La masonería frente al universalismo imposible:
Una misióna punto de colapsar.
1. Introducción
La masonería es mucho más que un movimiento filosófico o social. Es una institución que ha abrazado desde su nacimiento la misión de guiar a sus miembros hacia un horizonte de libertad, igualdad y fraternidad. Estas palabras, tan frecuentemente repetidas que casi han perdido su resonancia en nuestra cotidianidad, son el corazón de un sueño que trasciende el tiempo. La masonería, a través de sus rituales, símbolos y enseñanzas, se erige como la portadora de una visión universalista de convivencia pacífica entre todos los seres humanos.
Desde sus primeros pasos en el siglo XVIII, la masonería ha defendido un modelo de sociedad en el que el ser humano, libre de las cadenas de la tiranía, la ignorancia y el fanatismo, puede encontrar su verdadero potencial. No es casualidad la coincidencia entre los ideales masónicos y los valores que influyeron en las revoluciones liberales de Europa y América. La masonería, al promover la fraternidad entre sus miembros, soñó siempre con la posibilidad de extender esa fraternidad más allá de los muros de sus logias, imaginando una República Universal, donde todas las naciones y todos los hombres serían hermanos bajo el amparo de la razón y la moral.
Pero, en este mismo ideal universalista reside el conflicto más profundo de la masonería contemporánea. A medida que el siglo XXI avanza, el mundo que nos rodea parece más fragmentado que nunca. Las esperanzas de un orden global de paz y cooperación se han visto sacudidas por una serie de conflictos políticos, económicos y sociales que amenazan con desmantelar todo lo que se había construido. Desde el ataque a las Torres Gemelas en 2001 hasta las recientes guerras en Ucrania y en la franja de Gaza, el panorama internacional se ha teñido de un escepticismo que pone en duda si los ideales de libertad, igualdad y fraternidad son aún viables.
¿Puede la masonería, con su espíritu universalista, seguir siendo una fuerza relevante en este mundo? ¿O estamos viendo el colapso final de un sueño que comenzó con fervor en las logias de Inglaterra y Francia hace casi tres siglos? Estas preguntas son esenciales para entender el desafío contemporáneo al que se enfrenta la masonería.
2. Los Fundamentos Filosóficos del Universalismo Masónico
La universalidad es un principio central de la masonería. No obstante, este principio no surgió de la nada, sino que se construyó a lo largo del tiempo, basado en hitos históricos que le dieron forma y sentido. Dos momentos en particular, las Constituciones de Anderson y Desaguliers de 1723 y los Discursos de Andrew Michael Ramsay de 1736 y 1737, sentaron las bases de lo que hoy entendemos como el ideal universalista de la masonería.
2.1 Las Constituciones de Anderson y Desaguliers (1723)
En 1723, la publicación de las Constituciones de Anderson y Desaguliers marcó un punto de inflexión para la masonería especulativa. Este documento no solo consolidó la estructura y los principios de la masonería moderna, sino que también proyectó una visión de fraternidad universal que trascendía las fronteras de las logias. Las Constituciones establecieron el concepto de una «sociedad de hombres libres», donde cada individuo, independientemente de su origen, religión o estatus social, podría encontrar un espacio de igualdad y respeto mutuo.
En su esencia, las Constituciones eran un manifiesto sobre la posibilidad de una convivencia humana armoniosa, basada en la razón y la moral. Si bien este principio de igualdad y fraternidad entre los masones tenía un enfoque interno en sus primeras formulaciones, su potencial para influir en la sociedad en general era evidente. La masonería no se limitaba a ser un club cerrado de elites ilustradas, sino que aspiraba a transformar el tejido social mismo, promoviendo valores que pudieran romper las barreras religiosas y políticas de la época.
En un mundo profundamente dividido por guerras religiosas y conflictos de poder, la idea de una fraternidad universal propuesta por las Constituciones era revolucionaria. Anderson y Desaguliers sentaron las bases para una masonería que podía hablar a todas las naciones, a todos los credos, y ofrecer un marco de convivencia pacífica y respetuosa. Pero la masonería no era solo un ideal estático; su propósito era dinámico, un espacio de construcción constante para una sociedad más justa.
2.2 Los Discursos de Ramsay (1736-1737)
Poco más de una década después, en 1736, el caballero escocés Andrew Michael Ramsay pronunció un discurso que marcaría profundamente el destino de la masonería, especialmente en el continente europeo. El Discurso de Ramsay es recordado como uno de los manifiestos más influyentes en la historia masónica, porque planteó la idea de una fraternidad que no solo debía unir a los masones, sino también a toda la humanidad (Arrieta-López, M. (2020b).
Ramsay afirmó de manera romántica que la masonería no era una invención reciente, sino la herencia de las órdenes de caballería medievales, cuyo deber era proteger la humanidad, defender a los oprimidos y fomentar la justicia, lo anterior; pese a no poseer fundamentos comprobables, infundió nuevos bríos para los masones franceses. Este legado de hermandad no era exclusivo de Europa, sino que se proyectaba hacia un universalismo que debía unir a todas las naciones bajo los mismos principios de libertad y fraternidad. Para Ramsay, los masones eran los arquitectos de un nuevo mundo en el que los conflictos entre naciones y religiones serían superados por la unidad y la cooperación entre los hombres.
Este discurso, pronunciado en una Francia profundamente influenciada por el absolutismo monárquico, fue un llamado a la creación de una fraternidad global. Ramsay veía la masonería como un medio para lograr la unificación de los pueblos, trascendiendo los límites de los estados-nación y creando una sociedad basada en la virtud y el conocimiento.
El impacto del Discurso de Ramsay fue inmediato. Inspiró el surgimiento de nuevas perspectivas y metodologías masónicas en Francia y en otros lugares de Europa que abrazaron este ideal universalista. En un contexto donde las guerras y los conflictos religiosos dividían al continente, Ramsay planteó una utopía de cooperación global que resonó con la visión masónica de la «República Universal». Sin embargo, esta utopía sería constantemente desafiada por las tensiones y conflictos del mundo real.
3. El Universalismo en la Historia Moderna
A lo largo de la historia moderna, el concepto de universalismo ha sido un ideal constante que ha intentado unificar a la humanidad bajo principios compartidos de paz, justicia y fraternidad.
Desde el siglo XVII hasta nuestros días, diversos pensadores y eventos han buscado consolidar una visión de un mundo interconectado, donde las naciones y los individuos trascienden las divisiones políticas y culturales. El ideal masónico del universalismo ha jugado un papel importante en la defensa de estos principios, como un puente entre las aspiraciones filosóficas y las realidades políticas.
3.1 Hitos del Universalismo desde el Siglo XVII
El camino hacia un ideal universalista ha sido largo y marcado por grandes pensadores y momentos históricos que han intentado dar forma a un mundo más interconectado. Desde el siglo XVII, varios hitos filosóficos y políticos han señalado la dirección de este ideal, a menudo resonando con los valores que la masonería ha defendido: libertad, igualdad y fraternidad.
Uno de los primeros pensadores que puede considerarse precursor del universalismo fue el francés Émeric Crucé, quien en su obra Le Nouveau Cynée (1623) propuso la creación de un consejo internacional de naciones que buscaría la resolución pacífica de los conflictos. Crucé imaginó un mundo donde todas las naciones, independientemente de sus diferencias religiosas o culturales, se sentarían juntas para resolver sus problemas mediante el diálogo en lugar de la guerra. Esta visión cosmopolita de la paz influyó en muchas propuestas posteriores y resuena con la idea masónica de una fraternidad universal (Arrieta-López, 2023).
Más tarde, en el siglo XVIII, Charles-Irénée Castel, Abate de Saint-Pierre, propuso en su Proyecto para una paz perpetua (1713) un sistema de relaciones internacionales basado en la cooperación y el derecho. Saint-Pierre imaginaba una confederación de naciones europeas que resolverían sus disputas en un tribunal internacional, un precursor conceptual de lo que siglos después sería la Liga de las Naciones y, posteriormente, la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Saint-Pierre abogaba por la creación de instituciones que limitaran el poder de los estados soberanos en favor de un ideal de paz colectiva.
Siguiendo este hilo de pensamiento, Immanuel Kant, en su famoso ensayo Hacia la paz perpetua (1795), profundizó en la idea de un orden cosmopolita. Kant sostenía que la paz verdadera solo sería posible si las naciones se organizaban bajo una federación global que respetara los derechos y las libertades de todos. Kant proponía la creación de una «liga de naciones» y argumentaba que la república democrática era la única forma de gobierno que podría garantizar la paz perpetua, ya que los ciudadanos, y no los monarcas, tendrían el poder de decidir si ir a la guerra.
Un siglo después, el filósofo alemán y masón Karl Christian Friedrich Krause introdujo un concepto clave en el desarrollo del pensamiento universalista con su idea de la humanidad como una comunidad universal. Krause planteó una visión filosófica que vinculaba el desarrollo ético del individuo con el progreso de la humanidad en su conjunto, promoviendo la idea de que los seres humanos solo alcanzarían su máximo potencial si cooperaban en un marco global de respeto mutuo y fraternidad. Krause veía en la masonería una expresión tangible de este ideal, ya que las logias masónicas eran un espacio donde personas de diversas naciones y creencias se unían bajo los mismos principios éticos (Arrieta-López, 2020ª; Arrieta, 2016; Arrieta López, (2018).
A partir de las guerras napoleónicas y las revoluciones liberales del siglo XIX, estas ideas de paz universal y cooperación internacional comenzaron a tomar forma política. Aunque la Liga de las Naciones (1920) surgió como un intento temprano de formalizar una estructura global de gobernanza, su fracaso para prevenir la Segunda Guerra Mundial mostró las limitaciones de este primer experimento universalista. Sin embargo, su creación marcó un paso importante en la evolución del pensamiento hacia un mundo más interconectado.
El siglo XX también fue testigo de la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en 1945, un verdadero hito del universalismo institucional. La ONU nació como respuesta directa a los horrores de las dos guerras mundiales, con el objetivo de preservar la paz, proteger los derechos humanos y promover la cooperación entre las naciones. Los Pactos Internacionales de Derechos Humanos que se promulgaron en el marco de la ONU, especialmente la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948, representaron un avance significativo en la universalización de los derechos fundamentales (Arrieta-López, 2022).
Estos pactos, basados en el principio de que todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos, reflejan profundamente los ideales masónicos de fraternidad y libertad, y constituyen el corazón del esfuerzo universalista por construir un orden internacional basado en la justicia y la igualdad. La Carta de las Naciones Unidas, con su énfasis en la cooperación pacífica entre los estados y la resolución pacífica de los conflictos, sigue siendo una expresión moderna del universalismo, una aspiración que, a pesar de los desafíos, sigue influyendo en la política global.
Así, a lo largo de los siglos XVII al XX, hemos visto una serie de hitos que consolidaron la idea de un orden universal basado en la paz y la cooperación. Desde las primeras propuestas utópicas hasta la creación de organizaciones internacionales modernas, el ideal universalista ha encontrado formas de materializarse, aunque siempre enfrentado a las realidades políticas y a las tensiones inherentes a la soberanía estatal.
3.2 La Caída del Muro de Berlín (1989)
El 9 de noviembre de 1989, la Caída del Muro de Berlín marcó uno de los momentos más esperanzadores de la historia moderna, pero también uno de los más complejos en cuanto a la redefinición del orden mundial. Durante más de 28 años, el Muro de Berlín había simbolizado la división no solo de una ciudad y una nación, sino de todo el planeta bajo la sombría amenaza de la Guerra Fría. Esta división era un recordatorio constante del conflicto ideológico entre dos superpotencias —Estados Unidos y la Unión Soviética— y sus respectivas esferas de influencia, en lo que parecía ser un enfrentamiento eterno entre el comunismo y el capitalismo.
Durante el período de la Guerra Fría, el mundo vivió bajo la amenaza constante de la aniquilación nuclear, y el miedo a una confrontación directa entre las dos superpotencias se palpaba en cada rincón del globo. La Guerra Fría no solo dividió territorios, sino que también erosionó el ideal de un universalismo basado en la cooperación pacífica. La humanidad quedó atrapada en un juego de poder donde el equilibrio del terror fue el mecanismo de control. La construcción del Muro de Berlín en 1961 fue el testimonio más tangible de esa división, separando familias, ideas y esperanzas.
Sin embargo, en 1989, cuando los ciudadanos de Berlín, de ambos lados del muro, comenzaron a derribarlo con sus manos y herramientas, el mundo presenció algo más que el fin de una barrera física: fue el colapso del miedo, la caída de la desconfianza, y el inicio de lo que parecía una nueva era de esperanza. Este evento representó no solo la reunificación de Alemania, sino la posibilidad de que los valores de libertad y fraternidad —los mismos defendidos durante siglos por la masonería— pudieran florecer en un mundo que había estado al borde del abismo.
La caída del Muro de Berlín simbolizó el fin de la Guerra Fría, y con ello, una sensación renovada de que una era de cooperación internacional y universalismo era posible. Los años que siguieron vieron un mundo que se abrió a nuevas formas de integración global: la expansión de la Unión Europea, el surgimiento de nuevas democracias en Europa del Este, y un fortalecimiento del papel de las Naciones Unidas como mediadora de paz. Este fue, por unos años, el renacimiento del sueño universalista.
Sin embargo, la realidad posterior demostró que ese sueño sería nuevamente puesto a prueba. A medida que avanzaba el siglo XXI, nuevos conflictos y tensiones, desde el terrorismo global hasta las crisis económicas y migratorias, volvieron a amenazar la frágil esperanza de un mundo unido. A pesar de esto, la Caída del Muro de Berlín sigue siendo uno de los momentos más emblemáticos en la búsqueda del universalismo masónico, un recordatorio de que, aunque el camino hacia la fraternidad global está lleno de obstáculos, los momentos de reconciliación y unidad aún son posibles.
4. El Colapso del Sueño Universalista: El Inicio del Siglo XXI
El siglo XXI, que debería haber representado el renacimiento de los valores de paz, fraternidad y cooperación global, comenzó con una de las tragedias más devastadoras de la historia moderna: el ataque a las Torres Gemelas en Nueva York, el 11 de septiembre de 2001. Este evento no solo significó la pérdida de miles de vidas inocentes, sino que también marcó el inicio de un colapso profundo en el sueño universalista que se había construido con tanto esfuerzo en el siglo XX. A partir de este momento, el resurgimiento del miedo, las divisiones políticas y el conflicto global tomaron el centro del escenario, oscureciendo los ideales de fraternidad y orden internacional.
4.1 El Ataque a las Torres Gemelas (2001): El Siglo XXI no ha podido empezar peor...
Cuando las torres gemelas colapsaron la mañana del 11 de septiembre de 2001, también comenzaron a desmoronarse los cimientos de un orden mundial que parecía, por un breve período de tiempo, guiado por los ideales de paz y cooperación. El ataque fue un golpe inesperado, no solo contra Estados Unidos, sino contra el sentido de seguridad global que se había fortalecido tras el fin de la Guerra Fría y la Caída del Muro de Berlín. Si en los años noventa muchos imaginaron que el siglo XXI traería una era de prosperidad y concordia global, este ataque dejó claro que la era del terror había llegado.
La frase "El siglo XXI no ha podido empezar peor..." captura con precisión el sentimiento de desconcierto y desesperanza que invadió al mundo en esos días. El ataque a las Torres Gemelas desató una serie de acontecimientos que transformaron de manera radical la política internacional y las relaciones entre los estados. Desde el resurgimiento del miedo y la paranoia global hasta el incremento de las divisiones políticas y el conflicto armado, la paz —que había sido la esperanza de tantas generaciones— comenzó a parecer una quimera.
El ataque del 11 de septiembre fue el punto de partida de lo que se denominó la «guerra contra el terrorismo», una cruzada que, bajo el pretexto de eliminar las amenazas extremistas, resultó en una escalada de intervenciones militares y conflictos prolongados que minaron las instituciones internacionales y cuestionaron la capacidad de los estados de trabajar juntos para construir un mundo fraternal. En lugar de unir al mundo contra un enemigo común, el terrorismo internacional sembró desconfianza, violencia y nuevas barreras entre naciones y culturas.
En este contexto, el ideal universalista de cooperación y fraternidad, promovido por la masonería desde sus inicios, entre sus miembros, sufrió un golpe devastador. El terrorismo y las respuestas militares masivas que le siguieron no solo dividieron a las naciones, sino que también reavivaron antiguas tensiones religiosas y culturales que parecían haberse superado en el cambio de siglo. El miedo, en lugar de la razón, comenzó a dominar el discurso político y social, alimentando la retórica de «nosotros contra ellos» que tanto había dañado a la humanidad en el pasado.
El 11 de septiembre, por tanto, no solo marcó una tragedia humana, sino el colapso simbólico de la idea de un orden internacional basado en la paz. En su lugar, surgió una nueva era de conflictos globales, marcada por la intervención militar, el aumento de la vigilancia estatal y la erosión de los derechos fundamentales. Este acontecimiento abrió la puerta a una sucesión de guerras y conflictos que reforzaron aún más las divisiones globales y que desmantelaron la esperanza de un mundo unido en la fraternidad.
4.2 Las Guerras Posteriores: Afganistán, Irak y la Larga Sombra del Terrorismo Internacional
El ataque del 11 de septiembre fue solo el principio. En su estela, Estados Unidos, con el apoyo de varios aliados, lanzó las invasiones de Afganistán y de Irak, bajo la bandera de la lucha contra el terrorismo. Estas intervenciones, lejos de estabilizar la región o erradicar las amenazas extremistas, se convirtieron en conflictos prolongados que han dejado una herida abierta en el tejido político internacional.
La invasión de Afganistán, bajo el pretexto de eliminar al grupo terrorista Al Qaeda y derrocar al régimen talibán, rápidamente se transformó en una guerra sin final claro, donde la violencia, el extremismo y el sufrimiento civil se multiplicaron. Del mismo modo, la invasión de Irak, justificada por la supuesta presencia de armas de destrucción masiva, resultó en la desestabilización total de la región, el resurgimiento de movimientos extremistas como el Estado Islámico (ISIS) y una crisis humanitaria que sigue cobrando vidas hasta hoy.
Estas guerras posteriores no solo prolongaron el conflicto y el sufrimiento en Medio Oriente, sino que también contribuyeron a la erosión del ideal universalista. Las promesas de democracia y libertad que acompañaron estas intervenciones se vieron empañadas por abusos de derechos humanos, crímenes de guerra y una falta de rendición de cuentas tanto por parte de los actores internacionales como de los locales. Los ideales de libertad, igualdad y fraternidad —pilares fundamentales del universalismo masónico— se vieron debilitados a medida que el mundo se dividía aún más.
La larga sombra del terrorismo internacional se extendió más allá de las fronteras de Afganistán e Irak. En el resto del mundo, los ataques terroristas se multiplicaron en lugares como Madrid, Londres, París y Nueva York, entre otros. Cada uno de estos ataques profundizó las divisiones globales, alimentando un ciclo interminable de violencia y represalias. La respuesta de muchos estados fue el aumento de la militarización, el endurecimiento de las políticas de inmigración y la ampliación de los poderes de vigilancia, acciones que deshumanizaron y segregaron aún más a vastas comunidades.
En paralelo a estos conflictos, el ideal universalista de un mundo fraternal fue socavado por la proliferación de nuevos conflictos. Ucrania, invadida por Rusia, y Palestina, con su conflicto prolongado con Israel, se convirtieron en escenarios de guerras que reflejaban el colapso de la diplomacia internacional y la incapacidad de las instituciones globales para resolver conflictos. En lugar de ofrecer soluciones, la guerra en Ucrania revivió viejos antagonismos entre las grandes potencias, y la guerra en Palestina alimentó una narrativa de desesperanza que ha cobrado la vida de decenas miles de inocentes, sobre todo de niños, mujeres y ancianos. En este contexto, la masonería, con su ideal de fraternidad global, se enfrenta a un desafío monumental. Las guerras prolongadas y la persistencia del terrorismo han debilitado el orden mundial basado en la cooperación pacífica que tanto se buscó consolidar a lo largo del siglo XX.
Las Naciones Unidas, que alguna vez fueron vistas como el bastión de este orden, parecen impotentes frente a la magnitud de los conflictos actuales, y los acuerdos internacionales sobre derechos humanos y paz son continuamente violados sin consecuencias reales.
La larga sombra del terrorismo, las intervenciones militares y los conflictos regionales que han definido el inicio del siglo XXI han dejado al ideal universalista al borde del colapso. Sin embargo, es en estos momentos de mayor oscuridad cuando el sueño de un mundo unido en la fraternidad debe ser más defendido que nunca. A pesar de los desafíos, los principios de paz, justicia y cooperación que la masonería ha promovido a lo largo de los siglos siguen siendo la única esperanza para superar las divisiones que hoy desgarran al mundo.
5. El Presente Oscuro: Ucrania, Israel, Palestina y el Fin del Ideal Universalista
Los primeros años del siglo XXI han sido testigos de conflictos devastadores que han socavado los ideales de paz y fraternidad global. Desde la invasión de Ucrania hasta el violento conflicto entre Israel y Hamas, pasando por el auge de los populismos en Europa y América, el presente parece más oscuro que nunca. Los valores de cooperación internacional, que alguna vez fueron faros de esperanza, hoy se encuentran en crisis, mientras la violencia y la polarización dominan el panorama global.
5.1 La Guerra en Ucrania (2022)
El 24 de febrero de 2022, el mundo presenció con horror la invasión de Rusia a Ucrania, un acto que simboliza el retorno a la política de bloques y la erosión de la cooperación internacional. Este conflicto no solo revivió las tensiones entre Occidente y Rusia, sino que también desmanteló la ilusión de un mundo unificado bajo los principios de la diplomacia y el respeto mutuo.
La invasión, motivada en gran parte por los intereses expansionistas y geopolíticos de Rusia bajo el liderazgo de Vladimir Putin, representa un desafío directo al orden internacional. Las tensiones entre las potencias mundiales resurgieron, trayendo consigo la sombra de una nueva Guerra Fría, con las economías y las vidas de millones de personas pendiendo de un hilo. Los esfuerzos por mediar en el conflicto han sido insuficientes, y la guerra continúa devastando el este de Europa, generando una crisis humanitaria de proporciones alarmantes.
Lo que una vez se concibió como una oportunidad para la fraternidad y la integración europea, hoy se ve amenazado por la división y el conflicto prolongado. La ONU y otras organizaciones internacionales han sido incapaces de detener la violencia, mientras las sanciones económicas y las intervenciones militares solo agravan la situación. El resurgimiento del nacionalismo y la política de bloques ha debilitado el ideal de un mundo cooperativo, poniendo de manifiesto la fragilidad del universalismo masónico en un mundo que parece haber vuelto a las divisiones del pasado.
5.2 El Conflicto Israel-Hamas (2024)
El 7 de octubre de 2023, la violencia desatada por el ataque de Hamas contra Israel conmocionó al mundo. Este ataque, que involucró una ofensiva sin precedentes contra civiles israelíes, resultó en la matanza de personas inocentes, una verdadera barbaridad que sacudió los cimientos de la seguridad en la región. Lo ocurrido ese día no solo fue un golpe devastador para Israel, sino que marcó el inicio de una nueva fase de violencia en el conflicto israelí-palestino.
La respuesta de Israel, sin embargo, ha sido trágica. En su intento de neutralizar a Hamas, el gobierno israelí lanzó una campaña militar desproporcionada, que ha dejado una estela de destrucción masiva en la Franja de Gaza. Decenas de miles de palestinos han muerto, y la infraestructura civil ha sido devastada, sumiendo a la población en una crisis humanitaria de proporciones gigantescas. La violencia desmedida ha reavivado los debates sobre los límites del uso de la fuerza y sobre el derecho a la autodefensa frente a la necesidad de proteger vidas inocentes.
El conflicto Israel-Hamas es un claro reflejo de la fractura del ideal de paz y fraternidad global. Las masacres cometidas por Hamas y la devastadora respuesta de Israel muestran cómo los extremos y la violencia han reemplazado cualquier posibilidad de diálogo y reconciliación. En un mundo donde el extremismo se alimenta del odio, los ideales de paz se desmoronan ante la barbarie.
Este ciclo de violencia y retaliación es un recordatorio brutal de lo lejos que estamos de alcanzar un orden mundial basado en el respeto y la coexistencia pacífica. Las vidas inocentes perdidas en ambos bandos reflejan el fracaso de las instituciones internacionales para prevenir tragedias de esta magnitud. El conflicto israelí-palestino ha sido, durante décadas, un símbolo del fracaso del universalismo, y en 2024, parece más lejano que nunca un horizonte de paz duradera.
5.3 Populismos de Izquierda y Derecha en Europa y América: Un Discurso de Odio que se
Propaga como Peste
El auge del populismo en Europa y América ha exacerbado aún más la fragmentación política y ha socavado los valores de paz y fraternidad que alguna vez aspiraron a guiar el orden mundial. Tanto los populismos de izquierda como de derecha han contribuido a la propagación de un discurso de odio que se ha extendido como una peste en el panorama político global, polarizando sociedades y fomentando divisiones internas.
En América, el ascenso de figuras como Donald Trump en Estados Unidos y Jair Bolsonaro en Brasil, junto con la perpetuación del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, ha dado lugar a una retórica populista que explota los miedos y frustraciones de la ciudadanía. Estos líderes han promovido un discurso basado en el nacionalismo, el antiglobalismo y el autoritarismo, debilitando las instituciones democráticas y fomentando la división interna. Trump, por ejemplo, aprovechó el miedo a la inmigración y la desconfianza en las élites para crear una narrativa de exclusión y xenofobia que resuena en la política estadounidense.
En Argentina, el ascenso de Javier Milei, un economista y político que se autodefine como libertario, ha agregado una nueva dimensión al fenómeno populista en América Latina. Con un discurso virulento que ataca frontalmente a las instituciones del Estado, a la clase política y a cualquier ideología que no se alinee con su visión extrema del liberalismo económico, Milei ha polarizado profundamente a la sociedad argentina. Su retórica, plagada de insultos y descalificaciones, promueve un ambiente de odio hacia las estructuras democráticas y al mismo tiempo alimenta el resentimiento de sectores que se sienten abandonados por el sistema. Con propuestas radicales que incluyen la eliminación del Banco Central y una desregulación total de la economía, Milei ha capturado la frustración de una parte de la población, pero lo ha hecho sembrando división y atacando los valores fundamentales de la cooperación y el diálogo en el ámbito político.
En Europa, el populismo de derecha ha ganado terreno en países como España, con el auge de VOX, y en Italia, con líderes como Matteo Salvini. Estos movimientos, caracterizados por su retórica antiinmigrante y euroescéptica, han socavado los esfuerzos por construir una Europa más unida y solidaria. En Hungría, el primer ministro Viktor Orbán ha consolidado un régimen que desprecia las libertades civiles y promueve una política de exclusión hacia las minorías y los inmigrantes. De manera similar, en Polonia, el partido Ley y Justicia ha seguido una trayectoria similar, erosionando los valores democráticos y fomentando el rechazo a los derechos de las minorías.
En Europa Oriental, figuras como Vladimir Putin en Rusia han utilizado el populismo como una herramienta para consolidar su poder y justificar acciones autoritarias tanto dentro de su país como en el escenario internacional. Putin ha utilizado una retórica nacionalista para reforzar su legitimidad y defender una política exterior agresiva, como la invasión de Ucrania, presentándose como el defensor de los valores tradicionales rusos contra lo que él describe como la decadencia occidental. Esta narrativa populista ha permitido a Putin proyectar su influencia más allá de Rusia, desafiando directamente los principios de cooperación internacional y respeto mutuo.
En Francia, el ascenso de figuras como Marine Le Pen, líder del Rassemblement National, ha simbolizado el fortalecimiento del populismo de derecha en una de las democracias más influyentes de Europa. Le Pen ha construido su plataforma política sobre una base de nacionalismo exacerbado, rechazo a la inmigración y escepticismo hacia la Unión Europea. Su discurso, centrado en la protección de la identidad nacional y el combate a la globalización, ha logrado calar hondo en sectores de la población que se sienten marginados por las políticas tradicionales. En varias elecciones presidenciales, Le Pen ha llegado a la segunda vuelta, demostrando el amplio respaldo que tiene su retórica entre los votantes desilusionados por la clase política y económica dominante.
El populismo en Francia no es un fenómeno aislado. El Brexit, en el Reino Unido, es quizás el ejemplo más claro de cómo este tipo de movimientos ha debilitado a la Unión Europea, un proyecto que, desde su fundación, encarnaba los ideales de cooperación, unidad y paz que la masonería ha promovido históricamente. El referéndum de 2016, que resultó en la salida del Reino Unido de la UE, fue impulsado por una campaña populista basada en la xenofobia, el miedo a los inmigrantes y la promesa de recuperar la oberanía nacional. Este golpe al bloque europeo marcó un retroceso en la búsqueda de un continente unido por la fraternidad y el respeto mutuo.
El Brexit no solo debilitó la estructura política y económica de Europa, sino que también abrió la puerta a otros movimientos populistas que buscan desafiar el proyecto de integración continental. En países como Italia, España y Polonia, partidos populistas de extrema derecha han ganado terreno, replicando las tácticas y los discursos de sus homólogos británicos y franceses. El populismo ha logrado capitalizar el descontento social, utilizando el miedo al otro como una herramienta para dividir a las sociedades y debilitar las instituciones democráticas y multilaterales.
El populismo, tanto en Europa como en América, ha alimentado un discurso de odio y xenofobia que erosiona los cimientos del universalismo. Las políticas populistas han promovido la exclusión, el miedo al otro y la fragmentación social, socavando los ideales de fraternidad y cooperación global. La masonería, que ha defendido desde sus inicios un orden mundial basado en la fraternidad, se enfrenta ahora a la realidad de un mundo que se aleja cada vez más de estos principios. La peste del odio se propaga, y las sociedades se polarizan a medida que los líderes populistas continúan explotando las divisiones y los miedos en lugar de promover la unidad y el entendimiento.
Reflexión Final
La masonería, a lo largo de su historia, ha defendido los ideales de universalismo, libertad y fraternidad, pero en el mundo contemporáneo, estos principios parecen colapsar bajo el peso de las realidades políticas y geopolíticas. Hoy, el universalismo se enfrenta a la creciente
fragmentación de las sociedades, al resurgimiento de los nacionalismos y al odio promovido por los líderes populistas, erosionando los principios de fraternidad y paz. El siglo XXI, que debería haber sido un tiempo para consolidar la cooperación internacional, ha visto cómo los conflictos, la desconfianza y el extremismo destruyen cualquier esperanza de unidad global.
Las guerras, las crisis migratorias y los enfrentamientos ideológicos han debilitado el sentido de solidaridad internacional, mientras que las instituciones que una vez defendieron el diálogo y la cooperación están paralizadas por las divisiones internas. En este contexto, los ideales masónicos —basados en la construcción de un orden moral y ético universal— parecen un eco lejano de un sueño que se desvanece. Los masones han sido testigos de cómo los valores que defendieron durante siglos se desmoronan ante una política que premia el miedo y la división. Lo que alguna vez fue un faro de esperanza para la humanidad hoy enfrenta el riesgo de desaparecer en medio de la confusión global.
La masonería, históricamente, ha enfrentado crisis que la han puesto al borde de la irrelevancia, pero también ha sabido adaptarse y resurgir. Hoy, sin embargo, se encuentra ante un desafío quizás mayor que en cualquier otro momento de su historia: un mundo en decadencia, cada vez más fragmentado, donde la violencia y el populismo han deteriorado los principios de cooperación y paz. Los ideales de universalismo, libertad y fraternidad parecen perderse ante el avance de conflictos que se multiplican y se agravan. La realidad actual es innegablemente sombría, y la posibilidad de que el mundo continúe su descenso hacia la polarización y el odio es cada vez más palpable.
El colapso del universalismo que vivimos hoy, sin embargo, no tiene por qué ser el final definitivo de estos ideales. La historia de la masonería ofrece un paralelismo esperanzador. En 1717, cuando la Gran Logia Unida de Londres y Westminster fue fundada, la masonería operativa se encontraba en decadencia: el arte gótico había caído en desuso, y los masones de las logias sufrían la precariedad económica al ser desplazados por arquitectos formados en universidades. Pero de esa crisis nació un revival que transformó la masonería operativa en una sociedad especulativa centrada en principios filosóficos y morales. Lo que parecía el fin de una era se convirtió en el inicio de una nueva etapa que permitió la expansión global de la masonería.
Así como la masonería supo reinventarse en su momento de mayor debilidad, hoy el mundo también necesita un revival. Un renacimiento que recupere los valores de fraternidad, respeto y cooperación, adaptados a los desafíos del siglo XXI. No obstante, debemos reconocer que este deseo está en grave peligro de perderse. Las fuerzas que hoy impulsan la fragmentación global —el nacionalismo, la xenofobia, la falta de diálogo— son poderosas, y los esfuerzos por restaurar la unidad se ven constantemente amenazados. Pero si la masonería logró superar una crisis estructural hace más de tres siglos, ¿por qué no podría el mundo entero buscar su propio renacimiento ético y moral?
Este revival global que imaginamos no es una utopía inalcanzable, sino una posibilidad real que requiere un esfuerzo consciente y colectivo para reenfocar los valores éticos que han sido abandonados. En un mundo cada vez más fragmentado por el conflicto, la polarización y el extremismo, es esencial que las naciones, las instituciones y los individuos trabajen juntos para recuperar principios fundamentales como el respeto mutuo, la dignidad humana y la cooperación.
Este renacimiento ético demandará que los líderes políticos, las organizaciones internacionales y las sociedades civiles rechacen el odio y la violencia, y promuevan un nuevo contrato social basado en la solidaridad y el compromiso con la justicia. Solo a través de un esfuerzo global por restaurar la ética como norma general podremos superar las crisis actuales y construir un futuro más justo y pacífico para las generaciones venideras.
Milton ARRIETA-LÓPEZ
Freemasonry and the Impossible Universalism:
A Mission on the Verge of Collapse
1. Introduction
Freemasonry is much more than a philosophical or social movement. Since its inception, it has embraced the mission of guiding its members towards a horizon of Liberty, Equality, and Fraternity. These words, so often repeated that they have almost lost their resonance in our daily lives, lie at the heart of a dream that transcends time. Through its rituals, symbols, and teachings, Freemasonry stands as the bearer of a universalist vision of peaceful coexistence among all human beings.
From its early days in the 18th century, Freemasonry has advocated for a societal model in which individuals, free from the chains of tyranny, ignorance, and fanaticism, can reach their true potential. It is no coincidence that Masonic ideals align with the values that influenced the liberal revolutions in Europe and the Americas. By promoting Fraternity among its members, Freemasonry has always dreamed of extending this brotherhood beyond the walls of its lodges, envisioning a «Universal Republic,» where all nations and all men would be brothers under the mantle of reason and morality.
However, it is within this very universalist ideal that the most profound conflict of contemporary Freemasonry lies. As the 21st century unfolds, the world around us seems more fragmented than ever. The hopes for a global order based on peace and cooperation have been shaken by a series of political, economic, and social conflicts that threaten to dismantle everything that has been built. From the September 11, 2001 attacks to the recent wars in Ukraine and the Gaza Strip, the international landscape has been darkened by a growing skepticism that calls into question whether the ideals of Liberty, Equality, and Fraternity are still viable.
Can Freemasonry, with its universalist spirit, continue to be a relevant force in this world? Or are we witnessing the final collapse of a dream that began with fervor in the lodges of England and France almost three centuries ago? These questions are essential to understanding the contemporary challenges Freemasonry faces today.
2. The Philosophical Foundations of Masonic Universalism
Universality is a central principle of Freemasonry. However, this principle did not arise from nothing; it was built over time, shaped by historical milestones that gave it form and meaning. Two key moments, in particular, the Constitutions of Anderson and Desaguliers of 1723 and the Discourses of Andrew Michael Ramsay in 1736 and 1737, laid the foundation for what we now understand as the universalist ideal of Freemasonry.
2.1 The Constitutions of Anderson and Desaguliers (1723)
In 1723, the publication of the Constitutions of Anderson and Desaguliers marked a turning point for speculative Freemasonry. This document not only consolidated the structure and principles of modern Freemasonry, but also projected a vision of universal fraternity that transcended the boundaries of the lodges. The Constitutions established the concept of a “society of free men,” where each individual, regardless of origin, religion, or social status, could find a space of equality and mutual respect.
At its core, the Constitutions were a manifesto on the possibility of harmonious human coexistence, based on reason and morality. While this principle of equality and fraternity among Freemasons initially had an internal focus, its potential to influence society at large was evident. Freemasonry was not limited to being a closed club of enlightened elites, but rather it aspired to transform the social fabric itself, promoting values that could break down the religious and political barriers of the time.
In a world deeply divided by religious wars and power conflicts, the idea of a universal fraternity proposed by the Constitutions was revolutionary. Anderson and Desaguliers laid the groundwork for a Freemasonry that could speak to all nations, to all creeds, offering a framework for peaceful and respectful coexistence. However, Freemasonry was not merely a static ideal; its purpose was dynamic, a space of continuous construction for a more just society.
2.2 The Discourses of Ramsay (1736-1737)
A little more than a decade later, in 1736, the Scottish chevalier Andrew Michael Ramsay delivered a speech that would profoundly shape the future of Freemasonry, particularly on the European continent. The Discourse of Ramsay is remembered as one of the most influential manifestos in Masonic history, because it proposed the idea of a fraternity that not only united Freemasons, but also encompassed all of humanity (Arrieta-López, M. (2020b)).
Ramsay romantically asserted that Freemasonry was not a recent invention, but the legacy of medieval chivalric orders, whose duty was to protect humanity, defend the oppressed, and promote justice. Although this claim lacked verifiable foundations, it breathed new life into the French Freemasons. This legacy of brotherhood was not exclusive to Europe, but projected towards a “universalism” that sought to unite all nations under the same principles of Liberty and Fraternity. For Ramsay, Freemasons were the architects of a new world, in which conflicts between nations and religions would be overcome by the unity and cooperation of men. This speech, delivered in a France deeply influenced by monarchical absolutism, was a call for the creation of a global fraternity. Ramsay viewed Freemasonry as a means to achieve the unification of peoples, transcending the limits of nation-states and creating a society based on virtue and knowledge.
The impact of Ramsay's Discourse was immediate. It inspired the rise of new Masonic perspectives and methodologies in France and elsewhere in Europe, embracing this universalist ideal. In a context where wars and religious conflicts divided the continent, Ramsay proposed a utopia of global cooperation that resonated with the Masonic vision of the “Universal Republic.” However, this utopia would constantly be challenged by the tensions and conflicts of the real world.
3. Universalism in Modern History
Throughout modern history, the concept of universalism has been a constant ideal, striving to unify humanity under shared principles of peace, justice, and fraternity. From the 17th century to the present day, various thinkers and events have sought to consolidate a vision of an interconnected world, where nations and individuals transcend political and cultural divisions. The Masonic ideal of universalism has played a significant role in defending these principles, acting as a bridge between philosophical aspirations and political realities.
*3.1 Milestones of Universalism from the 17th Century
The path toward a universalist ideal has been long and marked by great thinkers and historical moments that have attempted to shape a more interconnected world. Since the 17th century, several philosophical and political milestones have pointed in the direction of this ideal, often resonating with the values that Freemasonry has championed: Liberty, Equality, and Fraternity. One of the earliest thinkers who can be considered a precursor of universalism was the Frenchman Émeric Crucé, who, in his work Le Nouveau Cynée (1623), proposed the creation of an international council of nations aimed at resolving conflicts through peaceful means. Crucé envisioned a world where all nations, regardless of their religious or cultural differences, would sit together to resolve their problems through dialogue instead of war. This cosmopolitan vision of peace influenced many later proposals and resonates with the Masonic idea of universal fraternity (Arrieta-López, 2023).
Later, in the 18th century, Charles-Irénée Castel, the Abbot of Saint-Pierre, in his Project for Perpetual Peace (1713), proposed a system of international relations based on cooperation and law. Saint-Pierre imagined a confederation of European nations that would resolve their disputes in an international tribunal, a conceptual precursor to what would eventually become the League of Nations and later the United Nations (UN). Saint-Pierre advocated for the creation of institutions that would limit the power of sovereign states in favor of an ideal of collective peace. Following this line of thought, Immanuel Kant, in his famous essay Perpetual Peace (1795), deepened the idea of a cosmopolitan order. Kant argued that true peace would only be possible if nations organized themselves under a global federation that respected the rights and freedoms of all. Kant proposed the creation of a "league of nations" and argued that the democratic republic was the only form of government capable of guaranteeing perpetual peace, as it would be citizens, not monarchs, who had the power to decide whether or not to go to war.
A century later, the German philosopher and Freemason Karl Christian Friedrich Krause introduced a key concept in the development of universalist thought with his idea of humanity as a universal community. Krause presented a philosophical vision that linked the ethical development of the individual with the progress of humanity as a whole, promoting the idea that humans would only reach their full potential through cooperation in a global framework of mutual respect and fraternity. Krause saw in Freemasonry a tangible expression of this ideal, as Masonic lodges were spaces where people from various nations and beliefs came together under the same ethical principles (Arrieta-López, 2020ª; Arrieta, 2016; Arrieta-López, 2018).
From the Napoleonic Wars and the liberal revolutions of the 19th century, these ideas of universal peace and international cooperation began to take political form. Although the League of Nations (1920) was an early attempt to formalize a global governance structure, its failure to prevent World War II demonstrated the limitations of this first universalist experiment. Nevertheless, its creation marked an important step in the evolution of thought toward a more interconnected world.
The 20th century also witnessed the creation of the United Nations (UN) in 1945, a true milestone of institutional universalism. The UN was born as a direct response to the horrors of the two world wars, with the goal of preserving peace, protecting human rights, and promoting cooperation among nations. The International Human Rights Covenants established within the framework of the UN, particularly the Universal Declaration of Human Rights in 1948, represented a significant advance in the universalization of fundamental rights (Arrieta-López, 2022).
These covenants, based on the principle that all human beings are born free and equal in dignity and rights, deeply reflect the Masonic ideals of fraternity and liberty and form the core of the universalist effort to build an international order based on justice and equality. The UN Charter, with its emphasis on peaceful cooperation among states and the peaceful resolution of conflicts, remains a modern expression of universalism, an aspiration that, despite challenges, continues to influence global politics.
Thus, from the 17th to the 20th century, we have seen a series of milestones that consolidated the idea of a universal order based on peace and cooperation. From the earliest utopian proposals to the creation of modern international organizations, the universalist ideal has found ways to materialize, though always confronted with political realities and the inherent tensions of state sovereignty.
3.2 The Fall of the Berlin Wall (1989)
On November 9, 1989, the Fall of the Berlin Wall marked one of the most hopeful moments in modern history, but also one of the most complex in terms of redefining the world order. For over 28 years, the Berlin Wall had symbolized the division not only of a city and a nation, but of the entire planet under the looming threat of the Cold War. This division was a constant reminder of the ideological conflict between two superpowers—the United States and the Soviet Union—and their respective spheres of influence, in what seemed to be an eternal confrontation between communism and capitalism.
During the Cold War, the world lived under the constant threat of nuclear annihilation, and the fear of direct confrontation between the two superpowers was palpable in every corner of the globe. The Cold War not only divided territories but also eroded the ideal of universalism based on peaceful cooperation. Humanity was trapped in a power game where the balance of terror served as the mechanism of control. The construction of the Berlin Wall in 1961 was the most tangible testimony to that division, separating families, ideas, and hopes.
However, in 1989, when citizens of Berlin, from both sides of the wall, began tearing it down with their hands and tools, the world witnessed something more than the fall of a physical barrier: it was the collapse of fear, the fall of distrust, and the beginning of what seemed to be a new era of hope. This event represented not only the reunification of Germany but also the possibility that the values of Liberty and Fraternity—the very ones defended for centuries by Freemasonry—could flourish in a world that had stood on the brink of the abyss.
The fall of the Berlin Wall symbolized the end of the Cold War, and with it, a renewed sense that an era of international cooperation and universalism was possible. The years that followed saw a world opening up to new forms of global integration: the expansion of the European Union, the rise of new democracies in Eastern Europe, and a strengthening of the United Nations' role as a mediator for peace. For a few years, this was the rebirth of the universalist dream.
However, the subsequent reality showed that this dream would once again be put to the test. As the 21st century advanced, new conflicts and tensions—from global terrorism to economic and migration crises—once again threatened the fragile hope of a united world. Despite this, the Fall of the Berlin Wall remains one of the most emblematic moments in the pursuit of Masonic universalism, a reminder that, although the path toward global fraternity is fraught with obstacles, moments of reconciliation and unity are still possible.
4. The Collapse of the Universalist Dream: The Beginning of the 21st Century
The 21st century, which should have represented the rebirth of the values of peace, fraternity, and global cooperation, began with one of the most devastating tragedies in modern history: the attack on the Twin Towers in New York on September 11, 2001. This event not only resulted in the loss of thousands of innocent lives but also marked the beginning of a deep collapse in the universalist dream that had been built with such effort during the 20th century. From that moment on, the resurgence of fear, political divisions, and global conflict took center stage, overshadowing the ideals of fraternity and international order.
4.1 The Attack on the Twin Towers (2001): The 21st Century Could Not Have Started Worse...
When the Twin Towers collapsed on the morning of September 11, 2001, the foundations of a world order that, for a brief period, seemed to be guided by ideals of peace and cooperation also began to crumble. The attack was an unexpected blow, not only against the United States but against the sense of global security that had strengthened after the Cold War and the Fall of the Berlin Wall. If, in the 1990s, many had imagined that the 21st century would bring an era of prosperity and global harmony, this attack made it clear that the era of terror had arrived.
The phrase "The 21st century could not have started worse..." accurately captures the feeling of confusion and despair that invaded the world in those days. The attack on the Twin Towers unleashed a series of events that radically transformed international politics and relations between states. From the resurgence of fear and global paranoia to the increase in political divisions and armed conflict, peace — which had been the hope of so many generations — began to seem like an illusion.
The September 11 attack was the starting point for what became known as the "War on Terror" a crusade that, under the pretext of eliminating extremist threats, resulted in an escalation of military interventions and prolonged conflicts that undermined international institutions and questioned the capacity of states to work together to build a fraternal world. Instead of uniting the world against a common enemy, international terrorism sowed distrust, violence, and new barriers between nations and cultures.
In this context, the universalist ideal of cooperation and fraternity, promoted by Freemasonry since its inception among its members, suffered a devastating blow. Terrorism and the massive military responses that followed not only divided nations but also reignited ancient religious and cultural tensions that seemed to have been overcome at the turn of the century. Fear, rather than reason, began to dominate political and social discourse, fueling the rhetoric of "us versus them" that had so deeply wounded humanity in the past.
Thus, September 11 not only marked a human tragedy but also symbolized the collapse of the idea of an international order based on peace. In its place, a new era of global conflicts emerged, marked by military intervention, increased state surveillance, and the erosion of fundamental rights. This event opened the door to a succession of wars and conflicts that further deepened global divisions and dismantled the hope of a world united in fraternity.
4.2 The Subsequent Wars: Afghanistan, Iraq, and the Long Shadow of International Terrorism
The September 11 attack was only the beginning. In its aftermath, the United States, with the support of several allies, launched the invasions of Afghanistan and Iraq, under the banner of the war on terror. These interventions, far from stabilizing the region or eradicating extremist threats, became prolonged conflicts that left an open wound in the fabric of international politics.
The invasion of Afghanistan, under the pretext of eliminating the terrorist group Al Qaeda and overthrowing the Taliban regime, quickly turned into a war with no clear end, where violence, extremism, and civilian suffering multiplied. Similarly, the invasion of Iraq, justified by the alleged presence of weapons of mass destruction, resulted in the complete destabilization of the region, the resurgence of extremist movements like the Islamic State (ISIS), and a humanitarian crisis that continues to claim lives to this day.
These subsequent wars not only prolonged conflict and suffering in the Middle East but also contributed to the erosion of the universalist ideal. The promises of democracy and freedom that accompanied these interventions were overshadowed by human rights abuses, war crimes, and a lack of accountability on the part of both international and local actors. The ideals of Liberty, Equality, and Fraternity — fundamental pillars of Masonic universalism — were weakened as the world became even more divided.
The long shadow of international terrorism extended beyond the borders of Afghanistan and Iraq. Across the world, terrorist attacks multiplied in cities like Madrid, London, Paris, and New York, among others. Each of these attacks deepened global divisions, fueling an endless cycle of violence and reprisals. The response of many states was to increase militarization, harden immigration policies, and expand surveillance powers, actions that further dehumanized and segregated vast communities.
In parallel with these conflicts, the universalist ideal of a fraternal world was undermined by the proliferation of new conflicts. Ukraine, invaded by Russia, and Palestine, with its prolonged conflict with Israel, became battlegrounds that reflected the collapse of international diplomacy and the inability of global institutions to resolve conflicts. Instead of offering solutions, the war in Ukraine revived old antagonisms between major powers, and the war in Palestine fueled a narrative of despair that has claimed the lives of tens of thousands of innocent people, particularly children, women, and the elderly.
In this context, Freemasonry, with its ideal of global fraternity, faces a monumental challenge. The prolonged wars and the persistence of terrorism have weakened the world order based on peaceful cooperation, which had been so painstakingly consolidated throughout the 20th century. The United Nations, once seen as the bastion of this order, now seems powerless in the face of the magnitude of current conflicts, and international agreements on human rights and peace are continuously violated without real consequences.
The long shadow of terrorism, military interventions, and regional conflicts that have defined the beginning of the 21st century have left the universalist ideal on the brink of collapse. However, it is in these moments of deepest darkness that the dream of a world united in fraternity must be defended more than ever. Despite the challenges, the principles of peace, justice, and cooperation that Freemasonry has championed throughout the centuries remain the only hope for overcoming the divisions that tear the world apart today.
5. The Dark Present: Ukraine, Israel, Palestine, and the End of the Universalist Ideal
The early years of the 21st century have witnessed devastating conflicts that have undermined the ideals of global peace and fraternity. From the invasion of Ukraine to the violent conflict between Israel and Hamas, and the rise of populism in Europe and America, the present seems darker than ever. The values of international cooperation, which were once beacons of hope, are now in crisis, as violence and polarization dominate the global landscape.
5.1 The War in Ukraine (2022)
On February 24, 2022, the world watched in horror as Russia invaded Ukraine, an act that symbolized the return to bloc politics and the erosion of international cooperation. This conflict not only reignited tensions between the West and Russia, but also dismantled the illusion of a world unified under the principles of diplomacy and mutual respect.
The invasion, largely driven by Russia’s expansionist and geopolitical interests under the leadership of Vladimir Putin, represents a direct challenge to the international order. Tensions between global powers have resurfaced, casting the shadow of a new Cold War, with the economies and lives of millions of people hanging in the balance. Efforts to mediate the conflict have been insufficient, and the war continues to devastate Eastern Europe, generating a humanitarian crisis of alarming proportions.
What was once seen as an opportunity for European fraternity and integration is now threatened by division and prolonged conflict. The UN and other international organizations have been unable to stop the violence, while economic sanctions and military interventions only exacerbate the situation. The resurgence of nationalism and bloc politics has weakened the ideal of a cooperative world, highlighting the fragility of Masonic universalism in a world that seems to have returned to the divisions of the past.
5.2 The Israel-Hamas Conflict (2024)
On October 7, 2023, the violence unleashed by Hamas's attack on Israel shocked the world. This attack, which involved an unprecedented offensive against Israeli civilians, resulted in the massacre of innocent people, a true atrocity that shook the foundations of security in the region. What occurred that day was not only a devastating blow to Israel but also marked the beginning of a new phase of violence in the Israel-Palestine conflict.
However, Israel's response has been equally tragic. In its attempt to neutralize Hamas, the Israeli
government launched a disproportionate military campaign, leaving a trail of massive destruction in the Gaza Strip. Tens of thousands of Palestinians have died, and civilian infrastructure has been devastated, plunging the population into a humanitarian crisis of colossal proportions. The unchecked violence has reignited debates about the limits of the use of force and the right to self- defense in the face of the need to protect innocent lives.
The Israel-Hamas conflict is a clear reflection of the breakdown of the ideal of global peace and fraternity. The massacres committed by Hamas and Israel’s devastating response demonstrate how extremism and violence have replaced any possibility of dialogue and reconciliation. In a world where extremism is fueled by hatred, the ideals of peace collapse in the face of barbarity. This cycle of violence and retaliation is a brutal reminder of how far we are from achieving a world order based on respect and peaceful coexistence. The innocent lives lost on both sides reflect the failure of international institutions to prevent tragedies of this magnitude. The Israel- Palestine conflict has long been a symbol of the failure of universalism, and in 2024, a lasting peace seems more distant than ever.
5.3 Populism of the Left and Right in Europe and America: A Discourse of Hate Spreading Like a Plague
The rise of populism in Europe and America has further exacerbated political fragmentation and has undermined the values of peace and fraternity that once aimed to guide the world order. Both left- and right-wing populism have contributed to the spread of a discourse of hate, which has spread like a plague across the global political landscape, polarizing societies and fostering internal divisions.
In America, the rise of figures like Donald Trump in the United States and Jair Bolsonaro in Brazil, along with the continuation of Nicolás Maduro’s regime in Venezuela, has given rise to a populist rhetoric that exploits the fears and frustrations of citizens. These leaders have promoted a discourse based on nationalism, anti-globalism, and authoritarianism, weakening democratic institutions and fostering internal division. Trump, for example, capitalized on fear of immigration and distrust in elites to create a narrative of exclusion and xenophobia that still resonates in U.S. politics.
In Argentina, the rise of Javier Milei, an economist and politician who identifies as libertarian, has added a new dimension to the populist phenomenon in Latin America. With a virulent discourse that directly attacks state institutions, the political class, and any ideology that does not align with his extreme vision of economic liberalism, Milei has deeply polarized Argentine society. His rhetoric, rife with insults and disqualifications, promotes an atmosphere of hatred towards democratic structures while feeding the resentment of sectors who feel abandoned by the system. With radical proposals such as the elimination of the Central Bank and complete deregulation of the economy, Milei has captured the frustration of part of the population, but at the cost of sowing division and attacking the fundamental values of cooperation and dialogue in the political sphere.
In Europe, right-wing populism has gained ground in countries like Spain, with the rise of VOX, and in Italy, with leaders like Matteo Salvini. These movements, characterized by their anti- immigrant and Eurosceptic rhetoric, have undermined efforts to build a more united and solidaristic Europe. In Hungary, Prime Minister Viktor Orbán has consolidated a regime that disregards civil liberties and promotes a policy of exclusion towards minorities and immigrants. Similarly, in Poland, the Law and Justice Party has followed a similar trajectory, eroding democratic values and fostering the rejection of minority rights.
In Eastern Europe, figures like Vladimir Putin in Russia have used populism as a tool to consolidate power and justify authoritarian actions both domestically and on the international stage. Putin has used nationalist rhetoric to bolster his legitimacy and defend an aggressive foreign policy, such as the invasion of Ukraine, presenting himself as the defender of traditional Russian values against what he describes as Western decadence. This populist narrative has allowed Putin to project his influence beyond Russia, directly challenging the principles of international cooperation and mutual respect.
In France, the rise of figures like Marine Le Pen, leader of the Rassemblement National, has symbolized the strengthening of right-wing populism in one of Europe’s most influential democracies. Le Pen has built her political platform on a foundation of exacerbated nationalism, rejection of immigration, and skepticism towards the European Union. Her discourse, focused on protecting national identity and combating globalization, has resonated deeply with sectors of the population who feel marginalized by traditional policies. In several presidential elections, Le Pen has reached the second round, demonstrating the broad support her rhetoric has among voters disillusioned by the dominant political and economic classes.
Populism in France is not an isolated phenomenon. Brexit, in the United Kingdom, is perhaps the clearest example of how these types of movements have weakened the European Union, a project that, since its foundation, embodied the ideals of cooperation, unity, and peace that Freemasonry has historically promoted. The 2016 referendum, which resulted in the UK's departure from the EU, was driven by a populist campaign based on xenophobia, fear of immigrants, and the promise of reclaiming national sovereignty. This blow to the European bloc marked a step backward in the pursuit of a continent united by fraternity and mutual respect.
Brexit not only weakened Europe’s political and economic structure but also opened the door to other populist movements seeking to challenge the continental integration project. In countries like Italy, Spain, and Poland, far-right populist parties have gained ground, replicating the tactics and rhetoric of their British and French counterparts. Populism has successfully capitalized on social discontent, using fear of the other as a tool to divide societies and weaken democratic and multilateral institutions.
Populism, both in Europe and America, has fueled a discourse of hatred and xenophobia that erodes the foundations of universalism. Populist policies have promoted exclusion, fear of the other, and social fragmentation, undermining the ideals of fraternity and global cooperation. Freemasonry, which has defended a world order based on fraternity since its inception, now faces the reality of a world moving further away from these principles. The plague of hatred is spreading, and societies are becoming polarized as populist leaders continue to exploit divisions and fears instead of promoting unity and understanding.
Final Reflection
Throughout its history, Freemasonry has upheld the ideals of universalism, liberty, and fraternity, but in the contemporary world, these principles seem to be collapsing under the weight of political and geopolitical realities. Today, universalism is facing growing societal fragmentation, the resurgence of nationalisms, and the hatred promoted by populist leaders, eroding the principles of fraternity and peace. The 21st century, which should have been a time to consolidate international cooperation, has instead witnessed conflicts, mistrust, and extremism destroying any hope of global unity.
Wars, migratory crises, and ideological clashes have weakened the sense of international solidarity, while institutions that once defended dialogue and cooperation are now paralyzed by internal divisions. In this context, Masonic ideals—based on the construction of a universal moral and ethical order—seem to be a distant echo of a dream that is fading. Freemasons have witnessed how the values they defended for centuries are crumbling in the face of a political landscape that rewards fear and division. What was once a beacon of hope for humanity today faces the risk of disappearing amidst global confusion.
Historically, Freemasonry has faced crises that pushed it to the brink of irrelevance, yet it has always adapted and reemerged. Today, however, it faces perhaps the greatest challenge in its history: a world in decline, increasingly fragmented, where violence and populism have eroded the principles of cooperation and peace. The ideals of universalism, liberty, and fraternity seem to be lost in the advance of multiplying and escalating conflicts. The current reality is undeniably bleak, and the possibility that the world will continue its descent into polarization and hatred is becoming more and more palpable.
The collapse of universalism we are witnessing today does not, however, have to mark the definitive end of these ideals. The history of Freemasonry offers a hopeful parallel. In 1717, when the United Grand Lodge of London and Westminster was founded, operative Freemasonry was in decline: Gothic art had fallen out of use, and the masons of the lodges were economically marginalized as they were displaced by architects trained in universities. Yet from that crisis arose a revival that transformed operative Freemasonry into a speculative society centered on philosophical and moral principles. What seemed like the end of an era became the beginning of a new stage that allowed Freemasonry to expand globally.
Just as Freemasonry was able to reinvent itself in its moment of greatest weakness, today the world also needs a revival. A renaissance that recovers the values of fraternity, respect, and cooperation, adapted to the challenges of the 21st century. However, we must recognize that this desire is in grave danger of being lost. The forces driving global fragmentation today—nationalism, xenophobia, and lack of dialogue—are powerful, and efforts to restore unity are constantly being threatened. But if Freemasonry was able to overcome a structural crisis more than three centuries ago, why couldn't the entire world seek its own ethical and moral revival?
This global revival we envision is not an unattainable utopia, but a real possibility that requires a conscious and collective effort to refocus the ethical values that have been abandoned. In a world increasingly fragmented by conflict, polarization, and extremism, it is essential that nations, institutions, and individuals work together to recover fundamental principles such as mutual respect, human dignity, and cooperation. This ethical renaissance will require political leaders, international organizations, and civil societies to reject hatred and violence, and to promote a new social contract based on solidarity and a commitment to justice. Only through a global effort to restore ethics as a general standard will we be able to overcome the current crises and build a more just and peaceful future for future generations.
Milton ARRIETA-LÓPEZ
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La franc-maçonnerie face à l'universalisme impossible : Une mission sur le point de s'effondrer
1. Introduction
La franc-maçonnerie est bien plus qu'un mouvement philosophique ou social. C'est une institution qui, dès sa création, a adopté la mission de guider ses membres vers un horizon de liberté, égalité et fraternité. Ces mots, si souvent répétés qu'ils ont presque perdu leur résonance dans notre quotidien, sont le cœur d'un rêve qui transcende le temps. La franc-maçonnerie, à travers ses rituels, ses symboles et ses enseignements, s'érige en tant que porteuse d';une vision universaliste de la coexistence pacifique entre tous les êtres humains.
Dès ses premiers pas au XVIIIe siècle, la franc-maçonnerie a défendu un modèle de société dans
lequel l'être humain, libéré des chaînes de la tyrannie, de l'ignorance et du fanatisme, peut
réaliser son véritable potentiel. Il n'est pas surprenant que les idéaux maçonniques coïncident
avec les valeurs qui ont influencé les révolutions libérales en Europe et en Amérique. En
promouvant la fraternité entre ses membres, la franc-maçonnerie a toujours rêvé d'étendre cette
fraternité au-delà des murs de ses loges, imaginant une "République Universelle" où toutes les nations et tous les hommes seraient frères, sous l';égide de la raison et de la morale.
Cependant, c'est précisément dans cet idéal universaliste que réside le conflit le plus profond de
la franc-maçonnerie contemporaine. Alors que le XXIe siècle avance, le monde qui nous entoure
semble plus fragmenté que jamais. Les espoirs d'un ordre mondial fondé sur la paix et la
coopération ont été ébranlés par une série de conflits politiques, économiques et sociaux qui
menacent de démanteler tout ce qui avait été construit. Depuis les attentats du 11 septembre 2001
jusqu'aux récentes guerres en Ukraine et dans la bande de Gaza, la scène internationale s'est teintée d'un scepticisme qui remet en question la viabilité des idéaux de liberté, d'égalité et de fraternité.
La franc-maçonnerie, avec son esprit universaliste, peut-elle encore être une force pertinente
dans ce monde ? Ou assistons-nous au dernier effondrement d'un rêve qui a commencé avec
ferveur dans les loges d'Angleterre et de France il y a près de trois siècles ? Ces questions sont
essentielles pour comprendre le défi contemporain auquel la franc-maçonnerie est confrontée.
2. Les Fondements Philosophiques de l’Universalisme Maçonnique
L’universalité est un principe central de la franc-maçonnerie. Cependant, ce principe n'est pas né
de rien, mais s'est construit au fil du temps, à travers des jalons historiques qui lui ont donné
forme et sens. Deux moments en particulier, les Constitutions d’Anderson et de Desaguliers de 1723 et les Discours d’Andrew Michael Ramsay de 1736 et 1737, ont posé les bases de ce que
nous comprenons aujourd’hui comme l’idéal universaliste de la franc-maçonnerie.
2.1 Les Constitutions d'Anderson et de Desaguliers (1723)
En 1723, la publication des Constitutions d'Anderson et de Desaguliers a marqué un tournant
pour la franc-maçonnerie spéculative. Ce document n'a pas seulement consolidé la structure et
les principes de la franc-maçonnerie moderne, mais il a également projeté une vision de
fraternité universelle qui transcendait les frontières des loges. Les Constitutions ont établi le
concept d'une « société d’hommes libres », où chaque individu, indépendamment de son origine,
de sa religion ou de son statut social, pouvait trouver un espace d'égalité et de respect mutuel.
Dans son essence, les Constitutions étaient un manifeste sur la possibilité d'une coexistence
humaine harmonieuse, fondée sur la raison et la morale. Bien que ce principe d'égalité et de
fraternité entre les francs-maçons ait d'abord eu une orientation interne, son potentiel à influencer la société dans son ensemble était évident. La franc-maçonnerie ne se limitait pas à être un club fermé d'élites éclairées, mais aspirait à transformer le tissu social lui-même, en promouvant des valeurs capables de briser les barrières religieuses et politiques de l'époque.
Dans un monde profondément divisé par des guerres religieuses et des conflits de pouvoir, l'idée
d'une fraternité universelle proposée par les Constitutions était révolutionnaire. Anderson et
Desaguliers ont jeté les bases d'une franc-maçonnerie qui pouvait s’adresser à toutes les nations,
à toutes les croyances, et offrir un cadre de coexistence pacifique et respectueuse. Mais la franc-
maçonnerie n'était pas seulement un idéal statique ; son but était dynamique, un espace de
construction permanente pour une société plus juste.
2.2 Les Discours de Ramsay (1736-1737)
Un peu plus d'une décennie plus tard, en 1736, le chevalier écossais Andrew Michael Ramsay
prononça un discours qui marquera profondément le destin de la franc-maçonnerie, notamment
sur le continent européen. Le Discours de Ramsay est resté dans l’histoire comme l'un des
manifestes les plus influents de la franc-maçonnerie, car il proposait l'idée d'une fraternité qui devait non seulement unir les francs-maçons, mais aussi toute l'humanité (Arrieta-López, M.
(2020b)).
Ramsay affirma de manière romantique que la franc-maçonnerie n'était pas une invention
récente, mais l’héritage des ordres chevaleresques médiévaux, dont le devoir était de protéger
l'humanité, défendre les opprimés et promouvoir la justice. Bien que cela ne reposât pas sur des
fondements vérifiables, cette idée insuffla un nouvel élan aux francs-maçons français. Cet
héritage de fraternité n'était pas exclusif à l'Europe, mais se projetait vers un « universalisme » qui devait unir toutes les nations sous les mêmes principes de liberté et de fraternité.
Pour Ramsay, les francs-maçons étaient les architectes d’un nouveau monde, dans lequel les conflits
entre nations et religions seraient surmontés par l'unité et la coopération entre les hommes.
Ce discours, prononcé dans une France profondément influencée par l'absolutisme monarchique,
fut un appel à la création d'une fraternité globale. Ramsay voyait la franc-maçonnerie comme un moyen d'atteindre l'unification des peuples, transcendant les limites des États-nations et créant une société fondée sur la vertu et la connaissance.
L'impact du Discours de Ramsay fut immédiat. Il inspira l’émergence de nouvelles perspectives
et méthodes maçonniques en France et dans d'autres régions d'Europe qui adoptèrent cet idéal
universaliste. Dans un contexte où les guerres et les conflits religieux divisaient le continent,
Ramsay proposa une utopie de coopération mondiale qui résonna avec la vision maçonnique de
la "République Universelle". Cependant, cette utopie serait constamment mise à l’épreuve par les tensions et les conflits du monde réel.
3. L'Universalisme dans l'Histoire Moderne
Tout au long de l'histoire moderne, le concept d'universalisme a été un idéal constant visant à unifier l'humanité autour de principes partagés de paix, de justice et de fraternité. Depuis le XVIIe siècle jusqu'à nos jours, divers penseurs et événements ont cherché à consolider une vision d'un monde interconnecté, où les nations et les individus transcendent les divisions politiques et culturelles. L'idéal maçonnique de l'universalisme a joué un rôle important dans la défense de ces principes, servant de pont entre les aspirations philosophiques et les réalités politiques.
3.1 Jalons de l'Universalisme depuis le XVIIe siècle
Le chemin vers un idéal universaliste a été long et marqué par de grands penseurs et des
moments historiques qui ont tenté de façonner un monde plus interconnecté. Depuis le XVIIe
siècle, plusieurs jalons philosophiques et politiques ont tracé la voie de cet idéal, résonnant
souvent avec les valeurs que la franc-maçonnerie a défendues : liberté, égalité et fraternité.
L'un des premiers penseurs que l'on peut considérer comme précurseur de l'universalisme est le Français Émeric Crucé, qui, dans son ouvrage Le Nouveau Cynée (1623), proposa la création d'un conseil international des nations qui chercherait à résoudre pacifiquement les conflits. Crucé imaginait un monde où toutes les nations, indépendamment de leurs différences religieuses ou culturelles, se réuniraient pour résoudre leurs problèmes par le dialogue plutôt que par la guerre.
Cette vision cosmopolite de la paix a influencé de nombreuses propositions ultérieures et résonne
avec l'idée maçonnique d'une fraternité universelle (Arrieta-López, 2023).
Plus tard, au XVIIIe siècle, Charles-Irénée Castel, abbé de Saint-Pierre, proposa dans son Projet
pour une paix perpétuelle (1713) un système de relations internationales fondé sur la coopération
et le droit. Saint-Pierre imaginait une confédération de nations européennes qui résoudraient
leurs différends devant un tribunal international, un précurseur conceptuel de ce qui deviendrait
des siècles plus tard la Société des Nations puis, par la suite, l'Organisation des Nations Unies
(ONU). Saint-Pierre plaidait pour la création d'institutions limitant le pouvoir des États
souverains en faveur d'un idéal de paix collective.
Dans la même veine, Immanuel Kant, dans son célèbre essai Vers la paix perpétuelle (1795),
approfondit l'idée d'un ordre cosmopolite. Kant soutenait que la paix véritable ne serait possible que si les nations s'organisaient sous une fédération globale respectant les droits et libertés de chacun. Kant proposait la création d'une « ligue des nations » et affirmait que la république démocratique était la seule forme de gouvernement susceptible de garantir la paix perpétuelle, car les citoyens, et non les monarques, décideraient s'ils devaient partir en guerre.
Un siècle plus tard, le philosophe allemand et franc-maçon Karl Christian Friedrich Krause
introduisit un concept clé dans le développement de la pensée universaliste avec son idée de
l'humanité comme une communauté universelle. Krause développa une vision philosophique qui
liait le développement éthique de l'individu au progrès de l'humanité dans son ensemble,
promouvant l'idée que les êtres humains n'atteindraient leur plein potentiel que s'ils coopéraient dans un cadre mondial de respect mutuel et de fraternité. Krause voyait dans la franc-maçonnerie une expression tangible de cet idéal, car les loges maçonniques étaient un espace où des
personnes de différentes nations et croyances se réunissaient sous les mêmes principes éthiques
(Arrieta-López, 2020ª ; Arrieta, 2016 ; Arrieta López, 2018).
À partir des guerres napoléoniennes et des révolutions libérales du XIXe siècle, ces idées de paix
universelle et de coopération internationale commencèrent à prendre forme politiquement. Bien
que la Société des Nations (1920) ait vu le jour en tant que tentative précoce de formaliser une
structure mondiale de gouvernance, son échec à prévenir la Seconde Guerre mondiale révéla les
limites de ce premier projet universaliste. Néanmoins, sa création marqua une étape importante
dans l'évolution de la pensée vers un monde plus interconnecté.
Le XXe siècle a également été témoin de la création de l'Organisation des Nations Unies (ONU)
en 1945, un véritable jalon de l'universalisme institutionnel. L'ONU est née en réponse directe aux horreurs des deux guerres mondiales, avec pour objectif de préserver la paix, de protéger les droits de l'homme et de promouvoir la coopération entre les nations. Les Pactes Internationauxdes Droits de l'Homme, promulgués dans le cadre de l'ONU, en particulier la Déclaration Universelle des Droits de l'Homme de 1948, représentèrent une avancée significative dans l'universalisation des droits fondamentaux (Arrieta-López, 2022).
Ces pactes, basés sur le principe que tous les êtres humains naissent libres et égaux en dignité et
en droits, reflètent profondément les idéaux maçonniques de fraternité et de liberté, et constituent
le cœur de l'effort universaliste pour construire un ordre international fondé sur la justice et
l'égalité. La Charte des Nations Unies, avec son accent sur la coopération pacifique entre les
États et la résolution pacifique des conflits, reste une expression moderne de l'universalisme, une aspiration qui, malgré les défis, continue d'influencer la politique mondiale.
Ainsi, tout au long des XVIIe au XXe siècles, nous avons vu une série de jalons qui ont
consolidé l'idée d'un ordre universel fondé sur la paix et la coopération. Des premières
propositions utopiques à la création d'organisations internationales modernes, l'idéal universaliste a trouvé des moyens de se matérialiser, bien qu'il soit toujours confronté aux réalités politiques et aux tensions inhérentes à la souveraineté des États.
3.2 La Chute du Mur de Berlin (1989)
Le 9 novembre 1989, la chute du Mur de Berlin marqua l'un des moments les plus porteurs
d'espoir de l'histoire moderne, mais aussi l'un des plus complexes quant à la redéfinition de l'ordre mondial. Pendant plus de 28 ans, le Mur de Berlin avait symbolisé la division non seulement d'une ville et d'une nation, mais de l'ensemble de la planète sous la sombre menace de la Guerre froide. Cette division était un rappel constant du conflit idéologique entre deux superpuissances — les États-Unis et l'Union soviétique — et de leurs sphères d'influence respectives, dans ce qui semblait être un affrontement éternel entre le communisme et le capitalisme.
Pendant la période de la Guerre froide, le monde vivait sous la menace constante de l'anéantissement nucléaire, et la peur d'une confrontation directe entre les deux superpuissances se faisait sentir dans chaque coin du globe. La Guerre froide ne se contentait pas de diviser les territoires, elle érodait également l'idéal d'un universalisme fondé sur la coopération pacifique.
L'humanité était prise au piège dans un jeu de pouvoir où l'équilibre de la terreur servait de
mécanisme de contrôle. La construction du Mur de Berlin en 1961 fut le témoignage le plus
tangible de cette division, séparant des familles, des idées et des espoirs.
Cependant, en 1989, lorsque les citoyens de Berlin, des deux côtés du mur, commencèrent à le
démanteler à mains nues et avec des outils, le monde assista à quelque chose de plus que la fin
d'une barrière physique : ce fut l'effondrement de la peur, la chute de la méfiance, et le début de ce qui semblait être une nouvelle ère d'espoir. Cet événement représenta non seulement la réunification de l'Allemagne, mais aussi la possibilité que les valeurs de liberté et de fraternité —les mêmes défendues pendant des siècles par la franc-maçonnerie — puissent s'épanouir dans un monde qui avait été au bord du gouffre.
La chute du Mur de Berlin symbolisa la fin de la Guerre froide, et avec elle, une sensation
renouvelée qu'une ère de coopération internationale et d'universalisme était possible. Les années qui suivirent virent un monde s'ouvrir à de nouvelles formes d'intégration mondiale : l'expansion de l'Union européenne, l'émergence de nouvelles démocraties en Europe de l'Est, et un renforcement du rôle des Nations Unies en tant que médiatrice de paix. Ce fut, pendant quelques années, la renaissance du rêve universaliste.
Cependant, la réalité postérieure montra que ce rêve serait à nouveau mis à l'épreuve. À mesure
que le XXIe siècle avançait, de nouveaux conflits et tensions, du terrorisme mondial aux crises
économiques et migratoires, revinrent menacer le fragile espoir d'un monde uni. Malgré cela, la
chute du Mur de Berlin reste l'un des moments les plus emblématiques dans la quête de
l'universalisme maçonnique, un rappel que, bien que le chemin vers la fraternité mondiale soit
semé d'obstacles, les moments de réconciliation et d'unité sont encore possibles.
4. L'Effondrement du Rêve Universaliste : Le Début du XXIe Siècle
Le XXIe siècle, qui aurait dû représenter la renaissance des valeurs de paix, de fraternité et de
coopération mondiale, a commencé par l'une des tragédies les plus dévastatrices de l'histoire moderne : l'attaque contre les Tours Jumelles à New York, le 11 septembre 2001.
Cet événement ne signifia pas seulement la perte de milliers de vies innocentes, mais marqua également le début d'un effondrement profond du rêve universaliste qui avait été construit avec tant d'efforts au XXe siècle. À partir de ce moment, la résurgence de la peur, des divisions politiques et des conflits mondiaux prit le devant de la scène, assombrissant les idéaux de fraternité et d'ordre international.
4.1 L'Attentat contre les Tours Jumelles (2001) : Le XXIe Siècle ne pouvait pas plus mal commencer...
Lorsque les tours jumelles s'effondrèrent dans la matinée du 11 septembre 2001, les fondations
d'un ordre mondial qui semblait, pour une courte période, guidé par les idéaux de paix et de
coopération, commencèrent également à s'effondrer. L'attaque fut un coup inattendu, non
seulement contre les États-Unis, mais contre le sentiment de sécurité globale qui s'était renforcé
après la fin de la Guerre froide et la chute du Mur de Berlin. Si, dans les années 90, beaucoup
imaginaient que le XXIe siècle apporterait une ère de prospérité et de concorde mondiale, cet
attentat révéla clairement que l'ère de la terreur avait commencé.
La phrase « Le XXIe siècle ne pouvait pas plus mal commencer... » capture avec précision le
sentiment de confusion et de désespoir qui envahit le monde à cette époque. L'attaque contre les
Tours Jumelles déclencha une série d'événements qui transformèrent radicalement la politique
internationale et les relations entre les États. De la résurgence de la peur et de la paranoïa mondiale à l'augmentation des divisions politiques et des conflits armés, la paix — qui avait été l'espoir de tant de générations — commença à paraître illusoire.
L'attentat du 11 septembre fut le point de départ de ce que l'on appela la « guerre contre le
terrorisme », une croisade qui, sous prétexte d'éliminer les menaces extrémistes, aboutit à une
escalade des interventions militaires et des conflits prolongés qui minèrent les institutions
internationales et remirent en question la capacité des États à travailler ensemble pour construire
un monde fraternel. Au lieu de rassembler le monde contre un ennemi commun, le terrorisme
international sema la méfiance, la violence et de nouvelles barrières entre les nations et les
cultures.
Dans ce contexte, l'idéal universaliste de coopération et de fraternité, promu par la franc-
maçonnerie depuis ses débuts, subit un coup dévastateur. Le terrorisme et les réponses militaires
massives qui s'ensuivirent non seulement divisèrent les nations, mais ravivèrent également
d'anciennes tensions religieuses et culturelles qui semblaient avoir été surmontées au tournant du
siècle. La peur, au lieu de la raison, commença à dominer le discours politique et social,
alimentant la rhétorique du « nous contre eux » qui avait déjà tant nui à l'humanité par le passé.
Le 11 septembre, par conséquent, ne marqua pas seulement une tragédie humaine, mais
l'effondrement symbolique de l'idée d'un ordre international basé sur la paix. À sa place émergea une nouvelle ère de conflits mondiaux, marquée par les interventions militaires, l'augmentation de la surveillance étatique et l'érosion des droits fondamentaux. Cet événement ouvrit la porte à une succession de guerres et de conflits qui renforcèrent encore plus les divisions mondiales et démantelèrent l'espoir d'un monde uni dans la fraternité.
4.2 Les Guerres qui suivirent : Afghanistan, Irak et l'Ombre Longue du Terrorisme International
L'attentat du 11 septembre n'était que le début. Dans son sillage, les États-Unis, avec le soutien de plusieurs alliés, lancèrent les invasions de l'Afghanistan et de l'Irak, sous la bannière de la lutte contre le terrorisme. Ces interventions, loin de stabiliser la région ou d'éradiquer les menaces extrémistes, se transformèrent en conflits prolongés qui laissèrent une plaie béante dans le tissu politique international.
L'invasion de l'Afghanistan, sous le prétexte d'éliminer le groupe terroriste Al-Qaïda et de
renverser le régime des talibans, se transforma rapidement en une guerre sans fin claire, où la
violence, l'extrémisme et la souffrance civile se multiplièrent. De même, l'invasion de l'Irak, justifiée par la prétendue présence d'armes de destruction massive, aboutit à une déstabilisation totale de la région, au renouveau des mouvements extrémistes tels que l'État islamique (EI), et à une crise humanitaire qui continue de faire des victimes à ce jour.
Ces guerres qui suivirent non seulement prolongèrent le conflit et la souffrance au Moyen-
Orient, mais elles contribuèrent également à l'érosion de l'idéal universaliste. Les promesses de démocratie et de liberté qui accompagnèrent ces interventions furent ternies par les abus des droits de l'homme, les crimes de guerre et l'absence de reddition de comptes, tant du côté des acteurs internationaux que des acteurs locaux. Les idéaux de liberté, d'égalité et de fraternité — piliers fondamentaux de l'universalisme maçonnique — furent affaiblis à mesure que le monde se divisait davantage.
L'ombre longue du terrorisme international s'étendit au-delà des frontières de l'Afghanistan et de l'Irak. Ailleurs dans le monde, les attaques terroristes se multiplièrent dans des lieux tels que Madrid, Londres, Paris et New York, entre autres. Chacune de ces attaques accentua les divisions mondiales, alimentant un cycle sans fin de violence et de représailles. La réponse de nombreux États fut une militarisation accrue, un durcissement des politiques d'immigration et l'élargissement des pouvoirs de surveillance, des actions qui déshumanisèrent et marginalisèrent encore plus de vastes communautés.
En parallèle de ces conflits, l'idéal universaliste d'un monde fraternel fut sapé par la prolifération de nouveaux conflits. L'Ukraine, envahie par la Russie, et la Palestine, avec son conflit prolongé avec Israël, devinrent des scènes de guerres qui reflétaient l'effondrement de la diplomatie internationale et l'incapacité des institutions mondiales à résoudre les conflits. Au lieu d'offrir des solutions, la guerre en Ukraine raviva de vieilles animosités entre grandes puissances, tandis que la guerre en Palestine alimenta une narrative de désespoir qui a coûté la vie à des dizaines de milliers d'innocents, notamment des enfants, des femmes et des personnes âgées.
Dans ce contexte, la franc-maçonnerie, avec son idéal de fraternité mondiale, fait face à un défi
monumental. Les guerres prolongées et la persistance du terrorisme ont affaibli l'ordre mondial
fondé sur la coopération pacifique, un ordre qui avait été tant cherché au cours du XXe siècle.
Les Nations Unies, qui furent autrefois considérées comme le bastion de cet ordre, semblent
impuissantes face à l'ampleur des conflits actuels, et les accords internationaux sur les droits de
l'homme et la paix sont continuellement violés sans conséquences réelles.
L'ombre longue du terrorisme, les interventions militaires et les conflits régionaux qui ont
marqué le début du XXIe siècle ont laissé l'idéal universaliste au bord de l'effondrement.
Cependant, c'est dans ces moments de plus grande obscurité que le rêve d'un monde uni dans la fraternité doit être défendu avec plus de force que jamais. Malgré les défis, les principes de paix, de justice et de coopération que la franc-maçonnerie a promus au cours des siècles restent la
seule véritable lueur d'espoir pour surmonter les divisions qui déchirent aujourd'hui le monde.
5. Le Présent Sombre : Ukraine, Israël, Palestine et la Fin de l'Idéal Universaliste
Les premières années du XXIe siècle ont été marquées par des conflits dévastateurs qui ont sapé
les idéaux de paix et de fraternité mondiale. De l'invasion de l'Ukraine au violent conflit entre Israël et le Hamas, en passant par la montée des populismes en Europe et en Amérique, le
présent semble plus sombre que jamais. Les valeurs de coopération internationale, autrefois des
phares d'espoir, sont aujourd'hui en crise, tandis que la violence et la polarisation dominent le paysage mondial.
5.1 La Guerre en Ukraine (2022)
Le 24 février 2022, le monde a assisté avec horreur à l'invasion de la Russie en Ukraine, un acte
qui symbolise le retour à la politique des blocs et l'érosion de la coopération internationale. Ce
conflit n'a pas seulement ravivé les tensions entre l'Occident et la Russie, mais il a aussi
démantelé l'illusion d'un monde unifié sous les principes de la diplomatie et du respect mutuel.
L'invasion, largement motivée par les intérêts expansionnistes et géopolitiques de la Russie sous
la direction de Vladimir Poutine, représente un défi direct à l'ordre international. Les tensions
entre les grandes puissances mondiales ont ressurgi, faisant planer la menace d'une nouvelle
Guerre froide, avec des millions de vies et d'économies suspendues à un fil. Les efforts pour
trouver une médiation dans ce conflit se sont révélés insuffisants, et la guerre continue de ravager
l'Europe de l'Est, générant une crise humanitaire de proportions alarmantes.
Ce qui, autrefois, était perçu comme une opportunité de fraternité et d'intégration européenne est
aujourd'hui menacé par la division et le conflit prolongé. L'ONU et d'autres organisations internationales n'ont pas réussi à stopper la violence, tandis que les sanctions économiques et les interventions militaires ne font qu'aggraver la situation. La résurgence du nationalisme et la politique des blocs ont affaibli l'idéal d'un monde coopératif, révélant la fragilité de l'universalisme maçonnique dans un monde qui semble revenir aux divisions du passé.
5.2 Le Conflit Israël-Hamas (2024)
Le 7 octobre 2023, la violence déclenchée par l'attaque du Hamas contre Israël a choqué le
monde. Cette attaque, qui impliquait une offensive sans précédent contre des civils israéliens, a
entraîné le massacre de nombreuses personnes innocentes, une véritable barbarie qui a ébranlé
les fondements de la sécurité dans la région. Ce jour-là, non seulement Israël a subi un coup
dévastateur, mais cet événement a également marqué le début d'une nouvelle phase de violence
dans le conflit israélo-palestinien.
La réponse d'Israël, cependant, a été tragique. Dans sa tentative de neutraliser le Hamas, le
gouvernement israélien a lancé une campagne militaire disproportionnée, qui a laissé une traînée
de destruction massive dans la bande de Gaza. Des dizaines de milliers de Palestiniens ont été
tués, et les infrastructures civiles ont été dévastées, plongeant la population dans une crise
humanitaire de proportions gigantesques. La violence excessive a ravivé les débats sur les limites
de l'usage de la force et sur le droit à l'autodéfense face à la nécessité de protéger des vies
innocentes.
Le conflit Israël-Hamas est un reflet évident de la fracture de l'idéal de paix et de fraternité
mondiale. Les massacres commis par le Hamas et la réponse dévastatrice d'Israël montrent
comment les extrêmes et la violence ont remplacé toute possibilité de dialogue et de
réconciliation. Dans un monde où l'extrémisme se nourrit de la haine, les idéaux de paix
s'effondrent face à la barbarie.
Ce cycle de violence et de représailles est un rappel brutal de la distance qui nous sépare d'un
ordre mondial fondé sur le respect et la coexistence pacifique. Les vies innocentes perdues des
deux côtés illustrent l'échec des institutions internationales à prévenir des tragédies d'une telle ampleur. Le conflit israélo-palestinien a été, pendant des décennies, un symbole de l'échec de l'universalisme, et en 2024, l'horizon d'une paix durable semble plus lointain que jamais.
5.3 Populismes de Gauche et de Droite en Europe et en Amérique : Un Discours de Haine
qui se Propage comme la Peste
La montée du populisme en Europe et en Amérique a encore aggravé la fragmentation politique
et sapé les valeurs de paix et de fraternité qui, autrefois, visaient à guider l'ordre mondial. Tant
les populismes de gauche que de droite ont contribué à la propagation d'un discours de haine qui
s'est répandu comme une peste dans le paysage politique mondial, polarisant les sociétés et
fomentant des divisions internes.
En Amérique, l'ascension de figures telles que Donald Trump aux États-Unis et Jair Bolsonaro
au Brésil, ainsi que la perpétuation du régime de Nicolás Maduro au Venezuela, ont donné lieu à
une rhétorique populiste exploitant les peurs et frustrations des citoyens. Ces dirigeants ont
promu un discours fondé sur le nationalisme, l'anti-mondialisme et l'autoritarisme, affaiblissant les institutions démocratiques et fomentant la division interne. Trump, par exemple, a exploité la peur de l'immigration et la méfiance envers les élites pour créer une narration d'exclusion et de xénophobie qui résonne dans la politique américaine.
En Argentine, l'ascension de Javier Milei, un économiste et politicien qui se définit comme
libertaire, a ajouté une nouvelle dimension au phénomène populiste en Amérique latine. Avec un
discours virulent attaquant frontalement les institutions de l'État, la classe politique et toute
idéologie non alignée avec sa vision extrême du libéralisme économique, Milei a profondément
polarisé la société argentine. Sa rhétorique, pleine d'insultes et de disqualifications, promeut un
climat de haine envers les structures démocratiques tout en alimentant le ressentiment de ceux
qui se sentent abandonnés par le système.
En Europe, le populisme de droite a gagné du terrain dans des pays comme l'Espagne, avec
l'ascension de VOX, et en Italie, avec des dirigeants tels que Matteo Salvini. Ces mouvements,
caractérisés par leur rhétorique anti-immigration et eurosceptique, ont sapé les efforts visant à
construire une Europe plus unie et solidaire. En Hongrie, le premier ministre Viktor Orbán a
consolidé un régime méprisant les libertés civiles et promouvant une politique d'exclusion des
minorités et des immigrés. De manière similaire, en Pologne, le parti Droit et Justice a suivi une trajectoire comparable, érodant les valeurs démocratiques et promouvant le rejet des droits des
minorités.
En Europe de l'Est, des figures telles que Vladimir Poutine en Russie ont utilisé le populisme
comme un outil pour consolider leur pouvoir et justifier des actions autoritaires tant à l'intérieur
de leur pays que sur la scène internationale. Poutine a utilisé une rhétorique nationaliste pour
renforcer sa légitimité et défendre une politique étrangère agressive, comme l'invasion de
l'Ukraine, se présentant comme le défenseur des valeurs traditionnelles russes contre ce qu'il décrit comme la décadence occidentale.
En France, l'ascension de figures telles que Marine Le Pen, chef du Rassemblement National, a
symbolisé le renforcement du populisme de droite dans l'une des démocraties les plus influentes
d'Europe. Le Pen a construit sa plateforme politique sur une base de nationalisme exacerbé, de
rejet de l'immigration et de scepticisme à l'égard de l'Union européenne. Son discours, centré sur la protection de « l'identité nationale » et la lutte contre la mondialisation, a trouvé un écho profond parmi les secteurs de la population qui se sentent marginalisés par les politiques traditionnelles. Dans plusieurs élections présidentielles, Le Pen est parvenue au second tour,
démontrant l'ampleur du soutien à sa rhétorique parmi les électeurs désabusés par la classe
politique et économique dominante.
Le populisme en France n'est pas un phénomène isolé. Le Brexit, au Royaume-Uni, est peut-être
l'exemple le plus clair de la manière dont ce type de mouvement a affaibli l'Union européenne, un projet qui, depuis sa fondation, incarnait les idéaux de coopération, d'unité et de paix que la franc-maçonnerie a historiquement promus. Le référendum de 2016, qui a conduit à la sortie du Royaume-Uni de l'UE, a été alimenté par une campagne populiste fondée sur la xénophobie, la peur des immigrés et la promesse de récupérer la « souveraineté » nationale. Ce coup porté au bloc européen a marqué un recul dans la quête d'un continent uni par la fraternité et le respect mutuel.
Le Brexit n'a pas seulement affaibli la structure politique et économique de l'Europe, mais a également ouvert la voie à d'autres mouvements populistes cherchant à défier le projet
d'intégration continentale. Dans des pays comme l'Italie, l'Espagne et la Pologne, les partis populistes d'extrême droite ont gagné du terrain, répliquant les tactiques et discours de leurs homologues britanniques et français. Le populisme a réussi à capitaliser sur le mécontentement
social, utilisant la peur de l'autre comme un outil pour diviser les sociétés et affaiblir les
institutions démocratiques et multilatérales.
Le populisme, tant en Europe qu'en Amérique, a nourri un discours de haine et de xénophobie
qui érode les fondements de l'universalisme. Les politiques populistes ont promu l'exclusion, la peur de l'autre et la fragmentation sociale, sapant les idéaux de fraternité et de coopération mondiale. La franc-maçonnerie, qui a défendu dès ses débuts un ordre mondial basé sur la fraternité, fait face à la réalité d'un monde qui s'éloigne de plus en plus de ces principes. La peste de la haine se propage, et les sociétés se polarisent à mesure que les leaders populistes continuent d'exploiter les divisions et les peurs au lieu de promouvoir l'unité et la compréhension.
6 - Réflexion Finale
Tout au long de son histoire, la franc-maçonnerie a défendu les idéaux d'universalité, de liberté et de fraternité, mais dans le monde contemporain, ces principes semblent s'effondrer sous le poids des réalités politiques et géopolitiques. Aujourd'hui, l'universalisme est confronté à la fragmentation croissante des sociétés, au retour des nationalismes et à la haine promue par les
leaders populistes, érodant ainsi les principes de fraternité et de paix. Le XXIe siècle, qui aurait
dû être une époque de consolidation de la coopération internationale, a vu comment les conflits,
la méfiance et l'extrémisme détruisent toute espérance d'unité globale.
Les guerres, les crises migratoires et les affrontements idéologiques ont affaibli le sens de la
solidarité internationale, tandis que les institutions qui défendaient autrefois le dialogue et la
coopération sont paralysées par les divisions internes. Dans ce contexte, les idéaux maçonniques
— fondés sur la construction d'un ordre moral et éthique universel — semblent un écho lointain
d'un rêve qui s'efface. Les francs-maçons ont été témoins de la manière dont les valeurs qu'ils ont défendues pendant des siècles s'effondrent face à une politique qui récompense la peur et la division. Ce qui était autrefois un phare d'espoir pour l'humanité est aujourd'hui confronté au risque de disparaître dans la confusion mondiale.
Historiquement, la franc-maçonnerie a traversé des crises qui l'ont poussée au bord de l'oubli, mais elle a aussi su s'adapter et renaître. Aujourd'hui, cependant, elle fait face à un défi peut-être plus grand que jamais dans son histoire : un monde en déclin, de plus en plus fragmenté, où la violence et le populisme ont détérioré les principes de coopération et de paix. Les idéaux d'universalité, de liberté et de fraternité semblent s'effacer face à la multiplication et à l'aggravation des conflits. La réalité actuelle est indéniablement sombre, et la possibilité que le monde continue sa descente vers la polarisation et la haine devient de plus en plus palpable.
Cependant, l'effondrement de l'universalisme que nous vivons aujourd'hui ne doit pas nécessairement signifier la fin définitive de ces idéaux. L'histoire de la franc-maçonnerie offre un parallèle porteur d'espoir. En 1717, lorsque la Grande Loge Unie de Londres et de Westminster a été fondée, la franc-maçonnerie opérative était en déclin : l'art gothique était tombé en désuétude, et les maçons des loges souffraient de précarité économique, étant remplacés par des architectes formés dans les universités. Mais de cette crise est né un revival qui a transformé la franc- maçonnerie opérative en une société spéculative centrée sur des principes philosophiques et
moraux.
Ce qui semblait être la fin d'une ère est devenu le début d'une nouvelle étape qui a
permis l'expansion mondiale de la franc-maçonnerie. Tout comme la franc-maçonnerie a su se réinventer dans son moment de plus grande faiblesse, le monde a aujourd'hui besoin d'un revival. Une renaissance qui permettrait de retrouver les valeurs de fraternité, de respect et de coopération, adaptées aux défis du XXIe siècle. Cependant, nous devons reconnaître que ce désir est en grave danger de se perdre. Les forces qui aujourd'hui alimentent la fragmentation mondiale — le nationalisme, la xénophobie, l'absence de dialogue — sont puissantes, et les efforts pour restaurer l'unité sont constamment menacés. Mais si la franc-maçonnerie a réussi à surmonter une crise structurelle il y a plus de trois siècles, pourquoi le monde entier ne pourrait-il pas chercher son propre renouveau éthique et moral ?
Ce revival global que nous imaginons n'est pas une utopie inatteignable, mais une possibilité
réelle qui nécessite un effort conscient et collectif pour recentrer les valeurs éthiques qui ont été
abandonnées. Dans un monde de plus en plus fragmenté par les conflits, la polarisation et
l'extrémisme, il est essentiel que les nations, les institutions et les individus travaillent ensemble
pour retrouver des principes fondamentaux tels que le respect mutuel, la dignité humaine et la
coopération. Cette renaissance éthique exigera que les leaders politiques, les organisations
internationales et les sociétés civiles rejettent la haine et la violence, et promeuvent un nouveau
contrat social basé sur la solidarité et l'engagement en faveur de la justice. Ce n'est qu'à travers un effort global visant à restaurer l'éthique comme norme générale que nous pourrons surmonter les crises actuelles et construire un avenir plus juste et plus pacifique pour les générations à venir.
Milton ARRIETA-LÓPEZ
Bibliographie:
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Arrieta-López, M. (2022). Evolución del derecho humano a la paz en el marco de las Naciones
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cadre des Nations Unies et des organisations de la société civile). JURÍDICAS CUC, 18(1),
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Arrieta López, M. (2018). La República Universal de los Masones. Un ideal para la paz perpetua.
Opción, 34(87), 884–914. Récupéré de
Querido H. Milton,
Respetando (cómo no) tu análisis del tema y sobre todo de tu REFLEXIÓN FINAL, observo en tu narración histórica una clara postura a favor de lo que se viene llamando "Occidente" y que estamos haitos de leer y de oir en los medios al servicio del sistema capitalista global.
Por ejemplo: lo de los "caballeros templarios" (del bueno de Ramsey) como promotores de paz y entendimiento no se tiene de pie.
Tampoco se tiene en pie lo que afirmas en tu siguiente parrafito:
<< El 11 de septiembre no solo marcó una tragedia humana, sino el colapso simbólico de la idea de un orden internacional basado en la paz. En su lugar, surgió una nueva era de…