top of page

El Mundo de Hoy es un Reality Show ¿Seguir Viéndolo o Cambiar de Canal con la Aretecracia?

Milton ARRIETA-LÓPEZ

Dernière mise à jour : il y a 1 jour




Por Milton ARRIETA-LÓPEZ




 

El Mundo de Hoy es un Reality Show ¿Seguir Viéndolo o Cambiar de Canal con la Aretecracia?


El miedo es, sin lugar a dudas, el instrumento político más poderoso. A través de él, regímenes totalitarios han construido imperios y populistas han enardecido multitudes. El terror se manifiesta como la expresión extrema de esa amenaza latente, utilizado por autócratas y demagogos para someter sociedades enteras. En este contexto, el fascismo nace del miedo y el terror, mientras que el populismo se erige como un mecanismo de manipulación eficaz en ambos extremos del espectro político. En el siglo XXI, estas dinámicas han adoptado una nueva forma: el espectáculo político, en el que la gobernanza se convierte en entretenimiento y el Nuevo Orden Mundial se asemeja a un Reality Show.



Del Hard y Soft Power al Spectacle Power


En tiempos pasados, las dinámicas internacionales se regían por las doctrinas del hard power y el soft power, donde la guerra, la diplomacia, la economía y la cultura seguían estrategias a largo plazo. Hoy, sin embargo, la inmediatez de la imagen, la viralidad de un video y la eficacia de un eslogan han tomado el control. La política internacional se rige ya por el impacto inmediato en redes sociales y medios de comunicación; es el triunfo del spectacle power, donde lo esencial no es gobernar, sino generar «engagement». Esta tendencia no solo garantiza la continuidad de los artífices del espectáculo político, superando la gobernanza tradicional, sino que se ve reforzada por nuevos protagonistas.


Recientemente, en una ceremonia en el Capital One Arena, en Washington DC., se hacía patente el poder del entretenimiento en la política, un joven heredero —cuyo gesto de tomarse la oreja para captar más aplausos hablaba por sí mismo— simbolizó sutilmente cómo se perpetúa este sistema. Con ello, se inscribe una nueva era en la que la imagen y el espectáculo se erigen como los principales instrumentos para sostener el poder.


Un ejemplo preocupante de este Nuevo Orden Mundial lo encontramos en la transmisión televisiva global del spectacle power. En ese escenario, figuras como Donald Trump y Volodímir Zelensky debatieron sobre la guerra en Ucrania con la misma dinámica de un Reality Show. Trump, con tono impositivo y retórica grandilocuente, amenazó con la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial si Ucrania no se rendía a las condiciones pactadas entre su invasor y el gobierno de America First. Por otro lado, Zelensky advirtió sobre la falta de confiabilidad de Putin, quien ha incumplido pactos previos, haciendo que cualquier acuerdo con el gobernante ruso parezca papel mojado. El punto culminante se alcanzó cuando Trump, agotado, recurrió a la falacia de la autoridad al afirmar: «Tú no tienes las cartas», como si la geopolítica fuera un juego de póker televisado, donde los líderes son simples personajes en una narrativa diseñada para entretener a las masas.



Populismo: La Estrategia del Siglo XXI

El populismo, sin limitarse a un lado del espectro, es una estrategia de poder. Hugo Chávez y Donald Trump, Nicolás Maduro y Javier Milei, a pesar de representar extremos ideológicos opuestos, comparten el mismo manual: victimizar a la sociedad, construir un enemigo común (ya sea el «imperialismo yanqui» o el «marxismo cultural») y deslegitimar las instituciones democráticas. La historia se repite con diferentes rostros, pero siempre siguiendo el mismo guion.


El Mito del Billonario Bueno: Batman y la Falsa Filantropía

Por otra parte, es necesario preguntarse: ¿de qué lado se posicionan los oligarcas en este nuevo escenario? En el fascismo se observa una fascinación infantil por la figura del «billonario bueno». Se ha vendido la imagen del multimillonario filántropo que, casi como un Batman moderno, utiliza su fortuna para luchar por la justicia. La realidad, sin embargo, es otra. Los billonarios de moda no son justicieros; son oligarcas que desean poseerlo todo. No se trata de salvar al mundo, sino de dominarlo, llegando incluso a soñar con poseer el planeta Marte. Estos magnates, que dominan las redes sociales, la censura digital, la tecnología espacial y la biotecnología, no buscan equilibrar el mundo, sino moldearlo a su antojo. Han tomado el lugar de los Estados y ahora dictan las reglas del juego global. En América Latina, los plutócratas —como los magnates de Odebrecht o los banqueros que financiaron campañas políticas para obtener contratos estatales— representan la otra cara de la misma moneda.



La Demagogia como Amenaza Global

La amenaza no proviene únicamente de la plutocracia. La demagogia y el populismo son igualmente efectivos para corromper la democracia. Un sistema que permite la gobernanza sin preparación está destinado al colapso. No puede ser que el ejercicio del poder ejecutivo (presidente, primer ministro, canciller) sea el único cargo que no exija credenciales rigurosas.


Mientras que para ser educador, médico, abogado, enfermera o ingeniero se requieren años de estudio, licencias y controles, para ser jefe de Estado basta con haber nacido en el país y alcanzar la edad mínima. Este vacío permite que, mediante corrupción o estrategias populistas y demagógicas, cualquier persona pueda llegar al poder sin garantías ni planes sólidos. Así, este dantesco Reality Show termina, como suele suceder, con ganadores, vencidos y lágrimas, pero en este caso, de telerrealidad mezclada con populismo y poder, el caos puede estallar en cualquier momento.


La Aretecracia: Una Democracia Cualificada

La solución a esta crisis no radica en perpetuar una democracia desvirtuada, sino en instaurar una democracia cualificada: la Aretecracia.


El tránsito hacia la Aretecracia no es una ruptura con la democracia, sino su evolución natural. Se trata de proteger el voto, asegurando que la elección sea entre opciones legítimas, preparadas y éticas.

En este modelo, cualquier persona puede aspirar a un cargo público, pero antes de postularse debe pasar por un proceso de cualificación. Este proceso verifica que el aspirante tenga conocimientos en administración pública, derecho, economía y políticas sociales, además de una trayectoria ética y un compromiso probado con los derechos humanos, la justicia social y el bien común.


Una vez acreditado o licenciado para ejercer el liderazgo público, el candidato se somete al voto popular de la misma manera que ocurre hoy en cualquier democracia. La diferencia es que los ciudadanos ya no tendrían que elegir entre demagogos, improvisados o magnates sin escrúpulos. El electorado votaría con la certeza de que todos los aspirantes han demostrado ser idóneos, íntegros y preparados para el cargo que desean ocupar.


El derecho sagrado al voto se mantiene intacto, pero ahora la elección es entre líderes éticos y capacitados, no entre charlatanes y oportunistas. Así, la democracia deja de ser un espectáculo donde gana quien manipula mejor a las masas y se convierte en un verdadero ejercicio de responsabilidad colectiva.


Si seguimos permitiendo que la política se transforme en un espectáculo de entretenimiento, seremos meros espectadores de nuestra propia decadencia y, en última instancia, de nuestra destrucción. Mientras los líderes se comportan como estrellas de reality, los ciudadanos pagamos las consecuencias. La guerra, la miseria y la fragmentación social no son ficción: son el precio de esta distracción. Es hora de cambiar de canal antes de que el show se convierta en una tragedia irreversible.


En la actualidad, cualquiera puede acceder al poder con una campaña populista, financiamiento opaco o simplemente carisma mediático. En ningún otro ámbito profesional ocurre esto: un médico no puede ejercer sin título, un piloto no puede volar sin licencia, un ingeniero no puede construir sin acreditación. Sin embargo, un presidente, primer ministro o canciller puede llegar al poder sin haber demostrado jamás su capacidad para gobernar. La Aretecracia corrige esta deformación del sistema.



La Cualificación Previa: Un Requisito Esencial

En la Aretecracia, ningún candidato puede postularse sin haber pasado por un proceso riguroso de evaluación. Antes de pedir votos, debe obtener una licencia previa demostración de que tiene el conocimiento y la preparación necesarios para dirigir una nación. Esto implica una formación sólida en administración pública, derecho constitucional, economía política y gestión de crisis.


La clave de este sistema es la existencia de un cuerpo cualificador independiente, encargado de evaluar a los aspirantes a cargos de gobierno. No se trata de un organismo arbitrario, sino de una institución con contrapesos claros, integrada por académicos, jueces, científicos y expertos en políticas públicas.


Este cuerpo no se basaría en criterios ideológicos, sino en pruebas objetivas de competencia, que incluirían tanto conocimientos técnicos como evaluaciones de integridad. El objetivo es garantizar que ningún oportunista, demagogo o corrupto pueda acceder al poder sin antes demostrar su idoneidad.


Además, este sistema impediría que la política siga siendo un reality show donde el escándalo y la manipulación emocional sustituyen al debate racional. La cualificación previa eliminaría el espectáculo de la política, forzando a los candidatos a basar sus campañas en ideas, propuestas y planes de gobierno reales.



Más Allá de Izquierda y Derecha: La Ética Aretecrática

La Aretecracia no es una ideología de izquierda ni de derecha. No se basa en dogmas económicos ni en luchas de poder entre facciones políticas. Su principio rector es la ética de la gobernanza.

A diferencia de los modelos tradicionales, no prioriza la libertad sobre la igualdad, ni la igualdad sobre la libertad. Ambas deben coexistir en un equilibrio armónico, porque el bienestar de una sociedad depende de su capacidad para garantizar derechos sin sacrificar la autonomía de los individuos.

En este sentido, la Aretecracia sostiene que la fraternidad o solidaridad no es una opción, sino un principio fundamental del gobierno. El mundo enfrenta desafíos globales que ningún país puede resolver solo: el cambio climático, el mantenimiento de la paz y de la seguridad, la desigualdad extrema, la inestabilidad financiera, las pandemias y las crisis humanitarias exigen respuestas colectivas.


La solución no puede basarse en nacionalismos aislacionistas ni en políticas de mercado sin regulación. Se necesita la fraternidad de los pueblos, una cooperación basada en el interés mutuo y la justicia global.


Por ello, la Aretecracia se basa en la armonización de los tres principios fundamentales: Libertad, Igualdad y Fraternidad.


• Libertad: Garantizar derechos civiles y políticos, como la libertad de expresión, el derecho a la participación política y la independencia de poderes.

• Igualdad: Defender los derechos económicos, sociales y culturales, asegurando el acceso a la educación, la salud y una vida digna.

• Fraternidad: Proteger los derechos de tercera generación, como el derecho a la paz, el desarrollo sostenible y un medio ambiente sano.


Sin la armonización de estos tres pilares, las sociedades seguirán oscilando entre modelos que sacrifican la libertad en nombre de la igualdad, o que destruyen la igualdad en nombre de la libertad. Solo un sistema cualificado puede garantizar el equilibrio entre estos valores.

¿Cómo se Implementaría la Aretecracia?

La implementación de la Aretecracia no es un sueño utópico; es una necesidad que puede plasmarse en las instituciones de cualquier Estado moderno. En la mayoría de los países, requeriría una reforma constitucional que establezca los siguientes elementos:


1. Creación de un Tribunal Cualificador Independiente: Organismo encargado de evaluar la idoneidad de los aspirantes a altos cargos públicos, basado en pruebas de conocimiento, ética y liderazgo. Las universidades públicas también podrían llevar a cabo este proceso de cualificación.

2. Compatibilidad Ética y Derechos Humanos: Nadie debería gobernar sin demostrar que su discurso y su acción política están alineados con los principios fundamentales de los derechos humanos. La Aretecracia exige que el liderazgo no solo se base en conocimiento técnico, sino en un compromiso real con la dignidad, la paz y la justicia social. Esto significa que sus declaraciones, programas y acciones previas deben ser coherentes con los principios de libertad, igualdad y fraternidad. No podrá aspirar al poder quien promueva discursos de odio, incite a la violencia, deslegitime derechos fundamentales o proponga medidas autoritarias que atenten contra la dignidad humana. La cualificación debe incluir un examen ético, en el que se analicen sus compromisos con la paz, la justicia social y el respeto por las diversidades.

3. Requisitos de Formación para Gobernantes: Exigir acreditaciones en administración pública, derecho, economía y políticas sociales antes de permitir que alguien se postule a la presidencia o cualquier cargo de alta responsabilidad.

4. Evaluaciones Periódicas: Los gobernantes deben rendir cuentas periódicamente a organismos de supervisión, asegurando que cumplen con sus responsabilidades de forma efectiva y ética.

5. Contrapesos Institucionales: Garantizar que el cuerpo cualificador no sea capturado por intereses partidistas o económicos, manteniendo su independencia y transparencia.


Con esta estructura, la Aretecracia aseguraría que solo aquellos verdaderamente comprometidos con el bien común, la justicia y la dignidad humana puedan acceder al poder, eliminando la posibilidad de que la política siga siendo un espectáculo de manipulación y oportunismo.


La Aretecracia no elimina la democracia, sino que la perfecciona. El voto sigue siendo el mecanismo final de elección, pero solo entre candidatos que hayan demostrado estar capacitados para gobernar.

En Conclusión: El Fin de los Shows de la Muerte

Si la Aretecracia se implementa, no habrá más reality shows políticos donde se juega con el destino de naciones enteras. No habrá más presidentes que gobiernen con eslóganes vacíos ni demagogos que destruyan instituciones por capricho.


La política dejará de ser un circo mediático y volverá a ser un ejercicio de responsabilidad y liderazgo real. La toma de decisiones estará basada en evidencia, no en encuestas de popularidad.


Finalmente, la Aretecracia ofrece algo que ningún modelo actual ha logrado: un gobierno basado en la razón, la ética y la excelencia.


El siglo XXI exige líderes a la altura de los desafíos de nuestro tiempo. La Aretecracia no es una utopía, sino la única solución realista para evitar que la historia siga siendo escrita por demagogos y mercaderes del miedo. Es hora de construir un futuro basado en la razón, la ética y la excelencia; en la libertad, igualdad y fraternidad.


La Aretecracia no es una utopía, sino la única alternativa real para salvar a la democracia de su autodestrucción. Es tiempo de elegir entre el espectáculo o el destino de la humanidad.


Milton ARRIETA-LÓPEZ



 


Today's World is a Reality Show – Keep Watching or Change the Channel with Aretecracy?

/

Fear is, without a doubt, the most powerful political instrument. Through it, totalitarian regimes have built empires, and populists have inflamed multitudes. Terror manifests itself as the extreme expression of that latent threat, used by autocrats and demagogues to subjugate entire societies. In this context, fascism is born out of fear and terror, while populism emerges as an effective manipulation mechanism at both ends of the political spectrum. In the 21st century, however, these dynamics have taken on a new form: political spectacle, where governance becomes entertainment, and the New World Order resembles a Reality Show.

From Hard and Soft Power to Spectacle Power

In past times, international dynamics were governed by the doctrines of hard power and soft power, where war, diplomacy, economics, and culture followed long-term strategies. Today, however, the immediacy of the image, the virality of a video, and the effectiveness of a slogan have taken control. International politics is no longer guided by carefully crafted policies but rather by the immediate impact on social media and the news cycle; this is the triumph of spectacle power, where governance is no longer about leadership but about generating engagement. This trend not only ensures the continuity of the architects of the political spectacle but also fosters the rise of new actors.

Recently, at a ceremony held at the Capital One Arena in Washington, D.C., the power of entertainment in politics became evident. A young heir—whose gesture of touching his ear to provoke greater applause spoke for itself—subtly symbolized how this system perpetuates itself. This moment inscribed a new era in which image and spectacle become the main instruments for sustaining power.

A worrying example of this New World Order is found in the globally televised broadcast of spectacle power. In this setting, figures such as Donald Trump and Volodymyr Zelensky debated the war in Ukraine with the same dynamics of a Reality Show. Trump, in his usual imposing tone and grandiloquent rhetoric, threatened the possibility of a Third World War if Ukraine did not surrender to the conditions agreed upon between its invader and the America First government. Zelensky, on the other hand, warned of Putin’s unreliability, citing previous broken agreements, making any deal with the Russian leader worthless. The climactic moment came when Trump, exhausted, resorted to the fallacy of authority, declaring: «You don’t have the cards», as if geopolitics were a televised poker game, where world leaders are merely characters in a script designed to entertain the masses.

Populism: The Strategy of the 21st Century

Populism is not confined to one end of the political spectrum; it is a strategy of power. Hugo Chávez and Donald Trump, Nicolás Maduro and Javier Milei—despite representing opposing ideological extremes—follow the same playbook: victimizing society, constructing a common enemy (whether it be «Yankee imperialism» or «cultural Marxism»), and delegitimizing democratic institutions. History repeats itself with different faces but always following the same script.

The Myth of the Good Billionaire: Batman and False Philanthropy

Another key question arises: where do the oligarchs stand in this new landscape? Fascism cultivates a childlike fascination with the «good billionaire». Society has been sold the image of the multimillionaire philanthropist who, much like a modern Batman, uses his fortune to fight for justice. The reality, however, is quite different. The billionaires of today are not justice warriors; they are oligarchs who seek to possess everything. They do not aim to save the world but rather to dominate it, with some even dreaming of owning planet Mars.

These magnates, who control social media, digital censorship, space technology, and biotechnology, are not interested in balancing the world but in shaping it to their will. They have taken the place of nation-states and now dictate the rules of the global game. In Latin America, plutocrats—such as the Odebrecht magnates or bankers who finance political campaigns to secure government contracts—represent the other side of the same coin.

Demagoguery as a Global Threat

The threat does not come solely from plutocracy. Demagoguery and populism have proven equally effective in corrupting democracy. A system that allows governance without preparation is doomed to collapse. It is unacceptable that the executive branch (presidents, prime ministers, or chancellors) is the only profession where no rigorous credentials are required.

A doctor cannot practice without a license, a pilot cannot fly without certification, and an engineer cannot build without accreditation. Yet, a president, prime minister, or chancellor can rise to power without ever demonstrating the ability to govern. This absurdity allows corrupt figures, opportunists, and demagogues to seize power without any solid plans, guarantees, or accountability.

Thus, this grotesque Reality Show concludes as expected: with winners, losers, and tears. However, in this case, reality television mixed with populism and power can spiral out of control at any moment.

Aretecracy: A Qualified Democracy

The solution to this crisis does not lie in perpetuating a distorted democracy but rather in establishing a qualified democracy: Aretecracy.

The transition to Aretecracy is not a break with democracy but its natural evolution. It is about protecting the right to vote while ensuring that the election process is limited to legitimate, prepared, and ethical choices.

In this model, anyone can aspire to public office, but before running for election, they must undergo a qualification process. This process verifies that the candidate possesses knowledge in public administration, law, economics, and social policies, along with an ethical track record and a proven commitment to human rights, social justice, and the common good.

Once accredited or licensed to hold public office, the candidate is subject to popular vote in the same manner as in any democracy today. The difference is that citizens would no longer have to choose between demagogues, unprepared individuals, or unscrupulous magnates. Instead, the electorate would vote with the certainty that all candidates have demonstrated their competence, integrity, and readiness for the position they seek to hold.

The sacred right to vote remains intact, but now the choice is between ethical and capable leaders, not charlatans and opportunists. Thus, democracy ceases to be a spectacle where victory goes to whoever best manipulates the masses and instead becomes a genuine exercise in collective responsibility.

If we continue allowing politics to be transformed into a form of entertainment, we will become mere spectators of our own decay, and ultimately, our destruction. While leaders act as reality show stars, citizens bear the consequences. War, misery, and social fragmentation are not fiction—they are the cost of this distraction. It is time to change the channel before the show turns into an irreversible tragedy.

Currently, anyone can rise to power through a populist campaign, opaque financing, or mere media charisma. This does not happen in any other professional field:

• A doctor cannot practice without a license.

• A pilot cannot fly without certification.

• An engineer cannot build without accreditation.

Yet, a president, prime minister, or chancellor can take office without ever having proven their ability to govern. Aretecracy corrects this systemic flaw.

Prior (Pre) Qualification: An Essential Requirement

Under Aretecracy, no candidate can run for office without first passing a rigorous evaluation process. Before seeking votes, they must obtain a license, proving that they possess the knowledge and preparation necessary to govern a nation. This requires a solid background in public administration, constitutional law, political economy, and crisis management.

The cornerstone of this system is the establishment of an independent qualifying body, responsible for evaluating those who seek public office. This is not an arbitrary entity, but rather an institution with clear checks and balances, composed of academics, judges, scientists, and experts in public policy.

This body would not rely on ideological criteria but on objective assessments of competence, including both technical knowledge and integrity evaluations. The goal is to ensure that no opportunist, demagogue, or corrupt individual can access power without first demonstrating their suitability.

Moreover, this system would prevent politics from continuing to be a reality show, where scandal and emotional manipulation replace rational debate. Prior qualification would eliminate the spectacle from politics, forcing candidates to base their campaigns on ideas, proposals, and real government plans.

Aretecracy does not abolish democracy—it perfects it. It preserves the vote but ensures that citizens only choose among those who are truly capable of governing.

Beyond Left and Right: The Aretecratic Ethics

Aretecracy is neither a left-wing nor a right-wing ideology. It is not based on economic dogmas or power struggles between political factions. Its guiding principle is the ethics of governance.

Unlike traditional models, it does not prioritize liberty over equality, nor equality over liberty. Both must coexist in a harmonious balance, as the well-being of a society depends on its ability to guarantee rights without sacrificing individual autonomy.

In this sense, Aretecracy asserts that fraternity or solidarity is not optional but a fundamental principle of government. The world faces global challenges that no single country can tackle alone: climate change, extreme inequality, financial instability, pandemics, and humanitarian crises require collective responses.

The solution cannot be based on isolationist nationalism or unregulated market policies. The fraternity of nations is essential—cooperation based on mutual interest and global justice.

Thus, Aretecracy is founded on the harmonization of three fundamental principles: Liberty, Equality, and Fraternity.

• Liberty: Ensuring civil and political rights, such as freedom of expression, the right to political participation, and the independence of powers.

• Equality: Defending economic, social, and cultural rights, guaranteeing access to education, healthcare, and a dignified life.

• Fraternity: Protecting third-generation rights, such as the right to peace, sustainable development, and a healthy environment.

Without the harmonization of these three pillars, societies will continue oscillating between models that sacrifice liberty in the name of equality or destroy equality in the name of liberty. Only a qualified system can ensure the balance between these values.

How Would Aretecracy Be Implemented?

Aretecracy is not a utopian dream—it is a necessity that can be institutionalized in any modern state. In most countries, it would require a constitutional reform establishing the following elements:

1. Creation of an Independent Qualifying Tribunal: A body responsible for evaluating the suitability of candidates for high public office, based on assessments of knowledge, ethics, and leadership. Public universities could also play a role in this qualification process.

2. Ethical Compatibility and Human Rights: No one should govern without proving that their discourse and political actions align with the fundamental principles of human rights. Aretecracy demands that leadership be based not only on technical knowledge but also on a genuine commitment to dignity, peace, and social justice.

o This means that their statements, policies, and past actions must be consistent with the principles of liberty, equality, and fraternity.

o Anyone who promotes hate speech, incites violence, delegitimizes fundamental rights, or proposes authoritarian measures that undermine human dignity will be ineligible for power.

o Qualification should include an ethical examination, evaluating candidates’ commitments to peace, social justice, and respect for diversity.

3. Educational Requirements for Leadership: Mandating credentials in public administration, law, economics, and social policies before allowing anyone to run for presidency or any high-level position.

4. Periodic Evaluations: Leaders must regularly report to oversight bodies, ensuring that they fulfill their responsibilities effectively and ethically.

5. Institutional Safeguards: Ensuring that the qualifying body remains independent and transparent, preventing its capture by partisan or economic interests.

With this structure, Aretecracy would ensure that only those genuinely committed to the common good, justice, and human dignity can access power, eliminating the possibility of politics remaining a spectacle of manipulation and opportunism.

Aretecracy does not eliminate democracy—it perfects it. The vote remains the final mechanism of election, but only among candidates who have demonstrated their capacity to govern.

The End of Political Death Shows

If Aretecracy is implemented, there will be no more political reality shows where the fate of entire nations is treated as entertainment. There will be no more presidents governing through empty slogans, nor demagogues dismantling institutions on a whim.

Politics will cease to be a media circus and return to being an exercise of responsibility and real leadership. Decision-making will be based on evidence, not popularity polls.

Ultimately, Aretecracy offers what no current system has achieved: a government based on reason, ethics, and excellence.

The 21st century demands leaders who are up to the challenges of our time. Aretecracy is not a utopia, but the only realistic solution to prevent history from continuing to be written by demagogues and merchants of fear.

It is time to build a future based on reason, ethics, and excellence—on liberty, equality, and fraternity.

Aretecracy is not a utopia; it is the only real alternative to saving democracy from its self-destruction.

It is time to choose between the spectacle or the destiny of humanity.


Milton ARRIETA-LÓPEZ



 

Le Monde d’Aujourd’hui est une Téléréalité : Rester à l’Écoute ou Changer de Chaîne avec l’Aretecratie ?


Le peur est, sans aucun doute, l’instrument politique le plus puissant. Grâce à elle, des régimes totalitaires ont construit des empires et des populistes ont enflammé des foules. Le terrorisme est l’expression extrême de cette menace latente, utilisé par les autocrates et les démagogues pour soumettre des sociétés entières.

Dans ce contexte, le fascisme naît de la peur et de la terreur, tandis que le populisme devient un outil de manipulation efficace des deux extrêmes du spectre politique. Au XXIe siècle, ces dynamiques ont pris une nouvelle forme : le spectacle politique, où la gouvernance devient un divertissement et où le Nouvel Ordre Mondial ressemble à une émission de téléréalité.

Du Hard et Soft Power au Spectacle Power

Autrefois, les dynamiques internationales étaient régies par les doctrines du hard power et du soft power, où la guerre, la diplomatie, l’économie et la culture suivaient des stratégies à long terme. Aujourd’hui, l’instantanéité de l’image, la viralité d’une vidéo et l’efficacité d’un slogan ont pris le contrôle.

La politique internationale est désormais guidée par l’impact immédiat sur les réseaux sociaux et les médias ; c’est le triomphe du spectacle power, où l’essentiel n’est plus de gouverner, mais de créer de l’« engagement ». Cette tendance ne garantit pas seulement la pérennité des architectes du spectacle politique, dépassant les formes traditionnelles de gouvernance, mais elle est également renforcée par de nouveaux acteurs.

Récemment, lors d’une cérémonie au Capital One Arena, à Washington D.C., la puissance du divertissement politique était manifeste. Un jeune héritier — dont le geste de se toucher l’oreille pour obtenir plus d’applaudissements parlait de lui-même — symbolisait subtilement la perpétuation de ce système. Avec cela, une nouvelle ère s’ouvre, où l’image et le spectacle deviennent les principaux instruments du maintien du pouvoir.

Un exemple préoccupant de ce Nouvel Ordre Mondial réside dans la transmission télévisée mondiale du spectacle power. Dans ce cadre, des figures comme Donald Trump et Volodymyr Zelensky ont débattu de la guerre en Ukraine avec la même dynamique qu’une émission de téléréalité.

Trump, dans un ton imposant et une rhétorique grandiloquente, a menacé d’une Troisième Guerre mondiale si l’Ukraine ne se rendait pas aux conditions imposées par son envahisseur et par la doctrine de l’America First.

De son côté, Zelensky a averti de l’absence de fiabilité de Poutine, qui a déjà violé des accords passés, faisant de tout pacte avec le dirigeant russe un simple chiffon de papier.

Le point culminant a été atteint lorsque Trump, à bout d’arguments, a eu recours à une fallacie d’autorité en déclarant : « Tu n’as pas les cartes en main », comme si la géopolitique était une partie de poker télévisée, où les dirigeants sont de simples personnages d’un récit conçu pour divertir les masses.

Le Populisme : La Stratégie du XXIe Siècle

Le populisme, sans se limiter à un seul bord politique, est une stratégie de pouvoir.

Hugo Chávez et Donald Trump, Nicolás Maduro et Javier Milei, bien qu’ils représentent des idéologies opposées, partagent le même manuel :

• Victimiser la société,

• Créer un ennemi commun (qu’il s’agisse de « l’impérialisme yankee » ou du « marxisme culturel »),

• Délégitimer les institutions démocratiques.

L’histoire se répète avec des visages différents, mais toujours selon le même scénario.

Le Mythe du Milliardaire Bienveillant : Batman et la Fausse Philanthropie

Il est aussi nécessaire de se poser la question suivante : où se situent les oligarques dans ce nouveau paysage ?

Le fascisme manifeste une fascination infantile pour la figure du « milliardaire bienveillant ». L’image du multimilliardaire philanthrope a été vendue, presque comme un Batman moderne, qui utilise sa fortune pour lutter pour la justice. La réalité, cependant, est toute autre.

Les milliardaires d’aujourd’hui ne sont pas des justiciers, mais des oligarques qui veulent tout posséder. Il ne s’agit pas de sauver le monde, mais de le dominer, au point même de rêver de posséder la planète Mars.

Ces magnats, qui contrôlent les réseaux sociaux, la censure numérique, la technologie spatiale et la biotechnologie, ne cherchent pas à équilibrer le monde, mais à le modeler à leur convenance. Ils ont remplacé les États et dictent désormais les règles du jeu mondial.

En Amérique latine, les ploutocrates — tels que les magnats d’Odebrecht ou les banquiers ayant financé des campagnes politiques pour obtenir des contrats publics — représentent l’autre face de la même médaille.

La Démagogie comme Menace Globale

La menace ne vient pas seulement de la ploutocratie. La démagogie et le populisme sont tout aussi efficaces pour corrompre la démocratie. Un système qui permet de gouverner sans préparation est voué à l’effondrement.

Comment se fait-il que la fonction exécutive (président, premier ministre, chancelier) soit la seule qui n’exige pas de qualifications strictes ?

Alors que pour être enseignant, médecin, avocat, infirmier ou ingénieur, il faut des années d’études, des licences et des contrôles, il suffit d’être né dans le pays et d’avoir l’âge légal pour briguer la présidence. Ce vide permet qu’avec corruption, populisme et démagogie, n’importe qui puisse accéder au pouvoir sans garantie ni programme solide.

Ainsi, cette téléréalité politique dantesque se termine, comme il est d’usage, avec des gagnants, des perdants et des larmes. Mais dans ce mélange de téléréalité, de populisme et de pouvoir, le chaos peut éclater à tout moment.

L'Arétécratie : Une Démocratie Qualifiée

La solution à cette crise ne réside pas dans la perpétuation d’une démocratie dénaturée, mais dans l’instauration d’une démocratie qualifiée : l’Arétécratie.

La transition vers l’Arétécratie n’est pas une rupture avec la démocratie, mais son évolution naturelle. Il s’agit de protéger le vote, en garantissant que l’élection se fasse entre des options légitimes, compétentes et éthiques.

Dans ce modèle, toute personne peut aspirer à une fonction publique, mais avant de se porter candidate, elle doit passer un processus de qualification. Ce processus vérifie que l’aspirant possède des connaissances en administration publique, en droit, en économie et en politiques sociales, ainsi qu’un parcours éthique et un engagement avéré envers les droits humains, la justice sociale et le bien commun.

Une fois accrédité ou habilité à exercer un rôle de leadership public, le candidat se soumet au vote populaire, de la même manière que dans toute démocratie actuelle. La différence est que les citoyens n’auraient plus à choisir entre des démagogues, des improvisateurs ou des magnats sans scrupules. L’électorat voterait avec la certitude que tous les candidats ont prouvé leur aptitude, leur intégrité et leur préparation à la fonction visée.

Le droit sacré de vote demeure intact, mais désormais, le choix se fait entre des leaders éthiques et compétents, et non entre des opportunistes et des charlatans. Ainsi, la démocratie cesse d’être un spectacle où l’emporte celui qui manipule le mieux les masses et devient un véritable exercice de responsabilité collective.

Si nous continuons à permettre que la politique se transforme en un divertissement, nous ne serons que de simples spectateurs de notre propre déclin et, en fin de compte, de notre destruction. Tandis que les dirigeants se comportent comme des vedettes de télé-réalité, les citoyens en paient les conséquences. La guerre, la misère et la fragmentation sociale ne sont pas des fictions : elles sont le prix de cette distraction. Il est temps de changer de chaîne avant que le spectacle ne devienne une tragédie irréversible.

À l’heure actuelle, n’importe qui peut accéder au pouvoir avec une campagne populiste, un financement opaque ou un simple charisme médiatique. Cela n’existe dans aucun autre domaine professionnel : un médecin ne peut exercer sans diplôme, un pilote ne peut voler sans licence, un ingénieur ne peut construire sans accréditation. Pourtant, un président, un Premier ministre ou un chancelier peut parvenir au pouvoir sans jamais avoir prouvé sa capacité à gouverner.

L’Arétécratie corrige cette déformation du système.

La Qualification Préalable : Une Exigence Essentielle

Dans l’Arétécratie, aucun candidat ne peut se présenter sans avoir préalablement passé un processus rigoureux d’évaluation. Avant de solliciter des votes, il doit obtenir une accréditation, prouvant qu’il possède les connaissances et la préparation nécessaires pour diriger une nation. Cela implique une formation solide en administration publique, en droit constitutionnel, en économie politique et en gestion de crise.

La clé de ce système réside dans l’existence d’un organe de qualification indépendant, chargé d’évaluer les aspirants aux fonctions gouvernementales. Il ne s’agit pas d’un organisme arbitraire, mais d’une institution dotée de contre-pouvoirs clairs, composée d’universitaires, de juges, de scientifiques et d’experts en politiques publiques.

Cet organe ne se baserait pas sur des critères idéologiques, mais sur des évaluations objectives de compétence, qui incluraient tant des connaissances techniques que des critères d’intégrité. L’objectif est de garantir qu’aucun opportuniste, démagogue ou corrompu ne puisse accéder au pouvoir sans avoir prouvé son aptitude.

De plus, ce système empêcherait que la politique ne demeure un spectacle médiatique, où le scandale et la manipulation émotionnelle remplacent le débat rationnel. La qualification préalable éliminerait le caractère spectaculaire de la politique, obligeant les candidats à fonder leurs campagnes sur des idées, des propositions et des plans de gouvernement concrets.

Au-delà de la Gauche et de la Droite : L’Éthique Arétécratique

L’Arétécratie n’est ni une idéologie de gauche ni de droite. Elle ne repose ni sur des dogmes économiques, ni sur des luttes de pouvoir entre factions politiques. Son principe directeur est l’éthique de la gouvernance.

Contrairement aux modèles traditionnels, elle ne privilégie ni la liberté au détriment de l’égalité, ni l’égalité au détriment de la liberté. Ces deux valeurs doivent coexister en équilibre, car le bien-être d’une société dépend de sa capacité à garantir les droits sans sacrifier l’autonomie des individus.

Dans cette optique, l’Arétécratie affirme que la fraternité, ou solidarité, n’est pas une option, mais un principe fondamental du gouvernement.

Le monde fait face à des défis globaux qu’aucun pays ne peut résoudre seul : le changement climatique, les inégalités extrêmes, l’instabilité financière, les pandémies et les crises humanitaires exigent des réponses collectives.

La solution ne peut résider ni dans des nationalismes isolationnistes, ni dans des politiques de marché non régulées. Ce dont nous avons besoin, c’est d’une fraternité entre les peuples, d’une coopération fondée sur l’intérêt mutuel et la justice globale.

C’est pourquoi l’Arétécratie repose sur l’harmonisation de trois principes fondamentaux : Liberté, Égalité et Fraternité.

• Liberté : Garantir les droits civils et politiques, tels que la liberté d’expression, le droit à la participation politique et l’indépendance des pouvoirs.

• Égalité : Défendre les droits économiques, sociaux et culturels, en assurant l’accès à l’éducation, à la santé et à une vie digne.

• Fraternité : Protéger les droits de troisième génération, tels que le droit à la paix, au développement durable et à un environnement sain.

Sans l’harmonisation de ces trois piliers, les sociétés continueront à osciller entre des modèles qui sacrifient la liberté au nom de l’égalité, ou qui détruisent l’égalité au nom de la liberté. Seul un système qualifié peut garantir l’équilibre entre ces valeurs.

Comment Mettre en Place l’Arétécratie ?

L’implantation de l’Arétécratie n’est pas un rêve utopique, mais une nécessité qui peut être intégrée aux institutions de tout État moderne. Dans la plupart des pays, cela nécessiterait une réforme constitutionnelle établissant les éléments suivants :

1. Création d’un Tribunal Qualificateur Indépendant :

Un organisme chargé d’évaluer l’aptitude des aspirants aux hautes fonctions publiques, sur la base de tests de connaissances, d’éthique et de leadership. Les universités publiques pourraient également participer à ce processus de qualification.

2. Compatibilité Éthique et Respect des Droits Humains :

Nul ne devrait gouverner sans avoir prouvé que son discours et son action politique sont en accord avec les principes fondamentaux des droits humains. L’Arétécratie exige que le leadership ne repose pas seulement sur des compétences techniques, mais aussi sur un engagement réel envers la dignité, la paix et la justice sociale.

Cela signifie que les déclarations, les programmes et les actions passées des candidats doivent être cohérents avec les principes de Liberté, d’Égalité et de Fraternité.

Ne pourra pas prétendre au pouvoir celui qui promeut la haine, incite à la violence, remet en question les droits fondamentaux ou propose des mesures autoritaires portant atteinte à la dignité humaine.

La qualification devra inclure un examen éthique, afin d’analyser l’engagement du candidat en faveur de la paix, de la justice sociale et du respect des diversités.

3. Exigences de Formation pour les Gouvernants :

Il sera obligatoire de posséder des accréditations en administration publique, en droit, en économie et en politiques sociales, avant de pouvoir se présenter à la présidence ou à toute fonction de haute responsabilité.

4. Évaluations Périodiques :

Les gouvernants devront rendre des comptes régulièrement devant des organes de surveillance, garantissant ainsi qu’ils remplissent leurs responsabilités de manière efficace et éthique.

5. Contrepoids Institutionnels :

Il sera impératif de garantir que l’organe qualificateur ne soit pas capté par des intérêts partisans ou économiques, afin de préserver son indépendance et sa transparence.

Avec cette structure, l’Arétécratie assurerait que seuls ceux véritablement engagés pour le bien commun, la justice et la dignité humaine puissent accéder au pouvoir. Elle éliminerait ainsi le risque que la politique demeure un spectacle de manipulation et d’opportunisme.

L’Arétécratie n’élimine pas la démocratie, elle la perfectionne. Le vote reste le mécanisme final de sélection, mais seulement parmi des candidats ayant prouvé leur capacité à gouverner.

En Conclusion : La Fin des Spectacles de la Mort

Si l’Arétécratie est mise en place, il n’y aura plus de reality shows politiques où l’on joue avec le destin de nations entières. Il n’y aura plus de présidents gouvernant avec des slogans vides, ni de démagogues détruisant les institutions par caprice.

La politique cessera d’être un cirque médiatique et redeviendra un exercice de responsabilité et de leadership authentique. Les décisions seront prises sur la base de preuves et non de la popularité dans les sondages.

Enfin, l’Arétécratie offre ce qu’aucun modèle actuel n’a réussi à atteindre : un gouvernement fondé sur la raison, l’éthique et l’excellence.

Le XXIe siècle exige des dirigeants à la hauteur des défis de notre époque. L’Arétécratie n’est pas une utopie, mais la seule solution réaliste pour empêcher que l’histoire continue d’être écrite par des démagogues et des marchands de peur.

Il est temps de construire un avenir fondé sur la raison, l’éthique et l’excellence, sur la Liberté, l’Égalité et la Fraternité.

L’Arétécratie n’est pas une utopie, mais l’unique alternative réelle pour sauver la démocratie de son autodestruction.

Il est temps de choisir : le spectacle ou le destin de l’humanité.


Milton ARRIETA-LÓPEZ



 

Il Mondo di Oggi è un Reality Show: Continuare a Guardare o Cambiare Canale con l’Aretecrazia?


La paura è, senza dubbio, lo strumento politico più potente. Attraverso di essa, i regimi totalitari hanno costruito imperi e i populisti hanno infiammato le masse. Il terrore si manifesta come l'espressione estrema di questa minaccia latente, utilizzato da autocrati e demagoghi per soggiogare intere società. In questo contesto, il fascismo nasce dalla paura e dal terrore, mentre il populismo si erge come un meccanismo di manipolazione efficace a entrambi gli estremi dello spettro politico. Nel XXI secolo, queste dinamiche hanno assunto una nuova forma: lo spettacolo politico, in cui il governo diventa intrattenimento e il Nuovo Ordine Mondiale assomiglia a un Reality Show.

Dal Hard e Soft Power al Spectacle Power

In passato, le dinamiche internazionali erano governate dalle dottrine dell'hard power e del soft power, in cui la guerra, la diplomazia, l'economia e la cultura seguivano strategie a lungo termine. Oggi, tuttavia, l’immediatezza dell'immagine, la viralità di un video e l'efficacia di uno slogan hanno preso il sopravvento. La politica internazionale è ormai guidata dall'impatto immediato sui social media e sui mezzi di comunicazione; è il trionfo del spectacle power, in cui l'obiettivo principale non è governare, ma generare engagement. Questa tendenza non solo garantisce la continuità degli artefici dello spettacolo politico, superando la governance tradizionale, ma è anche rafforzata da nuovi protagonisti.

Recentemente, durante una cerimonia al Capital One Arena, a Washington D.C., si è reso evidente il potere dell'intrattenimento nella politica: un giovane erede — il cui gesto di toccarsi l'orecchio per ottenere più applausi parlava da sé — ha simbolizzato sottilmente come si perpetua questo sistema. Così si inaugura una nuova era in cui l'immagine e lo spettacolo diventano i principali strumenti per mantenere il potere.

Un esempio preoccupante di questo Nuovo Ordine Mondiale si trova nella trasmissione televisiva globale del spectacle power. In questo scenario, figure come Donald Trump e Volodymyr Zelensky hanno discusso della guerra in Ucraina con la stessa dinamica di un Reality Show. Trump, con tono impositivo e retorica grandiosa, ha minacciato una possibile Terza Guerra Mondiale se l'Ucraina non si fosse arresa alle condizioni stabilite tra il suo aggressore e il governo di America First. Dall'altro lato, Zelensky ha avvertito della mancanza di affidabilità di Putin, il quale ha violato accordi precedenti, rendendo qualsiasi negoziato con il leader russo poco più di carta straccia. Il punto culminante si è raggiunto quando Trump, visibilmente stanco, ha fatto ricorso alla fallacia dell'autorità, affermando: «Tu non hai le carte in mano», come se la geopolitica fosse una partita di poker trasmessa in diretta, dove i leader non sono altro che personaggi di una narrazione costruita per intrattenere le masse.

Populismo: La Strategia del XXI Secolo

Il populismo, al di là dell’orientamento ideologico, è una strategia di potere. Hugo Chávez e Donald Trump, Nicolás Maduro e Javier Milei, pur rappresentando poli ideologici opposti, condividono lo stesso manuale: vittimizzare la società, costruire un nemico comune (che sia l'imperialismo yankee o il marxismo culturale) e delegittimare le istituzioni democratiche. La storia si ripete con volti diversi, ma seguendo sempre lo stesso copione.

Il Mito del Miliardario Buono: Batman e la Falsa Filantropia

Bisogna inoltre chiedersi: da che parte stanno gli oligarchi in questo nuovo scenario? Nel fascismo si nota una fascinazione infantile per la figura del «miliardario buono». È stata venduta l'immagine del magnate filantropo che, quasi come un Batman moderno, usa la sua fortuna per combattere per la giustizia. La realtà, tuttavia, è ben diversa. I miliardari di oggi non sono giustizieri, sono oligarchi che vogliono possedere tutto. Non si tratta di salvare il mondo, ma di dominarlo, arrivando persino a sognare di possedere il pianeta Marte.

Questi magnati, che controllano i social media, la censura digitale, la tecnologia spaziale e la biotecnologia, non cercano di equilibrare il mondo, ma di modellarlo a loro piacimento. Hanno preso il posto degli Stati e ora determinano le regole del gioco globale.

In America Latina, i plutocrati — come i magnati di Odebrecht o i banchieri che hanno finanziato campagne politiche per ottenere contratti statali — rappresentano l’altra faccia della stessa medaglia.

La Demagogia come Minaccia Globale

La minaccia non proviene solo dalla plutocrazia. La demagogia e il populismo sono altrettanto efficaci nel corrompere la democrazia. Un sistema che permette a chiunque di governare senza preparazione è destinato al collasso. Non è accettabile che l’esercizio del potere esecutivo (presidente, primo ministro, cancelliere) sia l’unica carica per cui non siano richiesti criteri rigorosi di competenza.

Mentre per essere insegnante, medico, avvocato, infermiere o ingegnere sono necessari anni di studio, licenze e controlli, per diventare capo di Stato basta essere nati nel paese e avere l’età minima richiesta.

Questa lacuna consente che, attraverso corruzione o strategie populiste e demagogiche, chiunque possa accedere al potere senza alcuna garanzia né piani concreti.

Così, questo dantesco Reality Show si conclude, come accade spesso, con vincitori, vinti e lacrime. Ma in questo caso, con una combinazione di realtà televisiva, populismo e potere, il caos potrebbe esplodere in qualsiasi momento.

L’Aretecrazia : Una Democrazia Qualificata

La soluzione a questa crisi non risiede nel perpetuare una democrazia distorta, ma nell’instaurare una democrazia qualificata: l’Aretecrazia.

Il passaggio verso l’Aretecrazia non rappresenta una rottura con la democrazia, ma la sua evoluzione naturale. Si tratta di proteggere il voto, garantendo che la scelta avvenga tra opzioni legittime, preparate ed etiche.

In questo modello, chiunque può aspirare a una carica pubblica, ma prima di candidarsi deve superare un processo di qualificazione. Questo processo verifica che il candidato abbia conoscenze in amministrazione pubblica, diritto, economia e politiche sociali, oltre a un percorso etico e un impegno dimostrato per i diritti umani, la giustizia sociale e il bene comune.

Una volta accreditato o autorizzato a esercitare il ruolo di leadership pubblica, il candidato si sottopone al voto popolare, proprio come accade oggi in qualsiasi democrazia. La differenza è che i cittadini non dovranno più scegliere tra demagoghi, improvvisati o magnati senza scrupoli. L’elettorato voterà con la certezza che tutti gli aspiranti abbiano dimostrato di essere idonei, integri e preparati per la carica a cui ambiscono.

Il sacro diritto di voto rimane intatto, ma ora la scelta sarà tra leader etici e competenti, non tra ciarlatani e opportunisti. Così, la democrazia smette di essere uno spettacolo in cui vince chi manipola meglio le masse e si trasforma in un vero esercizio di responsabilità collettiva.

Se continuiamo a permettere che la politica si trasformi in un puro intrattenimento, saremo semplici spettatori della nostra stessa decadenza e, in ultima istanza, della nostra distruzione. Mentre i leader si comportano come star dei reality show, i cittadini ne pagano le conseguenze. La guerra, la miseria e la frammentazione sociale non sono finzioni: sono il prezzo di questa distrazione. È ora di cambiare canale prima che lo spettacolo si trasformi in una tragedia irreversibile.

Oggi, chiunque può accedere al potere con una campagna populista, finanziamenti opachi o semplicemente grazie al carisma mediatico. In nessun altro ambito professionale accade qualcosa di simile: un medico non può esercitare senza un titolo, un pilota non può volare senza una licenza, un ingegnere non può costruire senza un’accreditazione. Tuttavia, un presidente, un primo ministro o un cancelliere può arrivare al potere senza aver mai dimostrato la propria capacità di governare. L’Aretecrazia corregge questa distorsione del sistema.

La Qualificazione Preliminare: Un Requisito Essenziale

Nell'Aretecrazia, nessun candidato può presentarsi senza aver prima superato un rigoroso processo di valutazione. Prima di chiedere voti, deve ottenere una licenza che dimostri di possedere le conoscenze e la preparazione necessarie per governare una nazione. Questo implica una solida formazione in amministrazione pubblica, diritto costituzionale, economia politica e gestione delle crisi.

La chiave di questo sistema è l'esistenza di un organismo qualificatore indipendente, incaricato di valutare gli aspiranti alle cariche di governo. Non si tratta di un ente arbitrario, ma di un'istituzione con chiari meccanismi di controllo, composta da accademici, giudici, scienziati ed esperti in politiche pubbliche.

Questo organismo non si baserebbe su criteri ideologici, ma su prove oggettive di competenza, che comprenderebbero sia conoscenze tecniche che valutazioni di integrità. L'obiettivo è garantire che nessun opportunista, demagogo o corrotto possa accedere al potere senza prima dimostrare la propria idoneità.

Inoltre, questo sistema impedirebbe che la politica continui a essere un reality show, in cui lo scandalo e la manipolazione emotiva sostituiscono il dibattito razionale. La qualificazione preliminare eliminerebbe lo spettacolo dalla politica, costringendo i candidati a basare le proprie campagne su idee, proposte e programmi di governo concreti.

Oltre la Destra e la Sinistra: L’Etica Arétécratica

L’Aretecrazia non è un’ideologia né di destra né di sinistra. Non si basa su dogmi economici né su lotte di potere tra fazioni politiche. Il suo principio guida è l’etica della governance.

A differenza dei modelli tradizionali, non privilegia la libertà a scapito dell’uguaglianza, né l’uguaglianza a scapito della libertà. Entrambe devono coesistere in un equilibrio armonico, perché il benessere di una società dipende dalla sua capacità di garantire i diritti senza sacrificare l’autonomia degli individui.

In questo senso, l’Aretecrazia sostiene che la fraternità o solidarietà non è un’opzione, ma un principio fondamentale del governo. Il mondo si trova di fronte a sfide globali che nessun paese può affrontare da solo: il cambiamento climatico, le disuguaglianze estreme, l’instabilità finanziaria, le pandemie e le crisi umanitarie richiedono risposte collettive.

La soluzione non può basarsi su nazionalismi isolazionisti né su politiche di mercato prive di regolamentazione. È necessaria la fraternità tra i popoli, una cooperazione fondata sull’interesse reciproco e sulla giustizia globale.

Per questo motivo, l’Aretecrazia si fonda sull’armonizzazione di tre principi fondamentali: Libertà, Uguaglianza e Fraternità.

• Libertà: Garantire i diritti civili e politici, come la libertà di espressione, il diritto alla partecipazione politica e l’indipendenza dei poteri.

• Uguaglianza: Difendere i diritti economici, sociali e culturali, assicurando l’accesso all’istruzione, alla salute e a una vita dignitosa.

• Fraternità: Proteggere i diritti di terza generazione, come il diritto alla pace, lo sviluppo sostenibile e un ambiente sano.

Senza l’armonizzazione di questi tre pilastri, le società continueranno a oscillare tra modelli che sacrificano la libertà in nome dell’uguaglianza o che distruggono l’uguaglianza in nome della libertà. Solo un sistema qualificato può garantire l’equilibrio tra questi valori.

Come si Implementerebbe l’Aretecrazia?

L’implementazione dell’Aretecrazia non è un sogno utopico, ma una necessità che può essere integrata nelle istituzioni di qualsiasi Stato moderno. Nella maggior parte dei paesi, richiederebbe una riforma costituzionale che stabilisca i seguenti elementi:

1. Creazione di un Tribunale Qualificatore Indipendente: Un organismo incaricato di valutare l’idoneità dei candidati alle alte cariche pubbliche, basandosi su prove di conoscenza, etica e leadership. Anche le università pubbliche potrebbero partecipare a questo processo di qualificazione.

2. Compatibilità Etica e Diritti Umani: Nessuno dovrebbe governare senza dimostrare che il proprio discorso e la propria azione politica siano in linea con i principi fondamentali dei diritti umani. L’Aretecrazia richiede che la leadership non si basi solo su competenze tecniche, ma anche su un reale impegno per la dignità, la pace e la giustizia sociale. Ciò significa che dichiarazioni, programmi e azioni passate devono essere coerenti con i principi di libertà, uguaglianza e fraternità. Non potrà aspirare al potere chi promuove discorsi di odio, incita alla violenza, delegittima i diritti fondamentali o propone misure autoritarie che ledano la dignità umana. La qualificazione deve includere un esame etico, in cui si analizzino gli impegni del candidato verso la pace, la giustizia sociale e il rispetto delle diversità.

3. Requisiti di Formazione per i Governanti: Sarà necessario possedere certificazioni in amministrazione pubblica, diritto, economia e politiche sociali prima di potersi candidare alla presidenza o a qualsiasi incarico di alta responsabilità.

4. Valutazioni Periodiche: I governanti dovranno rendere conto periodicamente a organismi di supervisione, garantendo che esercitino il loro mandato in modo efficace ed etico.

5. Contropoteri Istituzionali: Sarà fondamentale garantire che l’organo qualificatore non venga influenzato da interessi di partito o economici, mantenendo così la sua indipendenza e trasparenza.

Con questa struttura, l’Aretecrazia garantirebbe che solo coloro veramente impegnati per il bene comune, la giustizia e la dignità umana possano accedere al potere, eliminando la possibilità che la politica continui a essere uno spettacolo di manipolazione e opportunismo.

L’Aretecrazia non elimina la democrazia, ma la perfeziona. Il voto rimane il meccanismo finale di selezione, ma solo tra candidati che abbiano dimostrato di essere realmente preparati a governare.

In Conclusione: La Fine degli Spettacoli di Morte

Se l’Aretecrazia venisse implementata, non ci sarebbero più reality show politici in cui si gioca con il destino di intere nazioni. Non ci sarebbero più presidenti che governano con slogan vuoti né demagoghi che distruggono le istituzioni per capriccio.

La politica smetterà di essere un circo mediatico e tornerà a essere un esercizio di responsabilità e di autentica leadership. Le decisioni verranno prese sulla base di prove concrete, non di sondaggi di popolarità.

Infine, l’Aretecrazia offre ciò che nessun modello attuale è riuscito a ottenere: un governo fondato sulla ragione, l’etica e l’eccellenza.

Il XXI secolo richiede leader all’altezza delle sfide del nostro tempo. L’Aretecrazia non è un’utopia, ma l’unica soluzione realistica per impedire che la storia continui a essere scritta da demagoghi e mercanti della paura. È il momento di costruire un futuro basato sulla ragione, sull’etica e sull’eccellenza, sui principi di libertà, uguaglianza e fraternità.

L’Aretecrazia non è un’utopia, ma l’unica alternativa concreta per salvare la democrazia dalla sua autodistruzione. È tempo di scegliere tra lo spettacolo e il destino dell’umanità.


Milton ARRIETA-LÓPEZ



 

O Mundo de Hoje é um Reality Show: Continuar Assistindo ou Mudar de Canal com a Aretecracia?


O medo é, sem dúvida, o instrumento político mais poderoso. Através dele, regimes totalitários construíram impérios e populistas inflamaram multidões. O terror manifesta-se como a expressão extrema dessa ameaça latente, utilizada por autocratas e demagogos para subjugar sociedades inteiras. Nesse contexto, o fascismo nasce do medo e do terror, enquanto o populismo ergue-se como um mecanismo eficaz de manipulação em ambos os extremos do espectro político. No século XXI, essas dinâmicas assumiram uma nova forma: o espetáculo político, no qual a governança se transforma em entretenimento e a Nova Ordem Mundial se assemelha a um Reality Show.

Do Hard e Soft Power ao Spectacle Power

No passado, as dinâmicas internacionais eram regidas pelas doutrinas do hard power e do soft power, em que guerra, diplomacia, economia e cultura seguiam estratégias de longo prazo. Hoje, no entanto, a instantaneidade da imagem, a viralidade de um vídeo e a eficácia de um slogan assumiram o controle. A política internacional já é governada pelo impacto imediato nas redes sociais e na mídia; é o triunfo do spectacle power, onde o essencial não é governar, mas gerar engajamento. Essa tendência não apenas garante a continuidade dos artífices do espetáculo político, superando a governança tradicional, como também é reforçada por novos protagonistas.

Recentemente, durante uma cerimônia no Capital One Arena, em Washington D.C., ficou evidente o poder do entretenimento na política: um jovem herdeiro — cujo gesto de tocar a orelha para captar mais aplausos falava por si só — simbolizou sutilmente como esse sistema se perpetua. Assim, inaugura-se uma nova era na qual a imagem e o espetáculo tornam-se os principais instrumentos para manter o poder.

Um exemplo preocupante dessa Nova Ordem Mundial pode ser visto na transmissão televisiva global do spectacle power. Nesse cenário, figuras como Donald Trump e Volodymyr Zelensky debateram sobre a guerra na Ucrânia com a mesma dinâmica de um Reality Show. Trump, com tom impositivo e retórica grandiosa, ameaçou com a possibilidade de uma Terceira Guerra Mundial caso a Ucrânia não se rendesse às condições estabelecidas entre seu invasor e o governo do America First. Por outro lado, Zelensky alertou sobre a falta de confiabilidade de Putin, que já violou acordos anteriores, tornando qualquer negociação com o líder russo pouco mais do que um pedaço de papel sem valor. O ponto culminante foi alcançado quando Trump, visivelmente cansado, recorreu à falácia da autoridade ao afirmar: «Você não tem as cartas na mão», como se a geopolítica fosse um jogo de pôquer televisionado, onde os líderes não passam de personagens em uma narrativa criada para entreter as massas.

Populismo: A Estratégia do Século XXI

O populismo, independentemente do espectro ideológico, é uma estratégia de poder. Hugo Chávez e Donald Trump, Nicolás Maduro e Javier Milei, apesar de representarem polos ideológicos opostos, compartilham o mesmo manual: vitimizar a sociedade, construir um inimigo comum (seja o imperialismo ianque ou o marxismo cultural) e deslegitimar as instituições democráticas. A história se repete com rostos diferentes, mas sempre seguindo o mesmo roteiro.

O Mito do Bilionário Bom: Batman e a Falsa Filantropia

Por outro lado, é necessário perguntar: de que lado estão os oligarcas nesse novo cenário? No fascismo, observa-se uma fascinação infantil pela figura do «bilionário bom». Foi vendida a imagem do multimilionário filantropo que, quase como um Batman moderno, usa sua fortuna para lutar pela justiça. A realidade, no entanto, é bem diferente. Os bilionários da moda não são justiceiros; são oligarcas que desejam possuir tudo. Não se trata de salvar o mundo, mas de dominá-lo, chegando ao ponto de sonhar em possuir o planeta Marte.

Esses magnatas, que controlam as redes sociais, a censura digital, a tecnologia espacial e a biotecnologia, não buscam equilibrar o mundo, mas moldá-lo conforme sua vontade. Tomaram o lugar dos Estados e agora ditam as regras do jogo global.

Na América Latina, os plutocratas — como os magnatas da Odebrecht ou os banqueiros que financiaram campanhas políticas para obter contratos estatais — representam o outro lado da mesma moeda.

A Demagogia como Ameaça Global

A ameaça não vem apenas da plutocracia. A demagogia e o populismo são igualmente eficazes na corrupção da democracia. Um sistema que permite a governança sem preparo está fadado ao colapso. Não é aceitável que o exercício do poder executivo (presidente, primeiro-ministro, chanceler) seja o único cargo que não exija credenciais rigorosas.

Enquanto para ser professor, médico, advogado, enfermeiro ou engenheiro são necessários anos de estudo, licenças e controles, para ser chefe de Estado basta ter nascido no país e atingido a idade mínima.

Essa lacuna permite que, por meio da corrupção ou de estratégias populistas e demagógicas, qualquer pessoa possa chegar ao poder sem garantias nem planos concretos. Assim, esse dantesco Reality Show termina, como costuma acontecer, com vencedores, derrotados e lágrimas. Mas, neste caso, com uma mistura de telerrealidade, populismo e poder, o caos pode explodir a qualquer momento.

A Aretecracia: Uma Democracia Qualificada

A solução para esta crise não está em perpetuar uma democracia distorcida, mas em instaurar uma democracia qualificada: a Aretecracia.

A transição para a Aretecracia não representa uma ruptura com a democracia, mas sua evolução natural. Trata-se de proteger o voto, garantindo que a escolha seja feita entre opções legítimas, preparadas e éticas.

Neste modelo, qualquer pessoa pode aspirar a um cargo público, mas antes de se candidatar deve passar por um processo de qualificação. Esse processo verifica se o candidato possui conhecimento em administração pública, direito, economia e políticas sociais, além de uma trajetória ética e um compromisso comprovado com os direitos humanos, a justiça social e o bem comum.

Uma vez credenciado ou licenciado para exercer a liderança pública, o candidato se submete ao voto popular, da mesma forma que ocorre hoje em qualquer democracia. A diferença é que os cidadãos não precisarão mais escolher entre demagogos, improvisados ou magnatas sem escrúpulos. O eleitorado votará com a certeza de que todos os candidatos demonstraram ser idôneos, íntegros e preparados para o cargo que desejam ocupar.

O sagrado direito ao voto permanece intacto, mas agora a escolha será entre líderes éticos e capacitados, não entre charlatães e oportunistas. Assim, a democracia deixa de ser um espetáculo onde vence quem melhor manipula as massas e se transforma em um verdadeiro exercício de responsabilidade coletiva.

Se continuarmos permitindo que a política se transforme em um entretenimento, seremos meros espectadores da nossa própria decadência e, em última instância, da nossa destruição. Enquanto os líderes se comportam como estrelas de reality show, os cidadãos pagam as consequências. A guerra, a miséria e a fragmentação social não são ficção: são o preço dessa distração. É hora de mudar de canal antes que o show se torne uma tragédia irreversível.

Atualmente, qualquer pessoa pode chegar ao poder com uma campanha populista, financiamento obscuro ou simplesmente carisma midiático. Em nenhuma outra área profissional isso ocorre: um médico não pode exercer sem diploma, um piloto não pode voar sem licença, um engenheiro não pode construir sem credenciamento. No entanto, um presidente, primeiro-ministro ou chanceler pode alcançar o poder sem jamais ter demonstrado sua capacidade de governar. A Aretecracia corrige essa distorção do sistema.

A Qualificação Prévia: Um Requisito Essencial

Na Aretecracia, nenhum candidato pode se candidatar sem antes passar por um rigoroso processo de avaliação. Antes de solicitar votos, deve obter uma licença que demonstre que possui o conhecimento e a preparação necessários para governar uma nação. Isso implica uma formação sólida em administração pública, direito constitucional, economia política e gestão de crises.

A chave desse sistema é a existência de um órgão qualificador independente, responsável por avaliar os aspirantes a cargos de governo. Não se trata de um organismo arbitrário, mas de uma instituição com mecanismos de controle claros, composta por acadêmicos, juízes, cientistas e especialistas em políticas públicas.

Esse órgão não se basearia em critérios ideológicos, mas em testes objetivos de competência, que incluiriam tanto conhecimentos técnicos quanto avaliações de integridade. O objetivo é garantir que nenhum oportunista, demagogo ou corrupto possa chegar ao poder sem antes demonstrar sua idoneidade.

Além disso, esse sistema impediria que a política continuasse sendo um reality show onde o escândalo e a manipulação emocional substituem o debate racional. A qualificação prévia eliminaria o espetáculo da política, obrigando os candidatos a basearem suas campanhas em ideias, propostas e planos de governo reais.

Além da Esquerda e da Direita: A Ética Aretecrática

A Aretecracia não é uma ideologia nem de esquerda nem de direita. Não se baseia em dogmas econômicos nem em disputas de poder entre facções políticas. Seu princípio fundamental é a ética da governança.

Diferentemente dos modelos tradicionais, ela não prioriza a liberdade em detrimento da igualdade, nem a igualdade em detrimento da liberdade. Ambas devem coexistir em um equilíbrio harmônico, pois o bem-estar de uma sociedade depende da sua capacidade de garantir direitos sem sacrificar a autonomia dos indivíduos.

Nesse sentido, a Aretecracia sustenta que a fraternidade ou solidariedade não é uma opção, mas um princípio fundamental do governo. O mundo enfrenta desafios globais que nenhum país pode resolver sozinho: as mudanças climáticas, a desigualdade extrema, a instabilidade financeira, as pandemias e as crises humanitárias exigem respostas coletivas.

A solução não pode se basear em nacionalismos isolacionistas nem em políticas de mercado sem regulação. É necessária a fraternidade entre os povos, uma cooperação fundamentada no interesse mútuo e na justiça global.

Por isso, a Aretecracia se baseia na harmonização de três princípios fundamentais: Liberdade, Igualdade e Fraternidade.

• Liberdade: Garantir os direitos civis e políticos, como a liberdade de expressão, o direito à participação política e a independência dos poderes.

• Igualdade: Defender os direitos econômicos, sociais e culturais, assegurando o acesso à educação, à saúde e a uma vida digna.

• Fraternidade: Proteger os direitos de terceira geração, como o direito à paz, ao desenvolvimento sustentável e a um meio ambiente saudável.

Sem a harmonização desses três pilares, as sociedades continuarão oscilando entre modelos que sacrificam a liberdade em nome da igualdade ou que destroem a igualdade em nome da liberdade. Somente um sistema qualificado pode garantir o equilíbrio entre esses valores.

Como se Implementaria a Aretecracia?

A implementação da Aretecracia não é um sonho utópico, mas uma necessidade que pode ser incorporada às instituições de qualquer Estado moderno. Na maioria dos países, isso exigiria uma reforma constitucional que estabelecesse os seguintes elementos:

1. Criação de um Tribunal Qualificador Independente: Um órgão responsável por avaliar a idoneidade dos candidatos a altos cargos públicos, com base em testes de conhecimento, ética e liderança. As universidades públicas também poderiam participar desse processo de qualificação.

2. Compatibilidade Ética e Direitos Humanos: Ninguém deveria governar sem demonstrar que seu discurso e suas ações políticas estão alinhados com os princípios fundamentais dos direitos humanos. A Aretecracia exige que a liderança não se baseie apenas no conhecimento técnico, mas também em um compromisso real com a dignidade, a paz e a justiça social. Isso significa que as declarações, os programas e as ações passadas dos candidatos devem ser coerentes com os princípios de liberdade, igualdade e fraternidade. Não poderá aspirar ao poder quem promover discursos de ódio, incitar a violência, deslegitimar direitos fundamentais ou propor medidas autoritárias que atentem contra a dignidade humana. A qualificação deve incluir um exame ético, no qual se analisem seus compromissos com a paz, a justiça social e o respeito à diversidade.

3. Requisitos de Formação para Governantes: Exigir credenciais em administração pública, direito, economia e políticas sociais antes de permitir que alguém se candidate à presidência ou a qualquer cargo de alta responsabilidade.

4. Avaliações Periódicas: Os governantes devem prestar contas regularmente a órgãos de supervisão, garantindo que cumpram suas responsabilidades de forma eficaz e ética.

5. Contrapesos Institucionais: Garantir que o órgão qualificador não seja capturado por interesses partidários ou econômicos, mantendo sua independência e transparência.

Com essa estrutura, a Aretecracia garantiria que apenas aqueles verdadeiramente comprometidos com o bem comum, a justiça e a dignidade humana possam chegar ao poder, eliminando a possibilidade de que a política continue sendo um espetáculo de manipulação e oportunismo.

A Aretecracia não elimina a democracia, mas a aperfeiçoa. O voto continua sendo o mecanismo final de escolha, mas apenas entre candidatos que tenham demonstrado estar capacitados para governar.

Em Conclusão: O Fim dos Espetáculos de Morte

Se a Aretecracia for implementada, não haverá mais reality shows políticos em que se brinca com o destino de nações inteiras. Não haverá mais presidentes que governam com slogans vazios nem demagogos que destroem instituições por capricho.

A política deixará de ser um circo midiático e voltará a ser um exercício de responsabilidade e liderança real. A tomada de decisões será baseada em evidências, não em pesquisas de popularidade.

Finalmente, a Aretecracia oferece algo que nenhum modelo atual conseguiu: um governo baseado na razão, na ética e na excelência.

O século XXI exige líderes à altura dos desafios do nosso tempo. A Aretecracia não é uma utopia, mas a única solução realista para evitar que a história continue sendo escrita por demagogos e mercadores do medo. É hora de construir um futuro baseado na razão, na ética e na excelência; na liberdade, igualdade e fraternidade.

A Aretecracia não é uma utopia, mas a única alternativa real para salvar a democracia de sua autodestruição. É hora de escolher entre o espetáculo ou o destino da humanidade.



Milton ARRIETA-LÓPEZ

 
 
 

Commentaires


Join our mailing list

bottom of page