to possess material goods and wealth in general, and they are tremendously distracting because they prevent focusing on the inner work, which ultimately is what gives us true peace. Borges said that it is very sad to love things, because things do not know that you exist. Attachment to things is one of the densest metals with which the Freemason is confronted.


Prejudices also form part of the Freemason's metals, and unlike attachment, these are not so dense, but rather rigid, not very malleable, and inflexible.


That opinion or prior judgment about something or someone, which is generally not based on knowledge or reason, but on preconceived ideas, stereotypes, or assumptions, is a problem not only for the Freemason, but it is a part of the human condition, which is why the Freemason must remain constantly alert, not to be carried away by the biases that at a given moment swirl around their thoughts. A stereotype leads to generalization, and every generalization is violence.


So far, we haven’t seen anything different from the worldly passions and tribulations of any human being. You don’t need to be a Freemason to know that it is necessary to fight against these feelings and self-imposed needs, because thousands of years ago, by our own will, we went from seeking shelter, food, and sex on the plains of the prehistoric world to seeking pathological recognition from others, which resulted in our lives passing before our eyes while we wait for public transport each day, every day, for a lifetime. And this is due to the most dangerous metal that lurks in Masonic lodges: the ego.


One of the principal metals of the Freemason, and here we can say that it is exclusively the Freemason’s, is the Masonic degrees, their grandiose titles, and the story of a prestigious and fantastic origin of Freemasonry, which over time has ended up creating divisions where unity was sought.


Freemasonry exacerbates egos, intensifying the harmful habits of those who enter the temple with bad behaviors. Without knowing it (and they don’t know it because they don’t read), many Freemasons, thanks to, or rather, because of the Chevalier Ramsay, believe that “…after his death (of the Master) King Solomon wrote in hieroglyphs our statutes, our maxims, and our mysteries, and this ancient book is the original code of our Order.”


In his famous speech delivered at the Lodge of Saint John on December 26, 1736, Andrew M. Ramsay, drawing on his boundless creativity, stated among other things that Noah should be considered the author and inventor of naval architecture, as well as the first Grand Master of our Order. He knew “the eternal ideas” that are expressed in the proportions of the Ark. “The arcane science was transmitted through oral tradition from Noah to Abraham and the patriarchs, the last of whom brought our sublime art to Egypt. It was Joseph who gave the Egyptians the first idea for the construction of labyrinths, pyramids, and obelisks that have been admired throughout the ages. It is through this patriarchal tradition that our laws and maxims spread in Asia, Egypt, Greece, and among all the Gentiles.” Such “arcane science transmitted through oral tradition” and “the secret science” of the “mysterious book of Solomon” or the “mysterious words of King Solomon.”


288 years after the Chevalier Ramsay’s speech, many Freemasons still truly believe that they are the Master Elected of the 15, the Prince of Jerusalem, the Grand Pontiff, the Chief of the Tabernacle, the Prince of Mercy, or even the Grand Architect of the Universe, and in the end, they turn out to be nothing more than Grand Inquisitors.


This is the principal metal of Freemasonry: the ego, and it is a living entity that inhabits the lodges and feeds on the other brethren. The cult of self is present. The invented title, the elaborate medal, the undeserved decoration, have only managed in some Freemasons (because it must be said that not all) to cause divisions, quarrels, discord, intrigues, conspiracies, and all sorts of betrayals, where fraternity was left outside the temple and the heaviest metal, the ego, lives on the chessboard of the lodge.


The good thing about Freemasonry is that likewise, for those who arrive with virtues, Freemasonry also amplifies and enhances them. For this reason, we see in the lodges brethren who truly rid themselves of metals and leave them outside the temple, to dedicate themselves entirely to Freemasonry, to the construction of their inner temple, to the pursuit of knowledge with intellectual curiosity, to the desire to support a brother in distress, to comfort a brother immersed in tribulations. There are many brethren who with their light illuminate the paths of others, become an example to follow, a testimony worthy of imitation, who silently help the brother who has nothing to eat, who explains to the brother how to improve that paper that means so much to him, who visits the sick, who congratulates and rejoices with true honesty for the achievements of others.


These brethren are the true Freemasons, truly free from heavy metals, because if the worst sin of a human being is not being happy, for the Freemason, it is the ego.

This is my word.






Margarita ROJAS BLANCO

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